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  Internacional  Sven Reichardt, historiador del fascismo: “La ultraderecha europea ya no necesita la violencia para llegar al poder”
Internacional

Sven Reichardt, historiador del fascismo: “La ultraderecha europea ya no necesita la violencia para llegar al poder”

junio 5, 2025
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El experto señala que el «culto a la muerte» presente en la Alemania de Weimar ya no existe en el país y ve paralelismos entre la emergencia ultra actual y la de hace un siglo en la crisis económica, el rechazo reaccionario a la transformación de las identidades de género y la revolución del sistema de medios de comunicaciónLos votantes que propulsan a la ultraderecha en Alemania: “Todo es una mierda”
“La historia no se repite, pero a menudo rima” o “la historia ocurre primero como tragedia y después como farsa” son dos de las frases más manidas cuando se hace referencia a la repetición de dinámicas históricas. Los tiempos que vivimos, con todas las diferencias existentes con el periodo de entreguerras del siglo pasado, se van acompasando con lo ocurrido hace 100 años. El avance de fuerzas reaccionarias es prueba de ello. El historiador alemán Sven Reichardt explora esos paralelismos en lo que él llama la “reinvención del fascismo”.

Usted habla de la “reinvención del fascismo” ante el ascenso de partidos y movimientos reaccionarios en diferentes países del mundo ¿Tantas similitudes ve entre nuestro tiempo y los años de entreguerras del siglo pasado?

El fascismo que se está reinventando difiere del fascismo histórico en varios aspectos, entre otras cosas porque no tiene un culto a la violencia y ya no reconoce las guerras imperiales de conquista, con la excepción de Putin, que es un caso especial. Y debido a que no presenta paramilitarismo ni tiene al comunismo como oponente, actúa de manera diferente al fascismo histórico. Lo que es diferente de los tiempos que corren es que de momento no tenemos una gran guerra de la que surja el fascismo. Además, tenemos otro tipo de crisis económica a la de los años 20 del siglo pasado. Nuestra sociedad ya no es una sociedad obrera clásica [como entonces].

Acaba de enumerar las diferencias entre el fascismo de hace un siglo y el reinventado de nuestros días, pero usted establece también tres elementos comunes entre ambos: la crisis económica, el rechazo reaccionario a la transformación de las identidades de género y la revolución del sistema de medios ¿Cuándo cree que confluyen esos tres fenómenos para la “reinvención del fascismo”?

En la década de los 90, con el colapso de los regímenes comunistas o socialistas, hubo una especie de liberación que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”. Cundía la euforia por la globalización en un mundo bajo el orden liberal. Con el cambio de siglo, comienza a gestarse una profunda decepción porque la desigualdad social en el mundo no solo no disminuye, sino que aumenta. Y Occidente, en lugar de ascender, entra en declive. El nuevo ganador de esta globalización o del fin de la Guerra Fría ha sido Asia y no Europa ni EEUU.

Esto también ha alimentado a las derechas radicales y su culpabilización de los migrantes sobre las decepciones económicas. Por supuesto, esto también forma parte de un mundo globalizado, en el que la migración es cada vez mayor. En la década de los 2000, las redes sociales comienzan además a tener un amplio impacto, también en el discurso político, lo que coincide con el declive de la prensa de calidad y de los medios de comunicación. Diría que ese es el momento en el que comienzan a confluir esos tres fenómenos.

Hablando de figuras concretas: usted ve similitudes entre Trump y Hitler. Estas son la agresividad retórica, la glorificación del derecho del más fuerte, el ultranacionalismo y los ataques racistas contra los inmigrantes ¿Ve también esas similitudes entre Trump y el partido Alternativa para Alemania (AfD)?

Ideólogos en la órbita de AfD, como el editor Götz Kubitschek y otros, propagan desde hace tiempo la teoría del Gran Reemplazo, que sustenta la idea de la desaparición de la raza blanca. Líderes de AfD, como Björn Höcke y también Alice Weidel, hacen referencias a esa teoría. Por supuesto, esos líderes también agitan el discurso público contra los migrantes, hablan de los “hombres con cuchillo” y las “mujeres del pañuelo”, expresiones racistas que desprecian a los extranjeros. AfD también habla de reforzar las fronteras, incluso de disparar en ellas. Eso también es una glorificación del más fuerte, de la violencia.

Pero el caso de Trump es diferente. Esto tiene que ver también con las diferencias entre los sistemas políticos de EEUU y Alemania. El culto al líder funciona muy bien en un sistema presidencialista como el estadounidense, donde las campañas electorales también son muy personalistas. En ese sentido, no se puede comparar a Alice Weidel, la candidata a canciller de AfD, con Donald Trump.

Trump ha hecho pedazos al Partido Republicano. Si buscamos una comparación entre Trump y un líder europeo, entonces creo que el más cercano es el húngaro Víktor Orbán, que escenifica su política como presidencialista, que ha dejado caer todos los controles y equilibrios democráticos. Eso es lo que le gustaría a hacer también a Giorgia Meloni en Italia: reorganizar el sistema político para centrarlo todo en su persona. Pero eso le va a llevar años porque el sistema italiano es completamente diferente al estadounidense. Trump gobierna con órdenes ejecutivas, tratando de eludir toda la política parlamentaria. Es un culto al liderazgo que no existe en Alemania y que esperemos que no exista jamás.

Los fascistas tienen mucho éxito a la hora de apropiarse de los nuevos formatos mediáticos, y los algoritmos los premian: cuanto más emocional, cuanto más dramático, cuanto más sensacionalista, más clics

Cuando usted habla de la revolución del sistema de medios de los años 20 del siglo pasado y la actual revolución mediática, ¿se podría decir que TikTok o X son como la radio y el cine de nuestros tiempos?

En TikTok cualquiera puede convertirse en emisor. Evidentemente, eso no era posible en los años 20 del siglo pasado. No todo el mundo podía entonces hacer una película o un reportaje de radio. Hoy, sí. Lo que sí es comparable entre los medios de entonces y las redes sociales actuales es la emocionalización de la política, la dramatización y la visualización.

La dramatización de los contenidos se conseguía entonces a través de la radio. Se crearon nuevas formas de reportajes que incluían la captación directa de sonidos o voces en la calle y trasmitían la impresión de que la audiencia estaba en directo, una sensación de inmediatez.

Esa sensación de inmediatez también la tienes hoy en las redes sociales. Los usuarios de las redes sociales pueden tener la sensación de estar en conversación directamente con un candidato de AfD, por ejemplo. Los fascistas saben utilizar estos nuevos formatos mediáticos. Tienen mucho éxito a la hora de apropiarse de dichos formatos y los algoritmos los premian: cuanto más emocional, cuanto más dramático, cuanto más sensacionalista, más clics.

Otros de los paralelismos históricos que usted traza entre los fascismos del siglo XX y los actuales son la reacción antifeminista y el rechazo de la transformación de la identidad de género.

Durante la primera Guerra Mundial, muchas mujeres se incorporaron al mercado laboral porque los hombres estaban en el frente. También obtuvieron el derecho a voto tras la guerra. Todo esto impulsó la emancipación de la mujer e hizo surgir un culto a una nueva mujer, segura de sí misma, atlética, joven, dinámica que ya no era ama de casa ni un apéndice del hombre. En ciudades como Berlín también surgió una escena queer. Aparecieron locales para homosexuales. Había un fenómeno metropolitano similar al movimiento LGTBI de hoy. En este sentido, hay ciertos paralelismos. Los fascistas describen las metrópolis como pozos negros del pecado, como el hundimiento de la civilización. Y eso es algo que ocurrió entonces y también ocurre ahora.

Esos movimientos de emancipación, esa pluralización de los roles de género son innovaciones contra las que hoy se revuelve el concepto de wokeness, que enfrenta las ciudades con el campo, la tradición con la modernidad. Ese también fue el caso en la década de los años 20 del siglo pasado. Hoy también hay una crisis de la masculinidad clásica. Entonces ocurrió con los hombres de la República de Weimar, hoy ocurre con los llamados incels, hombres incapaces de relacionarse con las mujeres y que desarrollan un odio hacia ellas.

Ya lo ha dicho antes. La gran diferencia que usted ve entre el fascismo de hace un siglo y el actual es la glorificación de la violencia y uso del paramilitarismo. Sin embargo, ya hemos visto conatos de insurrección violenta en el asalto trumpista al Capitolio de Estados Unidos o en el intento de golpe de estado bolsonarista en Brasil. ¿No cree que eso también podría comenzar a pasar con movimientos reaccionarios de países europeos?

Veo una gran diferencia entre Europa y EEUU. Este último es un país mucho más abierto a la violencia. Fíjese solo en el rol que desempeña Hollywood y la violencia como forma de entretenimiento. Es un país donde hay violencia armada, en el que casi todo el mundo puede comprar un arma y existe una amplia violencia de la derecha radical, de grupos como Proud Boys o el Ku Klux Klan.

Por supuesto que en Europa también existen lugares como la Casa Pound en Italia y también hay neonazis y cabezas rapadas, pero el nivel de violencia es menor que en EEUU, y es violencia episódica, no es estratégica, dirigida o controlada por un partido como AfD. Pienso que la violencia política está muy deslegitimada en Europa.

Imagínese que Alice Weidel intentara conquistar el Reichstag con 100.000 hombres armados. No funcionaría, AfD perdería su apoyo social. Ese culto a la violencia y a la muerte, que sí existió en la República de Weimar, hoy ya no existe. Esa es una de las mayores diferencias entre entonces y ahora.

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Si hubiese una escalada en la guerra de Ucrania y, por ejemplo, Putin atacase Finlandia, entonces tal vez comenzaríamos a acostumbrarnos a la violencia en Europa. Los partidos de ultraderecha europeos ya no necesitan la violencia para llegar al poder. Lo alcanzan a través de las urnas. AfD ya está cerca del 30% de los votos en las encuestas en Alemania. El experto señala que el «culto a la muerte» presente en la Alemania de Weimar ya no existe en el país y ve paralelismos entre la emergencia ultra actual y la de hace un siglo en la crisis económica, el rechazo reaccionario a la transformación de las identidades de género y la revolución del sistema de medios de comunicaciónLos votantes que propulsan a la ultraderecha en Alemania: “Todo es una mierda”
“La historia no se repite, pero a menudo rima” o “la historia ocurre primero como tragedia y después como farsa” son dos de las frases más manidas cuando se hace referencia a la repetición de dinámicas históricas. Los tiempos que vivimos, con todas las diferencias existentes con el periodo de entreguerras del siglo pasado, se van acompasando con lo ocurrido hace 100 años. El avance de fuerzas reaccionarias es prueba de ello. El historiador alemán Sven Reichardt explora esos paralelismos en lo que él llama la “reinvención del fascismo”.

Usted habla de la “reinvención del fascismo” ante el ascenso de partidos y movimientos reaccionarios en diferentes países del mundo ¿Tantas similitudes ve entre nuestro tiempo y los años de entreguerras del siglo pasado?

El fascismo que se está reinventando difiere del fascismo histórico en varios aspectos, entre otras cosas porque no tiene un culto a la violencia y ya no reconoce las guerras imperiales de conquista, con la excepción de Putin, que es un caso especial. Y debido a que no presenta paramilitarismo ni tiene al comunismo como oponente, actúa de manera diferente al fascismo histórico. Lo que es diferente de los tiempos que corren es que de momento no tenemos una gran guerra de la que surja el fascismo. Además, tenemos otro tipo de crisis económica a la de los años 20 del siglo pasado. Nuestra sociedad ya no es una sociedad obrera clásica [como entonces].

Acaba de enumerar las diferencias entre el fascismo de hace un siglo y el reinventado de nuestros días, pero usted establece también tres elementos comunes entre ambos: la crisis económica, el rechazo reaccionario a la transformación de las identidades de género y la revolución del sistema de medios ¿Cuándo cree que confluyen esos tres fenómenos para la “reinvención del fascismo”?

En la década de los 90, con el colapso de los regímenes comunistas o socialistas, hubo una especie de liberación que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”. Cundía la euforia por la globalización en un mundo bajo el orden liberal. Con el cambio de siglo, comienza a gestarse una profunda decepción porque la desigualdad social en el mundo no solo no disminuye, sino que aumenta. Y Occidente, en lugar de ascender, entra en declive. El nuevo ganador de esta globalización o del fin de la Guerra Fría ha sido Asia y no Europa ni EEUU.

Esto también ha alimentado a las derechas radicales y su culpabilización de los migrantes sobre las decepciones económicas. Por supuesto, esto también forma parte de un mundo globalizado, en el que la migración es cada vez mayor. En la década de los 2000, las redes sociales comienzan además a tener un amplio impacto, también en el discurso político, lo que coincide con el declive de la prensa de calidad y de los medios de comunicación. Diría que ese es el momento en el que comienzan a confluir esos tres fenómenos.

Hablando de figuras concretas: usted ve similitudes entre Trump y Hitler. Estas son la agresividad retórica, la glorificación del derecho del más fuerte, el ultranacionalismo y los ataques racistas contra los inmigrantes ¿Ve también esas similitudes entre Trump y el partido Alternativa para Alemania (AfD)?

Ideólogos en la órbita de AfD, como el editor Götz Kubitschek y otros, propagan desde hace tiempo la teoría del Gran Reemplazo, que sustenta la idea de la desaparición de la raza blanca. Líderes de AfD, como Björn Höcke y también Alice Weidel, hacen referencias a esa teoría. Por supuesto, esos líderes también agitan el discurso público contra los migrantes, hablan de los “hombres con cuchillo” y las “mujeres del pañuelo”, expresiones racistas que desprecian a los extranjeros. AfD también habla de reforzar las fronteras, incluso de disparar en ellas. Eso también es una glorificación del más fuerte, de la violencia.

Pero el caso de Trump es diferente. Esto tiene que ver también con las diferencias entre los sistemas políticos de EEUU y Alemania. El culto al líder funciona muy bien en un sistema presidencialista como el estadounidense, donde las campañas electorales también son muy personalistas. En ese sentido, no se puede comparar a Alice Weidel, la candidata a canciller de AfD, con Donald Trump.

Trump ha hecho pedazos al Partido Republicano. Si buscamos una comparación entre Trump y un líder europeo, entonces creo que el más cercano es el húngaro Víktor Orbán, que escenifica su política como presidencialista, que ha dejado caer todos los controles y equilibrios democráticos. Eso es lo que le gustaría a hacer también a Giorgia Meloni en Italia: reorganizar el sistema político para centrarlo todo en su persona. Pero eso le va a llevar años porque el sistema italiano es completamente diferente al estadounidense. Trump gobierna con órdenes ejecutivas, tratando de eludir toda la política parlamentaria. Es un culto al liderazgo que no existe en Alemania y que esperemos que no exista jamás.

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La dramatización de los contenidos se conseguía entonces a través de la radio. Se crearon nuevas formas de reportajes que incluían la captación directa de sonidos o voces en la calle y trasmitían la impresión de que la audiencia estaba en directo, una sensación de inmediatez.

Esa sensación de inmediatez también la tienes hoy en las redes sociales. Los usuarios de las redes sociales pueden tener la sensación de estar en conversación directamente con un candidato de AfD, por ejemplo. Los fascistas saben utilizar estos nuevos formatos mediáticos. Tienen mucho éxito a la hora de apropiarse de dichos formatos y los algoritmos los premian: cuanto más emocional, cuanto más dramático, cuanto más sensacionalista, más clics.

Otros de los paralelismos históricos que usted traza entre los fascismos del siglo XX y los actuales son la reacción antifeminista y el rechazo de la transformación de la identidad de género.

Durante la primera Guerra Mundial, muchas mujeres se incorporaron al mercado laboral porque los hombres estaban en el frente. También obtuvieron el derecho a voto tras la guerra. Todo esto impulsó la emancipación de la mujer e hizo surgir un culto a una nueva mujer, segura de sí misma, atlética, joven, dinámica que ya no era ama de casa ni un apéndice del hombre. En ciudades como Berlín también surgió una escena queer. Aparecieron locales para homosexuales. Había un fenómeno metropolitano similar al movimiento LGTBI de hoy. En este sentido, hay ciertos paralelismos. Los fascistas describen las metrópolis como pozos negros del pecado, como el hundimiento de la civilización. Y eso es algo que ocurrió entonces y también ocurre ahora.

Esos movimientos de emancipación, esa pluralización de los roles de género son innovaciones contra las que hoy se revuelve el concepto de wokeness, que enfrenta las ciudades con el campo, la tradición con la modernidad. Ese también fue el caso en la década de los años 20 del siglo pasado. Hoy también hay una crisis de la masculinidad clásica. Entonces ocurrió con los hombres de la República de Weimar, hoy ocurre con los llamados incels, hombres incapaces de relacionarse con las mujeres y que desarrollan un odio hacia ellas.

Ya lo ha dicho antes. La gran diferencia que usted ve entre el fascismo de hace un siglo y el actual es la glorificación de la violencia y uso del paramilitarismo. Sin embargo, ya hemos visto conatos de insurrección violenta en el asalto trumpista al Capitolio de Estados Unidos o en el intento de golpe de estado bolsonarista en Brasil. ¿No cree que eso también podría comenzar a pasar con movimientos reaccionarios de países europeos?

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Por supuesto que en Europa también existen lugares como la Casa Pound en Italia y también hay neonazis y cabezas rapadas, pero el nivel de violencia es menor que en EEUU, y es violencia episódica, no es estratégica, dirigida o controlada por un partido como AfD. Pienso que la violencia política está muy deslegitimada en Europa.

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Si hubiese una escalada en la guerra de Ucrania y, por ejemplo, Putin atacase Finlandia, entonces tal vez comenzaríamos a acostumbrarnos a la violencia en Europa. Los partidos de ultraderecha europeos ya no necesitan la violencia para llegar al poder. Lo alcanzan a través de las urnas. AfD ya está cerca del 30% de los votos en las encuestas en Alemania.  

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Usted habla de la “reinvención del fascismo” ante el ascenso de partidos y movimientos reaccionarios en diferentes países del mundo ¿Tantas similitudes ve entre nuestro tiempo y los años de entreguerras del siglo pasado?

 ElDiario.es – Internacional

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