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  Cultura  Radiohead resucita en Madrid evocando su esencia alternativa y afianzando a sus nuevos fans
Cultura

Radiohead resucita en Madrid evocando su esencia alternativa y afianzando a sus nuevos fans

noviembre 5, 2025
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El grupo británico empieza una gira de 20 conciertos con cuatro llenos seguidos en Madrid. Aunque tienen cierta carga política en sus letras, no hubo ningún reclamo en defensa a Palestina Rosalía publica por error ‘Reliquia’, tema dedicado a los lugares en los que murió y renació, antes del lanzamiento de ‘Lux’
8.147 días. Más de dos décadas después volvió a tocar Radiohead en España fuera de festivales. No lo hacía desde julio de 2003. Ese grupo que siempre se ha saltado las reglas de la industria y que se ha etiquetado como música alternativa. No empiezan en casa, en Reino Unido o en un gran festival, sino con cuatro conciertos casi consecutivos –4,5, 7 y 8 de noviembre– en el estadio Movistar Arena. La banda británica ha vuelto a girar tras más de siete años sin actuar. Y la última vez que tocaron fue el 1 de agosto de 2018 en Filadelfia, en Estados Unidos. Empiezan en Madrid y visitarán un total de 20 ciudades, parando también en Bolonia, Londres, Copenhague y Berlín.

La expectación era alta. En los aledaños del estadio se ve a todos esa generación de los 70 y 80 que pasaron su adolescencia influenciados por una de las bandas más importantes de la historia. Las entradas volaron en apenas 30 minutos. Es la gente que convivió con Oasis y la resaca emocional que dejaron Nirvana y el suicidio de Kurt Cobain. Chaquetas de cuero, pantalones pitillos, cuerpos desgastados y ya con algunas arrugas poblaron los aledaños del Movistar Arena. También hay hijos acompañando a padres. Las entradas volaron. Para evitar que los bots hiciesen negocio con la reventa incluso desarrollaron un curioso método con códigos. Cada concierto reunirá a 17.000 personas. Un impacto de 2,3 millones de euros para la capital, sobre todo en el sector de la restauración, según la tecnología Marian. 

Hablar de Radiohead es hablar de historia viva de la música. Sus logros son fáciles de resumir: son autores de casi una decena de álbumes que siguen creciendo con el paso del tiempo. Nunca se han conformado. Han ido variando de sonido, asumiendo riesgos artísticos y alejados de las fórmulas de la música comercial. Han pasado por el rock, punk, psicodelia y electrónica de sintetizadores. Lo experimentaron los críticos: Radiohead fueron pioneros de esa tendencia de publicar discos sin avisar y se vieron obligados a escribir críticas exprés de sus trabajos. Y es complicado juzgar con solo una escucha álbumes que si algo necesitan para ser digeridos apropiadamente es tiempo.

Radiohead sigue componiéndolo Thom Yorke (voz, guitarra y piano), Jonny Greenwood (guitarra, teclados y otros instrumentos), Colin Greenwood (bajo y teclados), Ed O’Brien (guitarra y coros) y Phil Selway (batería y percusión); a esos cinco se suman de hecho el productor Nigel Godrich y el artista Stanley Donwood, con lo que hoy la banda funciona como un septeto creativo. Aunque, salvo Colin, todos han desarrollado proyectos al margen —Ed y Phil han publicado discos en solitario, Jonny compone para cine y Thom combina trabajos propios y proyectos paralelos (por ejemplo, junto a Greenwood en The Smile)— hubo vida en paralelo a Radiohead.

Como siempre, yendo al contrario de Oasis, ya han dicho que el repertorio de las canciones cambiaría cada día de actuación. Algo que hace también Bruce Springsteen. Un reto para la banda: que sus canciones suenen renovadas para aquellos que van a verlos conquistados por el mito de su trayecto. A la vez, deben reconquistarse a sí mismos.

Al entrar al estadio uno ya intuye lo que puede ver. No es solo un concierto de una banda de rock. Es un acto teatral de música en directo. Un cilindro poliédrico con paneles de pantellas conquista el centro de la pista del Movistar Arena. Los separa del público un foso circular. Empiezan potentes con uno de sus temas más clásicos, Let Down. No cabe una persona más en el estadio. Algo insólito: no había fotógrafos acreditados y desde Doctor Music, la promotora, prohibieron a los periodistas asistentes fotografiar o grabar el concierto para su uso. Ni que las fotos desde una grada a más de 30 metros de distancia fuesen a retratar algún improperio de las estrellas de la música.

Radiohead es una banda contracultural absorbida por la cultura de masas. Fueron pioneros en subir su música a internet, con el álbum Kid A (1997). Abrieron una web oficial y un foro,   además de enlazar y comunicarse con las principales páginas creadas por sus fans. Han ganado Grammys, MTV Awards, AIM de Música Independiente o Premios Brit. Hoy aún los escuchan casi 45 millones de personas al mes en Spotify. El concierto se convierte en un repaso a sus nueve álbumes llenos de éxitos.

Thom Yorke luce un pelo más largo que la última vez que tocaron en Estados Unidos. Es el que más moderno viste, con unos pantalones anchos, una camiseta oversize y unas zapatillas deportivas. Es el elemento de conexión constante a lo largo del bolo. Unas luces translúcidas, medio transparentes, permiten ver lo que hacen dentro del escenario. A medida que continúan las canciones, esas luces se van difuminando y ellos interactúan cada vez más con su público.

Con la siguiente canción, 2+2=5, ponen al estadio a botar. Muchos recordarán aquellos conciertos gloriosos de principios de los 2000. El show es una montaña rusa. Continúan con Sit Down. Stand Up, que no la tocaban en directo desde 2004. De las canciones más potentes y enérgicas pivotean por las más trascendentales y conceptuales. Apenas dejan tiempo entre un tema y otro, excepto por contados “gracias”, en español de Yorke que enloquecen al público. Por momentos parece que uno está viendo una obra teatral con los juegos de luces y lo reflejado en las pantallas. Eso sí, a veces la jaula hace perder cierta conexión con el público. Una forma de exponerse, pero también dónde refugiarse. Tratándose de Radiohead probablemente sea intencionado.

Los momentos más electrónicos no tienen nada que envidiar a una Boiler Room. Sus potentísimos bajos conquistarían a cualquier artista de trap o DJs de hard tecno en Weird Fishes/Arpeggi. Imágenes psicodélicas, con luces y silencios y gritos que generan cierto desconcierto social e incomodidad. Tanto al verlos como al escucharlos. Lo personal se tralada a lo colectivo. Y se abre la jaula.

El público enloquece en cuanto las plataformas suben. Continúan variando su altura hasta casi el final del show y siguen proyectando imágenes conceptuales y metafóricas. Entre tema y tema disfrutan con pequeñas jams entre ellos. Algo que sorprende al compararlo con conciertos de música más actuales es la ausencia de teléfonos móviles grabando durante el concierto. Haberlos haylos, pero apenas representan un cuarto de la totalidad del estadio. 

Cuando tocan Weird Fishes/Aperggi, muchos no se resisten y alzan las cámaras de sus celulares. Alguno para poner el flash. Otros se siguen resistiendo, más anallógicos, y encienden sus mecheros, a la vieja ausanza. Al poco siguen con The National Anthem, que el público sigue en todo momento marcando el tempo con palmas. Es una canción que fue disruptiva en su momento, emplean un bajo repetitivo y sección de metales al estilo free jazz. Sigue sonando revolcionaria.

Tocan No Surprise. Lo hacen con retoques en el directo. Todo el mundo allí presente se la sabe. Señala cómo la vida cotidiana, rutinaria, en un mundo hiper-industrializado, acaba siendo opresiva. “Te ves tan cansado, infeliz / Derriba al Gobierno / Ellos no hablan por nosotros”. Durante la interpretación hay glitches en las imágenes, como si se trabase. También en el sonido, como si se rebobinase. Usan un filtro que altera la voz de Yorke y queda sonando mientras él recorre el escenario dando palmas y bailando como un poseso. No le hace falta cantar.

Una de las grandes temáticas de Radiohead ha sido el exponer sus sentimientos. Se muestran vulnerables, incomprendidos. Muchas bandas que los siguieron son deudores de esta rotura de moldes establecidos. Yorke interpreta Daydreaming sin apenas pronunciar, como quebrándose. Juega con los silencios y la atención de los allí presentes. Es una especie de elegía: una reflexión existencial nublada. “Un adiós a esos años”, canta. Radiohead sigue cambiando y transformándose. El público salta –no solo– en los estribillos. Lo hace en también en las jams y los solos de guitarra. Yorke aprovecha para animarlos recorriendo el escenario. En las canciones más electrónicas, muchos de los asistentes se acarician la parte superior de su cabeza y miran al cielo, con la sensación de estar viviendo una especie de éxtasis colectivo.

Tocan Idioteque acompañados de nuevo por imágenes con glitches verdes. La gente lo da todo. Al acabar, ya pasado el ecuador del show, aprovechan para darse un baño de aplausos. Lo echaban de menos. La jaula se vuelve a cerrar bajo los coros de “Radiohead” del público. Y suena Fake plastic trees, que corea todo el estadio, aunque Yorke casi la rapea. Vuelven los mecheros y los flashes. La canción trata sobre una persona que se siente falsa, en una vida de plástico. En esa crítica a la moral occidental, sin atisbos de ningún tipo de optimismo, se ven reflejados muchos jóvenes de 20 y 30 años. Hay quien incluso llora.

Cuando se habla de ellos como artistas comprometidos con las causas medioambientales les llaman hipócritas, porque mueven por el mundo enormes giras de lo más contaminantes. Políticamente, señalan sus censores, son unos elitistas progres. Tampoco han sido nunca demasiado rotundos al condenar el genocidio en Palestina. Si bien Yorke aseguró que ahora mismo no volverían a tocar en Israel. Al guitarrista, Jonny Greenwood, se le ha acusado de colaboracionista con Israel. El tema no se asomó ni de lejos en todo el concierto. Oportunidad perdida para un grupo que dice estar en contra de las injusticias. Demasiado tibios.

De ahí en adelante irán sonando las canciones más conocidas. Subterranean Homesick que continúan con Paranoid Andorid.  Yorke coge la acústica y sigue gustándose, baila e interactúa con el público. Una línea muy frecuente en Radiohead es la sensación de desconexión — del cuerpo, de los otros, del mundo — y cómo la tecnología, el consumo y la globalización crean cada vez más escenario inquietante. En Paranoid Android, del álbum OK Computer, aparece un collage de voces, figuras fragmentadas y referencias a la “androidización” del sujeto: “a complex journey through modern anxiety and technological alienation”.

Continúan con How to Disappear Completely y su temática trascendental y dramática. Los más jóvenes organizan un pogo espontáneo delante de Yorke. Al acabar, unas luces rojes marcan el contorno del escenario. El ritmo vuelve a bajar con There There. Yorke se sienta, solo ante el teclado, sin baterías, con una cámara que lo enfoca en un primer plano. De vez en cuanto le muestra al público. No tocaron su mayor éxito, Creep, probablemente por la denuncia por plagio de The Ait That I Breathe de The Hollies.

Acaban el show con Karma Police. Una de sus canciones más conocidas de la historia. “Esto es lo que recibes”, reza el estribillo. Es una forma cruda de despedirse. Una crítica directa hacia la alienación del sistema capitalista. Un himno que los ha posicionado en la aristocracia mundial. Se focaliza en la mirada del resto y cómo nos hace sentir. Quizás por eso no quieren tener que dar su opinión sobre todo. Al acabar todo el estadio se pone de pie a aplaudirles en alto. Ellos hacen una reverencia, pero no se recrean demasiado. Se van sin demasiadas florituras. Aún les quedan fechas. El grupo británico empieza una gira de 20 conciertos con cuatro llenos seguidos en Madrid. Aunque tienen cierta carga política en sus letras, no hubo ningún reclamo en defensa a Palestina Rosalía publica por error ‘Reliquia’, tema dedicado a los lugares en los que murió y renació, antes del lanzamiento de ‘Lux’
8.147 días. Más de dos décadas después volvió a tocar Radiohead en España fuera de festivales. No lo hacía desde julio de 2003. Ese grupo que siempre se ha saltado las reglas de la industria y que se ha etiquetado como música alternativa. No empiezan en casa, en Reino Unido o en un gran festival, sino con cuatro conciertos casi consecutivos –4,5, 7 y 8 de noviembre– en el estadio Movistar Arena. La banda británica ha vuelto a girar tras más de siete años sin actuar. Y la última vez que tocaron fue el 1 de agosto de 2018 en Filadelfia, en Estados Unidos. Empiezan en Madrid y visitarán un total de 20 ciudades, parando también en Bolonia, Londres, Copenhague y Berlín.

La expectación era alta. En los aledaños del estadio se ve a todos esa generación de los 70 y 80 que pasaron su adolescencia influenciados por una de las bandas más importantes de la historia. Las entradas volaron en apenas 30 minutos. Es la gente que convivió con Oasis y la resaca emocional que dejaron Nirvana y el suicidio de Kurt Cobain. Chaquetas de cuero, pantalones pitillos, cuerpos desgastados y ya con algunas arrugas poblaron los aledaños del Movistar Arena. También hay hijos acompañando a padres. Las entradas volaron. Para evitar que los bots hiciesen negocio con la reventa incluso desarrollaron un curioso método con códigos. Cada concierto reunirá a 17.000 personas. Un impacto de 2,3 millones de euros para la capital, sobre todo en el sector de la restauración, según la tecnología Marian. 

Hablar de Radiohead es hablar de historia viva de la música. Sus logros son fáciles de resumir: son autores de casi una decena de álbumes que siguen creciendo con el paso del tiempo. Nunca se han conformado. Han ido variando de sonido, asumiendo riesgos artísticos y alejados de las fórmulas de la música comercial. Han pasado por el rock, punk, psicodelia y electrónica de sintetizadores. Lo experimentaron los críticos: Radiohead fueron pioneros de esa tendencia de publicar discos sin avisar y se vieron obligados a escribir críticas exprés de sus trabajos. Y es complicado juzgar con solo una escucha álbumes que si algo necesitan para ser digeridos apropiadamente es tiempo.

Radiohead sigue componiéndolo Thom Yorke (voz, guitarra y piano), Jonny Greenwood (guitarra, teclados y otros instrumentos), Colin Greenwood (bajo y teclados), Ed O’Brien (guitarra y coros) y Phil Selway (batería y percusión); a esos cinco se suman de hecho el productor Nigel Godrich y el artista Stanley Donwood, con lo que hoy la banda funciona como un septeto creativo. Aunque, salvo Colin, todos han desarrollado proyectos al margen —Ed y Phil han publicado discos en solitario, Jonny compone para cine y Thom combina trabajos propios y proyectos paralelos (por ejemplo, junto a Greenwood en The Smile)— hubo vida en paralelo a Radiohead.

Como siempre, yendo al contrario de Oasis, ya han dicho que el repertorio de las canciones cambiaría cada día de actuación. Algo que hace también Bruce Springsteen. Un reto para la banda: que sus canciones suenen renovadas para aquellos que van a verlos conquistados por el mito de su trayecto. A la vez, deben reconquistarse a sí mismos.

Al entrar al estadio uno ya intuye lo que puede ver. No es solo un concierto de una banda de rock. Es un acto teatral de música en directo. Un cilindro poliédrico con paneles de pantellas conquista el centro de la pista del Movistar Arena. Los separa del público un foso circular. Empiezan potentes con uno de sus temas más clásicos, Let Down. No cabe una persona más en el estadio. Algo insólito: no había fotógrafos acreditados y desde Doctor Music, la promotora, prohibieron a los periodistas asistentes fotografiar o grabar el concierto para su uso. Ni que las fotos desde una grada a más de 30 metros de distancia fuesen a retratar algún improperio de las estrellas de la música.

Radiohead es una banda contracultural absorbida por la cultura de masas. Fueron pioneros en subir su música a internet, con el álbum Kid A (1997). Abrieron una web oficial y un foro,   además de enlazar y comunicarse con las principales páginas creadas por sus fans. Han ganado Grammys, MTV Awards, AIM de Música Independiente o Premios Brit. Hoy aún los escuchan casi 45 millones de personas al mes en Spotify. El concierto se convierte en un repaso a sus nueve álbumes llenos de éxitos.

Thom Yorke luce un pelo más largo que la última vez que tocaron en Estados Unidos. Es el que más moderno viste, con unos pantalones anchos, una camiseta oversize y unas zapatillas deportivas. Es el elemento de conexión constante a lo largo del bolo. Unas luces translúcidas, medio transparentes, permiten ver lo que hacen dentro del escenario. A medida que continúan las canciones, esas luces se van difuminando y ellos interactúan cada vez más con su público.

Con la siguiente canción, 2+2=5, ponen al estadio a botar. Muchos recordarán aquellos conciertos gloriosos de principios de los 2000. El show es una montaña rusa. Continúan con Sit Down. Stand Up, que no la tocaban en directo desde 2004. De las canciones más potentes y enérgicas pivotean por las más trascendentales y conceptuales. Apenas dejan tiempo entre un tema y otro, excepto por contados “gracias”, en español de Yorke que enloquecen al público. Por momentos parece que uno está viendo una obra teatral con los juegos de luces y lo reflejado en las pantallas. Eso sí, a veces la jaula hace perder cierta conexión con el público. Una forma de exponerse, pero también dónde refugiarse. Tratándose de Radiohead probablemente sea intencionado.

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El público enloquece en cuanto las plataformas suben. Continúan variando su altura hasta casi el final del show y siguen proyectando imágenes conceptuales y metafóricas. Entre tema y tema disfrutan con pequeñas jams entre ellos. Algo que sorprende al compararlo con conciertos de música más actuales es la ausencia de teléfonos móviles grabando durante el concierto. Haberlos haylos, pero apenas representan un cuarto de la totalidad del estadio. 

Cuando tocan Weird Fishes/Aperggi, muchos no se resisten y alzan las cámaras de sus celulares. Alguno para poner el flash. Otros se siguen resistiendo, más anallógicos, y encienden sus mecheros, a la vieja ausanza. Al poco siguen con The National Anthem, que el público sigue en todo momento marcando el tempo con palmas. Es una canción que fue disruptiva en su momento, emplean un bajo repetitivo y sección de metales al estilo free jazz. Sigue sonando revolcionaria.

Tocan No Surprise. Lo hacen con retoques en el directo. Todo el mundo allí presente se la sabe. Señala cómo la vida cotidiana, rutinaria, en un mundo hiper-industrializado, acaba siendo opresiva. “Te ves tan cansado, infeliz / Derriba al Gobierno / Ellos no hablan por nosotros”. Durante la interpretación hay glitches en las imágenes, como si se trabase. También en el sonido, como si se rebobinase. Usan un filtro que altera la voz de Yorke y queda sonando mientras él recorre el escenario dando palmas y bailando como un poseso. No le hace falta cantar.

Una de las grandes temáticas de Radiohead ha sido el exponer sus sentimientos. Se muestran vulnerables, incomprendidos. Muchas bandas que los siguieron son deudores de esta rotura de moldes establecidos. Yorke interpreta Daydreaming sin apenas pronunciar, como quebrándose. Juega con los silencios y la atención de los allí presentes. Es una especie de elegía: una reflexión existencial nublada. “Un adiós a esos años”, canta. Radiohead sigue cambiando y transformándose. El público salta –no solo– en los estribillos. Lo hace en también en las jams y los solos de guitarra. Yorke aprovecha para animarlos recorriendo el escenario. En las canciones más electrónicas, muchos de los asistentes se acarician la parte superior de su cabeza y miran al cielo, con la sensación de estar viviendo una especie de éxtasis colectivo.

Tocan Idioteque acompañados de nuevo por imágenes con glitches verdes. La gente lo da todo. Al acabar, ya pasado el ecuador del show, aprovechan para darse un baño de aplausos. Lo echaban de menos. La jaula se vuelve a cerrar bajo los coros de “Radiohead” del público. Y suena Fake plastic trees, que corea todo el estadio, aunque Yorke casi la rapea. Vuelven los mecheros y los flashes. La canción trata sobre una persona que se siente falsa, en una vida de plástico. En esa crítica a la moral occidental, sin atisbos de ningún tipo de optimismo, se ven reflejados muchos jóvenes de 20 y 30 años. Hay quien incluso llora.

Cuando se habla de ellos como artistas comprometidos con las causas medioambientales les llaman hipócritas, porque mueven por el mundo enormes giras de lo más contaminantes. Políticamente, señalan sus censores, son unos elitistas progres. Tampoco han sido nunca demasiado rotundos al condenar el genocidio en Palestina. Si bien Yorke aseguró que ahora mismo no volverían a tocar en Israel. Al guitarrista, Jonny Greenwood, se le ha acusado de colaboracionista con Israel. El tema no se asomó ni de lejos en todo el concierto. Oportunidad perdida para un grupo que dice estar en contra de las injusticias. Demasiado tibios.

De ahí en adelante irán sonando las canciones más conocidas. Subterranean Homesick que continúan con Paranoid Andorid.  Yorke coge la acústica y sigue gustándose, baila e interactúa con el público. Una línea muy frecuente en Radiohead es la sensación de desconexión — del cuerpo, de los otros, del mundo — y cómo la tecnología, el consumo y la globalización crean cada vez más escenario inquietante. En Paranoid Android, del álbum OK Computer, aparece un collage de voces, figuras fragmentadas y referencias a la “androidización” del sujeto: “a complex journey through modern anxiety and technological alienation”.

Continúan con How to Disappear Completely y su temática trascendental y dramática. Los más jóvenes organizan un pogo espontáneo delante de Yorke. Al acabar, unas luces rojes marcan el contorno del escenario. El ritmo vuelve a bajar con There There. Yorke se sienta, solo ante el teclado, sin baterías, con una cámara que lo enfoca en un primer plano. De vez en cuanto le muestra al público. No tocaron su mayor éxito, Creep, probablemente por la denuncia por plagio de The Ait That I Breathe de The Hollies.

Acaban el show con Karma Police. Una de sus canciones más conocidas de la historia. “Esto es lo que recibes”, reza el estribillo. Es una forma cruda de despedirse. Una crítica directa hacia la alienación del sistema capitalista. Un himno que los ha posicionado en la aristocracia mundial. Se focaliza en la mirada del resto y cómo nos hace sentir. Quizás por eso no quieren tener que dar su opinión sobre todo. Al acabar todo el estadio se pone de pie a aplaudirles en alto. Ellos hacen una reverencia, pero no se recrean demasiado. Se van sin demasiadas florituras. Aún les quedan fechas.  

8.147 días. Más de dos décadas después volvió a tocar Radiohead en España fuera de festivales. No lo hacía desde julio de 2003. Ese grupo que siempre se ha saltado las reglas de la industria y que se ha etiquetado como música alternativa. No empiezan en casa, en Reino Unido o en un gran festival, sino con cuatro conciertos casi consecutivos –4,5, 7 y 8 de noviembre– en el estadio Movistar Arena. La banda británica ha vuelto a girar tras más de siete años sin actuar. Y la última vez que tocaron fue el 1 de agosto de 2018 en Filadelfia, en Estados Unidos. Empiezan en Madrid y visitarán un total de 20 ciudades, parando también en Bolonia, Londres, Copenhague y Berlín.

La expectación era alta. En los aledaños del estadio se ve a todos esa generación de los 70 y 80 que pasaron su adolescencia influenciados por una de las bandas más importantes de la historia. Las entradas volaron en apenas 30 minutos. Es la gente que convivió con Oasis y la resaca emocional que dejaron Nirvana y el suicidio de Kurt Cobain. Chaquetas de cuero, pantalones pitillos, cuerpos desgastados y ya con algunas arrugas poblaron los aledaños del Movistar Arena. También hay hijos acompañando a padres. Las entradas volaron. Para evitar que los bots hiciesen negocio con la reventa incluso desarrollaron un curioso método con códigos. Cada concierto reunirá a 17.000 personas. Un impacto de 2,3 millones de euros para la capital, sobre todo en el sector de la restauración, según la tecnología Marian. 

Hablar de Radiohead es hablar de historia viva de la música. Sus logros son fáciles de resumir: son autores de casi una decena de álbumes que siguen creciendo con el paso del tiempo. Nunca se han conformado. Han ido variando de sonido, asumiendo riesgos artísticos y alejados de las fórmulas de la música comercial. Han pasado por el rock, punk, psicodelia y electrónica de sintetizadores. Lo experimentaron los críticos: Radiohead fueron pioneros de esa tendencia de publicar discos sin avisar y se vieron obligados a escribir críticas exprés de sus trabajos. Y es complicado juzgar con solo una escucha álbumes que si algo necesitan para ser digeridos apropiadamente es tiempo.

Radiohead sigue componiéndolo Thom Yorke (voz, guitarra y piano), Jonny Greenwood (guitarra, teclados y otros instrumentos), Colin Greenwood (bajo y teclados), Ed O’Brien (guitarra y coros) y Phil Selway (batería y percusión); a esos cinco se suman de hecho el productor Nigel Godrich y el artista Stanley Donwood, con lo que hoy la banda funciona como un septeto creativo. Aunque, salvo Colin, todos han desarrollado proyectos al margen —Ed y Phil han publicado discos en solitario, Jonny compone para cine y Thom combina trabajos propios y proyectos paralelos (por ejemplo, junto a Greenwood en The Smile)— hubo vida en paralelo a Radiohead.

Como siempre, yendo al contrario de Oasis, ya han dicho que el repertorio de las canciones cambiaría cada día de actuación. Algo que hace también Bruce Springsteen. Un reto para la banda: que sus canciones suenen renovadas para aquellos que van a verlos conquistados por el mito de su trayecto. A la vez, deben reconquistarse a sí mismos.

Al entrar al estadio uno ya intuye lo que puede ver. No es solo un concierto de una banda de rock. Es un acto teatral de música en directo. Un cilindro poliédrico con paneles de pantellas conquista el centro de la pista del Movistar Arena. Los separa del público un foso circular. Empiezan potentes con uno de sus temas más clásicos, Let Down. No cabe una persona más en el estadio. Algo insólito: no había fotógrafos acreditados y desde Doctor Music, la promotora, prohibieron a los periodistas asistentes fotografiar o grabar el concierto para su uso. Ni que las fotos desde una grada a más de 30 metros de distancia fuesen a retratar algún improperio de las estrellas de la música.

Radiohead es una banda contracultural absorbida por la cultura de masas. Fueron pioneros en subir su música a internet, con el álbum Kid A (1997). Abrieron una web oficial y un foro,   además de enlazar y comunicarse con las principales páginas creadas por sus fans. Han ganado Grammys, MTV Awards, AIM de Música Independiente o Premios Brit. Hoy aún los escuchan casi 45 millones de personas al mes en Spotify. El concierto se convierte en un repaso a sus nueve álbumes llenos de éxitos.

Thom Yorke luce un pelo más largo que la última vez que tocaron en Estados Unidos. Es el que más moderno viste, con unos pantalones anchos, una camiseta oversize y unas zapatillas deportivas. Es el elemento de conexión constante a lo largo del bolo. Unas luces translúcidas, medio transparentes, permiten ver lo que hacen dentro del escenario. A medida que continúan las canciones, esas luces se van difuminando y ellos interactúan cada vez más con su público.

Con la siguiente canción, 2+2=5, ponen al estadio a botar. Muchos recordarán aquellos conciertos gloriosos de principios de los 2000. El show es una montaña rusa. Continúan con Sit Down. Stand Up, que no la tocaban en directo desde 2004. De las canciones más potentes y enérgicas pivotean por las más trascendentales y conceptuales. Apenas dejan tiempo entre un tema y otro, excepto por contados “gracias”, en español de Yorke que enloquecen al público. Por momentos parece que uno está viendo una obra teatral con los juegos de luces y lo reflejado en las pantallas. Eso sí, a veces la jaula hace perder cierta conexión con el público. Una forma de exponerse, pero también dónde refugiarse. Tratándose de Radiohead probablemente sea intencionado.

Los momentos más electrónicos no tienen nada que envidiar a una Boiler Room. Sus potentísimos bajos conquistarían a cualquier artista de trap o DJs de hard tecno en Weird Fishes/Arpeggi. Imágenes psicodélicas, con luces y silencios y gritos que generan cierto desconcierto social e incomodidad. Tanto al verlos como al escucharlos. Lo personal se tralada a lo colectivo. Y se abre la jaula.

El público enloquece en cuanto las plataformas suben. Continúan variando su altura hasta casi el final del show y siguen proyectando imágenes conceptuales y metafóricas. Entre tema y tema disfrutan con pequeñas jams entre ellos. Algo que sorprende al compararlo con conciertos de música más actuales es la ausencia de teléfonos móviles grabando durante el concierto. Haberlos haylos, pero apenas representan un cuarto de la totalidad del estadio. 

Cuando tocan Weird Fishes/Aperggi, muchos no se resisten y alzan las cámaras de sus celulares. Alguno para poner el flash. Otros se siguen resistiendo, más anallógicos, y encienden sus mecheros, a la vieja ausanza. Al poco siguen con The National Anthem, que el público sigue en todo momento marcando el tempo con palmas. Es una canción que fue disruptiva en su momento, emplean un bajo repetitivo y sección de metales al estilo free jazz. Sigue sonando revolcionaria.

Tocan No Surprise. Lo hacen con retoques en el directo. Todo el mundo allí presente se la sabe. Señala cómo la vida cotidiana, rutinaria, en un mundo hiper-industrializado, acaba siendo opresiva. “Te ves tan cansado, infeliz / Derriba al Gobierno / Ellos no hablan por nosotros”. Durante la interpretación hay glitches en las imágenes, como si se trabase. También en el sonido, como si se rebobinase. Usan un filtro que altera la voz de Yorke y queda sonando mientras él recorre el escenario dando palmas y bailando como un poseso. No le hace falta cantar.

Una de las grandes temáticas de Radiohead ha sido el exponer sus sentimientos. Se muestran vulnerables, incomprendidos. Muchas bandas que los siguieron son deudores de esta rotura de moldes establecidos. Yorke interpreta Daydreaming sin apenas pronunciar, como quebrándose. Juega con los silencios y la atención de los allí presentes. Es una especie de elegía: una reflexión existencial nublada. “Un adiós a esos años”, canta. Radiohead sigue cambiando y transformándose. El público salta –no solo– en los estribillos. Lo hace en también en las jams y los solos de guitarra. Yorke aprovecha para animarlos recorriendo el escenario. En las canciones más electrónicas, muchos de los asistentes se acarician la parte superior de su cabeza y miran al cielo, con la sensación de estar viviendo una especie de éxtasis colectivo.

Tocan Idioteque acompañados de nuevo por imágenes con glitches verdes. La gente lo da todo. Al acabar, ya pasadoel ecuador del show, aprovechan para darse un baño de aplausos. Lo echaban de menos. La jaula se vuelve a cerrar bajo los coros de “Radiohead” del público. Y suena Fake plastic trees, que corea todo el estadio, aunque Yorke casi la rapea. Vuelven los mecheros y los flashes. La canción trata sobre una persona que se siente falsa, en una vida de plástico. En esa crítica a la moral occidental, sin atisbos de ningún tipo de optimismo, se ven reflejados muchos jóvenes de 20 y 30 años. Hay quien incluso llora.

Cuando se habla de ellos como artistas comprometidos con las causas medioambientales les llaman hipócritas, porque mueven por el mundo enormes giras de lo más contaminantes. Políticamente, señalan sus censores, son unos elitistas progres. Tampoco han sido nunca demasiado rotundos al condenar el genocidio en Palestina. Si bien Yorke aseguró que ahora mismo no volverían a tocar en Israel. Al guitarrista, Jonny Greenwood, se le ha acusado de colaboracionista con Israel. El tema no se asomó ni de lejos en todo el concierto. Oportunidad perdida para un grupo que dice estar en contra de las injusticias. Demasiado tibios.

De ahí en adelante irán sonando las canciones más conocidas. Subterranean Homesick que continúan con Paranoid Andorid.  Yorke coge la acústica y sigue gustándose, baila e interactúa con el público. Una línea muy frecuente en Radiohead es la sensación de desconexión — del cuerpo, de los otros, del mundo — y cómo la tecnología, el consumo y la globalización crean cada vez más escenario inquietante. En Paranoid Android, del álbum OK Computer, aparece un collage de voces, figuras fragmentadas y referencias a la “androidización” del sujeto: “a complex journey through modern anxiety and technological alienation”.

Continúan con How to Disappear Completely y su temática trascendental y dramática. Los más jóvenes organizan un pogo espontáneo delante de Yorke. Al acabar, unas luces rojes marcan el contorno del escenario. El ritmo vuelve a bajar con There There. Yorke se sienta, solo ante el teclado, sin baterías, con una cámara que lo enfoca en un primer plano. De vez en cuanto le muestra al público. No tocaron su mayor éxito, Creep, probablemente por la denuncia por plagio de The Ait That I Breathe de The Hollies.

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Acaban el show con Karma Police. Una de sus canciones más conocidas de la historia. “Esto es lo que recibes”, reza el estribillo. Es una forma cruda de despedirse. Una crítica directa hacia la alienación del sistema capitalista. Un himno que los ha posicionado en la aristocracia mundial. Se focaliza en la mirada del resto y cómo nos hace sentir. Quizás por eso no quieren tener que dar su opinión sobre todo. Al acabar todo el estadio se pone de pie a aplaudirles en alto. Ellos hacen una reverencia, pero no se recrean demasiado. Se van sin demasiadas florituras. Aún les quedan fechas.

 ElDiario.es – Cultura

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