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  Cultura  Tasio Ranz, el diseñador que imagina un futuro sostenible: «La pandemia y el apagón han enseñado lo que ofrece el mundo rural»
Cultura

Tasio Ranz, el diseñador que imagina un futuro sostenible: «La pandemia y el apagón han enseñado lo que ofrece el mundo rural»

junio 1, 2025
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El joven artista plantea incorporar al mundo urbano los saberes y modos de fabricación de los antepasados para provocar un cambio hacia un mundo más sostenible, justificado por experiencias como la pandemia o el reciente apagónJóvenes que no estudian ni trabajan, al rescate de la artesanía y los oficios tradicionales en extinción
Cuando surgió el “gran apagón” del país, el pasado 28 de abril, el joven diseñador de producto y artista Tasio Ranz (Burgos, 1998) trabajaba en la composición del vestuario de una bailarina con lana ripollesa que le había entregado un amigo pastor. “En el momento del corte de luz, mi reflexión fue que yo mismo estaba lavando los vellones de lana con agua de un calentador eléctrico, porque es más rápido que ir a un lavadero, o incluso al río”, revela. Puede que un habitante del siglo XXI, de naturaleza urbana y con un estrecho vínculo tecnológico, no identifique ninguna contradicción en esta circunstancia.

Para un convencido de lo rural como Ranz —investigador del proceso productivo en una España artesanal que prácticamente se ha extinguido—, este hecho supone sufrir en primera persona todo aquello de lo que se ha propuesto huir. “Debemos ir más allá de los recursos tecnológicos, identificar qué podemos extraer de las zonas rurales en la llamada España vacía que nos ayude a ser menos dependientes, a tener redes de seguridad y comunitarias, a contar en casa con materiales que nos permitan elaborar otros elementos que necesitamos”, reflexiona, aún más seguro si cabe, del camino personal y profesional emprendido.

No es el único que lo piensa. La dolorosa pandemia —origen de un cambio social hacia lo rural, lo sostenible y lo natural aún insuficiente— y el desconcertante corte eléctrico han vuelto los ojos al pasado, sobre un ingenio humano en claro riesgo de extinción: ahí están de nuevo las velas de cera, las radios a pilas o el reencuentro social en calles y plazas, habituadas al individualismo que obliga, en la actualidad, el frenético ritmo laboral del día a día.

El diseñador Tasio Ranz trabaja con un tapiz confeccionado con materias primas naturales

Prácticamente en unas pocas horas (aquel lunes imborrable), Tasio Ranz había visto desfilar ante sí varios de los pilares del proyecto personal que defiende y desarrolla antes, incluso, de su paso por la universidad. “La ciudad ha demostrado ser un fracaso como ejemplo del triunfo y del éxito, como territorio de las oportunidades; nos hemos dado cuenta, tras una pandemia y un apagón, de que hay una situación tremenda de incertidumbre y de lo que nos puede ofrecer el mundo rural, sin tener necesariamente que romantizar un modo de vida que ha sido muy duro”, reflexiona. 

Pero, ¿qué propone Ranz para neutralizar esa sensación de desasosiego propia de un presente marcadamente tecnológico y digital? ¿En qué nos puede ayudar lo que aprendieron (y sufrieron) nuestros mayores? En los pueblos “había una materialidad, unas técnicas de fabricación y de obtención de materias, una herencia y una memoria que he ido revisitando para sentarla en la base de mi proceso creativo”, argumenta. La afirmación, que puede pecar de conceptual, se traduce en una realidad mucho más sencilla: el ciudadano de hoy ya no tiene la necesidad de fabricar con sus manos aquello que necesita, valiéndose de lo que encuentra en su entorno más inmediato. Todo un avance que, no obstante, presenta un evidente reverso negativo.

“El eje central de todo lo que hago se dirige a cómo el usuario, el consumidor, puede volver a participar en el proceso creativo, intervenir en la fabricación de los objetos, porque hay un contexto actual en el que nos limitamos a comprar una lámpara o una silla, pero no somos parte del proceso productivo en ninguna de sus etapas”, explica. Como ejemplo, la “silla raíz”, un proyecto que desarrolló en el Grado de Diseño, en Navarra, que se traduce en un mueble inacabado que el usuario puede terminar, personalizándolo para responder a sus necesidades personales.
Conexión con los pastores
A Tasio Ranz la pasión por la España rural le vino de sus ancestros, todos pastores. “Conocer a mi bisabuela Cayetana, que era pastora, despertó en mí la curiosidad sobre un mundo que yo no había vivido, donde se daban términos como la parva, aventar el trigo, las ovejas modorras… Aquella experiencia me permitió darme cuenta de la fuerte desconexión que se había producido en tan solo una generación, y este hecho me marcó mucho”. Ese pasado inspiró su proyecto de grado, que consistió en recorrer la sierra de la Demanda en Burgos —territorio conocido como la Laponia del Sur, por su crítica densidad de población— para “entender cómo era allí el proceso productivo”.

Modelos de albarcas o alpargatas fabricadas en el ámbito rural, a partir de neumáticos viejos

Emulando el método del artista italiano Bruno Munari sobre la génesis de los objetos, Ranz recorría las plazas de los pueblos, donde extendía una manta negra en la que iba colocando los objetos que los vecinos le iban entregando, para fotografiarlos y estudiarlos a continuación. O, mejor dicho, artilugios que habían ido “apañando”. Porque “la idea del apaño (cómo habían fabricado un objeto valiéndose únicamente de elementos de su entorno) se convirtió en el corazón de mi proyecto”, sintetiza Ranz.

Sobre esa manta, logró reunir los más curiosos ingenios, desde cencerros con badajos practicados en distintos materiales a las albarcas de las que le había hablado su bisabuela. “En la España de los 50 y los 60 se convirtió en algo muy común fabricar alpargatas a partir de neumáticos viejos, se trataba de aprovechar un elemento que en otro contexto se consideraba un desecho”, subraya. La investigación le permitió identificar cómo el mundo rural construía lo que necesitaba en su vida cotidiana de manera autónoma, con recursos presentes en el medio, al margen de la cuestión estética.

“De repente, tengo un somier viejo, unas cuerdas y un palo y construyo la puerta de un corral: ahí hay una composición y una estructura, y yo quería entender a esos diseñadores anónimos, poseedores de un conocimiento oral y, por esto mismo, muy frágil”, argumenta. El estudio en profundidad de esas técnicas de origen popular le ayudó a identificar las fases de ese “apaño”, concepto nuclear de su proyecto, y que se traducía en “añadir, alterar y aprovechar” los elementos más cercanos.

Tasio Ranz posa junto a dos diseños de tapiz realizados con lana rubia del molar y castellana

Más allá de los neumáticos, del hueso o de la madera, existían materiales (hoy en extinción) que llamaron especialmente la atención de Ranz, desde la identificación misma de su pasado de pastores: la lana y el esparto. “El esparto, procedente de Andalucía, era uno de los materiales que más se utilizaban en esta zona, de naturaleza trashumante”, precisa el diseñador. Con este elemento se “apañaban” cinchas (correas), escriños (canastas) o las alforjas de los animales de carga.

“Todos estos utensilios eran nómadas, se llevaban consigo, como la red que los pastores fabricaban a medida que iban caminando: trenzaban el esparto para formar una especie de red con forma de rombos, con la que rodeaba el ganado para encerrarlo, clavando en el suelo grandes picos de madera”, describe el joven burgalés, quien cita otros ejemplos ilustrativos: “También se utilizaba la piel de gato para hacer cordones más resistentes o la crin de los caballos era muy valiosa para fabricar cuerdas”. Pero si ha habido una materia con la que Ranz ha trabajado especialmente en su condición de diseñador de producto (un perfil cercano al de ingeniero industrial) y de artista, esa es la lana. En el Centro de Acercamiento a lo Rural de Madrid entró en contacto directo con un pequeño rebaño de ovejas, una experiencia rural a escasa distancia de la gran ciudad.
Romper con un mundo estándar
La experiencia adquirida —el conocimiento del proceso de fabricación de objetos con recursos del medio en el ámbito rural— permitió a Tasio Ranz tocar la tecla de su proyecto personal: romper con un mundo industrializado, donde todos los objetos que se compran en una tienda o a través del teléfono móvil son casi idénticos, para permitir que el usuario final pudiera personalizarlos. “Esto se manifiesta en la ”silla raíz“, un elemento uniforme y único que el consumidor puede transformar en algo único y personal, y que permite volver a desarrollar el ingenio de uno mismo”, detalla el diseñador.

Proyecto “Silla raíz”, que consiste en la personalización de una silla estándar por parte del consumidor final

En realidad, la silla de la que Ranz ofrece los planos a quien quiera completar la tarea, era solo una excusa para demostrar cómo esa antigua condición de “hacedor” del habitante rural podía encajar también en el ámbito urbano. De nuevo, evitando caer en un planteamiento quimérico. “No quiero ser el abanderado de cosas que no son viables, porque ni siquiera tenemos los conocimientos de nuestras abuelas que, sin haber ido al colegio, sabían tejer o hacer queso”, matiza Ranz, consciente de la lógica “complejización” de los modos de vida actual, donde “el Homo sapiens ha perdido capacidad creativa” y los materiales del medio rural, buena parte de su valor, como la lana, que “ha pasado de ser el oro español a un residuo en la actualidad”, ejemplifica.

Aquel proyecto de grado que obtuvo el premio extraordinario era, en realidad, una pasión y convicción personales que Tasio Ranz ha ido desarrollando —primero en Madrid y ahora en Barcelona— a través de colectivos como Patrimonio para jóvenes, con su participación en diferentes exposiciones, compartiendo experiencias con niños y jóvenes en talleres, o tras los pasos de referentes en el mundo del diseño industrial, como el diseñador catalán Curro Claret.

Aunque la filosofía de Ranz va más allá de su visión de los objetos como algo aislado y trasciende hacia lo social. “Ahora se trabaja mucho en cómo conseguir, por ejemplo, que los barrios y las ciudades se conviertan en pequeños pueblos donde se desarrollen actividades colectivas, intercambios que vayan más allá de lo económico, porque también hemos perdido las actividades que se hacían en común, cuando se hilaba en grupo, se lavaban los vellones o se celebraban filandones (reuniones donde se compartían relatos)”, analiza Ranz.

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Ante una propuesta que va a contracorriente, que desafía procesos imparables como la digitalización o la inteligencia artificial, resulta interesante conocer cuál ha sido la reacción social. “Desde lo urbano, la acogida ha sido en muy buena sintonía, porque yo creo que todo el mundo es consciente de que necesitamos transformarnos hacia la sostenibilidad”, afirma. Y asume que corresponde a ingenieros, diseñadores o arquitectos facilitar, guiar, esa metamorfosis que tenga efectos en lo económico. Una transformación “muy complicada” en la actualidad por el conjunto de desafíos a los que se enfrenta el ser humano, pero “necesaria”. “Ha habido un cambio muy fuerte hacia el individualismo, hacia el beneficio de unos pocos, pero creo que en los contextos más cercanos, como el barrio, las asociaciones o el grupo de amigos sí se puede generar esa transformación”, confía. El joven artista plantea incorporar al mundo urbano los saberes y modos de fabricación de los antepasados para provocar un cambio hacia un mundo más sostenible, justificado por experiencias como la pandemia o el reciente apagónJóvenes que no estudian ni trabajan, al rescate de la artesanía y los oficios tradicionales en extinción
Cuando surgió el “gran apagón” del país, el pasado 28 de abril, el joven diseñador de producto y artista Tasio Ranz (Burgos, 1998) trabajaba en la composición del vestuario de una bailarina con lana ripollesa que le había entregado un amigo pastor. “En el momento del corte de luz, mi reflexión fue que yo mismo estaba lavando los vellones de lana con agua de un calentador eléctrico, porque es más rápido que ir a un lavadero, o incluso al río”, revela. Puede que un habitante del siglo XXI, de naturaleza urbana y con un estrecho vínculo tecnológico, no identifique ninguna contradicción en esta circunstancia.

Para un convencido de lo rural como Ranz —investigador del proceso productivo en una España artesanal que prácticamente se ha extinguido—, este hecho supone sufrir en primera persona todo aquello de lo que se ha propuesto huir. “Debemos ir más allá de los recursos tecnológicos, identificar qué podemos extraer de las zonas rurales en la llamada España vacía que nos ayude a ser menos dependientes, a tener redes de seguridad y comunitarias, a contar en casa con materiales que nos permitan elaborar otros elementos que necesitamos”, reflexiona, aún más seguro si cabe, del camino personal y profesional emprendido.

No es el único que lo piensa. La dolorosa pandemia —origen de un cambio social hacia lo rural, lo sostenible y lo natural aún insuficiente— y el desconcertante corte eléctrico han vuelto los ojos al pasado, sobre un ingenio humano en claro riesgo de extinción: ahí están de nuevo las velas de cera, las radios a pilas o el reencuentro social en calles y plazas, habituadas al individualismo que obliga, en la actualidad, el frenético ritmo laboral del día a día.

El diseñador Tasio Ranz trabaja con un tapiz confeccionado con materias primas naturales

Prácticamente en unas pocas horas (aquel lunes imborrable), Tasio Ranz había visto desfilar ante sí varios de los pilares del proyecto personal que defiende y desarrolla antes, incluso, de su paso por la universidad. “La ciudad ha demostrado ser un fracaso como ejemplo del triunfo y del éxito, como territorio de las oportunidades; nos hemos dado cuenta, tras una pandemia y un apagón, de que hay una situación tremenda de incertidumbre y de lo que nos puede ofrecer el mundo rural, sin tener necesariamente que romantizar un modo de vida que ha sido muy duro”, reflexiona. 

Pero, ¿qué propone Ranz para neutralizar esa sensación de desasosiego propia de un presente marcadamente tecnológico y digital? ¿En qué nos puede ayudar lo que aprendieron (y sufrieron) nuestros mayores? En los pueblos “había una materialidad, unas técnicas de fabricación y de obtención de materias, una herencia y una memoria que he ido revisitando para sentarla en la base de mi proceso creativo”, argumenta. La afirmación, que puede pecar de conceptual, se traduce en una realidad mucho más sencilla: el ciudadano de hoy ya no tiene la necesidad de fabricar con sus manos aquello que necesita, valiéndose de lo que encuentra en su entorno más inmediato. Todo un avance que, no obstante, presenta un evidente reverso negativo.

“El eje central de todo lo que hago se dirige a cómo el usuario, el consumidor, puede volver a participar en el proceso creativo, intervenir en la fabricación de los objetos, porque hay un contexto actual en el que nos limitamos a comprar una lámpara o una silla, pero no somos parte del proceso productivo en ninguna de sus etapas”, explica. Como ejemplo, la “silla raíz”, un proyecto que desarrolló en el Grado de Diseño, en Navarra, que se traduce en un mueble inacabado que el usuario puede terminar, personalizándolo para responder a sus necesidades personales.
Conexión con los pastores
A Tasio Ranz la pasión por la España rural le vino de sus ancestros, todos pastores. “Conocer a mi bisabuela Cayetana, que era pastora, despertó en mí la curiosidad sobre un mundo que yo no había vivido, donde se daban términos como la parva, aventar el trigo, las ovejas modorras… Aquella experiencia me permitió darme cuenta de la fuerte desconexión que se había producido en tan solo una generación, y este hecho me marcó mucho”. Ese pasado inspiró su proyecto de grado, que consistió en recorrer la sierra de la Demanda en Burgos —territorio conocido como la Laponia del Sur, por su crítica densidad de población— para “entender cómo era allí el proceso productivo”.

Modelos de albarcas o alpargatas fabricadas en el ámbito rural, a partir de neumáticos viejos

Emulando el método del artista italiano Bruno Munari sobre la génesis de los objetos, Ranz recorría las plazas de los pueblos, donde extendía una manta negra en la que iba colocando los objetos que los vecinos le iban entregando, para fotografiarlos y estudiarlos a continuación. O, mejor dicho, artilugios que habían ido “apañando”. Porque “la idea del apaño (cómo habían fabricado un objeto valiéndose únicamente de elementos de su entorno) se convirtió en el corazón de mi proyecto”, sintetiza Ranz.

Sobre esa manta, logró reunir los más curiosos ingenios, desde cencerros con badajos practicados en distintos materiales a las albarcas de las que le había hablado su bisabuela. “En la España de los 50 y los 60 se convirtió en algo muy común fabricar alpargatas a partir de neumáticos viejos, se trataba de aprovechar un elemento que en otro contexto se consideraba un desecho”, subraya. La investigación le permitió identificar cómo el mundo rural construía lo que necesitaba en su vida cotidiana de manera autónoma, con recursos presentes en el medio, al margen de la cuestión estética.

“De repente, tengo un somier viejo, unas cuerdas y un palo y construyo la puerta de un corral: ahí hay una composición y una estructura, y yo quería entender a esos diseñadores anónimos, poseedores de un conocimiento oral y, por esto mismo, muy frágil”, argumenta. El estudio en profundidad de esas técnicas de origen popular le ayudó a identificar las fases de ese “apaño”, concepto nuclear de su proyecto, y que se traducía en “añadir, alterar y aprovechar” los elementos más cercanos.

Tasio Ranz posa junto a dos diseños de tapiz realizados con lana rubia del molar y castellana

Más allá de los neumáticos, del hueso o de la madera, existían materiales (hoy en extinción) que llamaron especialmente la atención de Ranz, desde la identificación misma de su pasado de pastores: la lana y el esparto. “El esparto, procedente de Andalucía, era uno de los materiales que más se utilizaban en esta zona, de naturaleza trashumante”, precisa el diseñador. Con este elemento se “apañaban” cinchas (correas), escriños (canastas) o las alforjas de los animales de carga.

“Todos estos utensilios eran nómadas, se llevaban consigo, como la red que los pastores fabricaban a medida que iban caminando: trenzaban el esparto para formar una especie de red con forma de rombos, con la que rodeaba el ganado para encerrarlo, clavando en el suelo grandes picos de madera”, describe el joven burgalés, quien cita otros ejemplos ilustrativos: “También se utilizaba la piel de gato para hacer cordones más resistentes o la crin de los caballos era muy valiosa para fabricar cuerdas”. Pero si ha habido una materia con la que Ranz ha trabajado especialmente en su condición de diseñador de producto (un perfil cercano al de ingeniero industrial) y de artista, esa es la lana. En el Centro de Acercamiento a lo Rural de Madrid entró en contacto directo con un pequeño rebaño de ovejas, una experiencia rural a escasa distancia de la gran ciudad.
Romper con un mundo estándar
La experiencia adquirida —el conocimiento del proceso de fabricación de objetos con recursos del medio en el ámbito rural— permitió a Tasio Ranz tocar la tecla de su proyecto personal: romper con un mundo industrializado, donde todos los objetos que se compran en una tienda o a través del teléfono móvil son casi idénticos, para permitir que el usuario final pudiera personalizarlos. “Esto se manifiesta en la ”silla raíz“, un elemento uniforme y único que el consumidor puede transformar en algo único y personal, y que permite volver a desarrollar el ingenio de uno mismo”, detalla el diseñador.

Proyecto “Silla raíz”, que consiste en la personalización de una silla estándar por parte del consumidor final

En realidad, la silla de la que Ranz ofrece los planos a quien quiera completar la tarea, era solo una excusa para demostrar cómo esa antigua condición de “hacedor” del habitante rural podía encajar también en el ámbito urbano. De nuevo, evitando caer en un planteamiento quimérico. “No quiero ser el abanderado de cosas que no son viables, porque ni siquiera tenemos los conocimientos de nuestras abuelas que, sin haber ido al colegio, sabían tejer o hacer queso”, matiza Ranz, consciente de la lógica “complejización” de los modos de vida actual, donde “el Homo sapiens ha perdido capacidad creativa” y los materiales del medio rural, buena parte de su valor, como la lana, que “ha pasado de ser el oro español a un residuo en la actualidad”, ejemplifica.

Aquel proyecto de grado que obtuvo el premio extraordinario era, en realidad, una pasión y convicción personales que Tasio Ranz ha ido desarrollando —primero en Madrid y ahora en Barcelona— a través de colectivos como Patrimonio para jóvenes, con su participación en diferentes exposiciones, compartiendo experiencias con niños y jóvenes en talleres, o tras los pasos de referentes en el mundo del diseño industrial, como el diseñador catalán Curro Claret.

Aunque la filosofía de Ranz va más allá de su visión de los objetos como algo aislado y trasciende hacia lo social. “Ahora se trabaja mucho en cómo conseguir, por ejemplo, que los barrios y las ciudades se conviertan en pequeños pueblos donde se desarrollen actividades colectivas, intercambios que vayan más allá de lo económico, porque también hemos perdido las actividades que se hacían en común, cuando se hilaba en grupo, se lavaban los vellones o se celebraban filandones (reuniones donde se compartían relatos)”, analiza Ranz.

Ante una propuesta que va a contracorriente, que desafía procesos imparables como la digitalización o la inteligencia artificial, resulta interesante conocer cuál ha sido la reacción social. “Desde lo urbano, la acogida ha sido en muy buena sintonía, porque yo creo que todo el mundo es consciente de que necesitamos transformarnos hacia la sostenibilidad”, afirma. Y asume que corresponde a ingenieros, diseñadores o arquitectos facilitar, guiar, esa metamorfosis que tenga efectos en lo económico. Una transformación “muy complicada” en la actualidad por el conjunto de desafíos a los que se enfrenta el ser humano, pero “necesaria”. “Ha habido un cambio muy fuerte hacia el individualismo, hacia el beneficio de unos pocos, pero creo que en los contextos más cercanos, como el barrio, las asociaciones o el grupo de amigos sí se puede generar esa transformación”, confía.  

Cuando surgió el “gran apagón” del país, el pasado 28 de abril, el joven diseñador de producto y artista Tasio Ranz (Burgos, 1998) trabajaba en la composición del vestuario de una bailarina con lana ripollesa que le había entregado un amigo pastor. “En el momento del corte de luz, mi reflexión fue que yo mismo estaba lavando los vellones de lana con agua de un calentador eléctrico, porque es más rápido que ir a un lavadero, o incluso al río”, revela. Puede que un habitante del siglo XXI, de naturaleza urbana y con un estrecho vínculo tecnológico, no identifique ninguna contradicción en esta circunstancia.

Para un convencido de lo rural como Ranz —investigador del proceso productivo en una España artesanal que prácticamente se ha extinguido—, este hecho supone sufrir en primera persona todo aquello de lo que se ha propuesto huir. “Debemos ir más allá de los recursos tecnológicos, identificar qué podemos extraer de las zonas rurales en la llamada España vacía que nos ayude a ser menos dependientes, a tener redes de seguridad y comunitarias, a contar en casa con materiales que nos permitan elaborar otros elementos que necesitamos”, reflexiona, aún más seguro si cabe, del camino personal y profesional emprendido.

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