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  Cultura  Patricia Highsmith, una escritora a prueba de gatos
Cultura

Patricia Highsmith, una escritora a prueba de gatos

agosto 23, 2025
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Autores como Lord Byron, Charles Bukowski, Julio Cortázar, Doris Lessing o Joyce Carol Oates también permiten a los felinos colarse en su literatura y en su biografía ‘De hija a madre, de madre a hija’: el hilo maternofilial que teje la vida y la obra de Carmen Martín Gaite

No le sienta mal el adjetivo de felina: feroz, astuta, escurridiza como el minino taimado que se escapa después de una tropelía. Con la mirada gatuna: penetrante, maliciosa, tal vez en el fondo tímida, desconfiada. E independiente, lista, juguetona, mimosa cuando se enamora, pero también posesiva, con las garras siempre afiladas para defenderse, o para mantener el equilibrio. Y misteriosa, siempre, aunque se abriera en canal en sus diarios. Misteriosa… Porque a ella se le daba muy bien el misterio.

Quizá por esa dedicación al suspense, descubrir otra faceta de Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) es siempre una agradable sorpresa: Libros del Zorro Rojo publicó el pasado mes de marzo Gatos (con traducción de Eduardo Iriarte), una compilación que reúne tres cuentos, tres poemas y un breve ensayo que la creadora de Tom Ripley dedicó a estas criaturas. En realidad, no es una afición desconocida: ya en sus novelas de intriga los animales hacen acto de presencia, se sabe que tuvo gatos como mascota y por la red circulan fotos en su compañía.

Su fama de misántropa también contribuyó a alimentar ese tópico, tan a menudo injusto, de escritora solitaria rodeada de gatos. La autora frecuentó el círculo bohemio de Nueva York y amó con pasión en su juventud; no se puede decir que se pasara los días en casa, escondida detrás de la máquina de escribir. Ambas vertientes, en cualquier caso, no son incompatibles; y la compañía de los felinos enriquecía su existencia cotidiana. “Un gato hace de una casa un hogar”, escribe en el mencionado ensayo, Acerca de los gatos y el estilo de vida, que se publicó por primera vez en 1979, junto con los demás textos.
El escritor y su gato
No es raro que un escritor sienta fascinación por estos animales; de hecho, abundan tanto los autores que los han tenido como compañeros y/o que han escrito sobre ellos que la estampa de un intelectual acompañado con uno o varios gatos a sus pies se ha convertido en un tópico: Lord Byron, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Charles Bukowski, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Doris Lessing, Natsume Soseki, Joyce Carol Oates…, por no hablar de la caterva de novelas feel good japonesas, muchas de ellas con un gato en el centro, que de un tiempo a esta parte inundan las librerías.

¿De dónde surge ese entendimiento entre el creador y estos felinos? “Un escritor no está solo con un gato, pero sí está lo bastante solo para trabajar”, reflexiona Highsmith. Tal vez esa sea la clave: proporcionar compañía, ma non troppo. El gato, como compañero, no requiere tantos cuidados como otras mascotas (no digamos ya como un ser humano). “Los gatos ofrecen a los escritores algo que los seres humanos no pueden ofrecer: una compañía que no es exigente ni intrusiva, tan placentera y cambiante como un mar tranquilo que apenas se mueve”.

En cuanto a los posibles inconvenientes, como los arañazos y otros destrozos, la autora reconoce que ha sido “afortunada”: “He visto casas ajenas de las que los gatos prácticamente se habían adueñado”. Habla de su casa en el campo y de su jardín, y de cómo los gatos se han acostumbrado a corretear ahí fuera, a su aire. “No me gustaría tener que pasear a un perro dos o tres veces al día, haga el tiempo que haga”, admite, de modo que la independencia de los gatos se amolda a la perfección con su rutina.
Zarpazos literarios
Desde las mitologías clásicas a la narrativa contemporánea, los gatos son omnipresentes en los universos de ficción. Bastet, la diosa egipcia del hogar, aparece representada como un gato; Freya, la diosa nórdica del amor, llevaba un carro portado por dos gatos; en el folklore japonés, los llamados bakeneko y nekomata son una especie de gatos fantasma que conecta el mundo físico con la dimensión espiritual. En literatura infantil, están El gato con botas, el gato de Chesire de Alicia en el País de las Maravillas o los protagonistas de la saga Los gatos guerreros, de Erin Hunter.

Poetas como T. S. Eliot, Charles Baudelaire o Pablo Neruda les dedicaron sus versos; Rudyard Kipling escribió cuentos como El gato que andaba solo; Doris Lessing contó sus experiencias con los felinos asilvestrados que invadían la casa en su Sudáfrica natal y otras anécdotas gatunas en Gatos ilustres. Entre las novelas para el público adulto, son célebres los títulos de Natsume Soseki (Soy un gato), Sylvia Townsend Warner (Lolly Willowes), Colette (La gata), Luis Sepúlveda (Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar) y Haruki Murakami (Kafka en la orilla), entre otros.

En la obra de Patricia Highsmith, los animales son los protagonistas de la antología de relatos Crímenes bestiales, que Anagrama ha recuperado recientemente: a través de las historias de cómo diferentes fieras se vengaron de humanos abusivos, la autora se pone en el lugar del animal herido para dejar muy clara su postura animalista. Y, volviendo a Gatos, los tres cuentos del libro tienen su toque de misterio característico. En Algo que trajo el gato, el primero, el minino de la casa irrumpe una tarde de juegos de mesa entre vecinos para enseñar su caza, que no es un pájaro ni un desecho, como acostumbra, sino algo que se parece a unos dedos humanos.

Una de las ilustraciones de Patricia Highssmith en ‘Gatos’

El segundo relato, La mejor presa de Ming, se desarrolla en un barco y el protagonista es un gato viajero que adora a su ama. Todo fluye hasta que entra en escena un hombre, surgen los celos… y la rivalidad: “¿Acaso no estaba el ama de su parte? El intruso era el hombre”, sentencia. Por último, en La pajarera vacía, una extraña criatura de mirada inquietante se instala en una jaula que había quedado vacía. La mujer de la casa no sabe identificar qué es, y poco a poco una atmósfera de terror se va apoderando del hogar.

En los poemas, Highsmith personaliza a los gatos con una primera persona: “Todo en el mundo / se creó para que yo jugara […] / Hay tantas esquinas, puertas entreabiertas / y partes bajas de cosas que mirar, / tantos lugares a donde ir, que me pongo como loco / porque no puedo estar en todos a la vez”. En conjunto, ni los relatos ni los versos están a la altura de sus grandes obras, pero son una curiosidad que enriquece su universo literario y refuerza su posicionamiento a favor del felino y su comportamiento genuino, incluso cuando perturba la tranquilidad de los humanos.

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Este pequeño libro, editado en tapa dura, con el cuidado que Libros del Zorro Rojo pone en todo, se completa con unas ilustraciones de la propia autora (el dibujo y la pintura eran otra de sus aficiones, aunque nunca se atrevió a exponer), que tenía la costumbre de trazar esbozos de sus gatos. Una obra singular, por venir de una voz asociada al suspense psicológico y por lo atípico de conjugar en un solo volumen expresiones artísticas tan diferentes. Una pieza más del territorio Highsmith, imprescindible para sus incondicionales: “Me gusta sentarme con los ojos entrecerrados, / porque lo he visto todo / y mis recuerdos son mucho más interesantes. / Estoy en paz con todo”. Autores como Lord Byron, Charles Bukowski, Julio Cortázar, Doris Lessing o Joyce Carol Oates también permiten a los felinos colarse en su literatura y en su biografía ‘De hija a madre, de madre a hija’: el hilo maternofilial que teje la vida y la obra de Carmen Martín Gaite

No le sienta mal el adjetivo de felina: feroz, astuta, escurridiza como el minino taimado que se escapa después de una tropelía. Con la mirada gatuna: penetrante, maliciosa, tal vez en el fondo tímida, desconfiada. E independiente, lista, juguetona, mimosa cuando se enamora, pero también posesiva, con las garras siempre afiladas para defenderse, o para mantener el equilibrio. Y misteriosa, siempre, aunque se abriera en canal en sus diarios. Misteriosa… Porque a ella se le daba muy bien el misterio.

Quizá por esa dedicación al suspense, descubrir otra faceta de Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) es siempre una agradable sorpresa: Libros del Zorro Rojo publicó el pasado mes de marzo Gatos (con traducción de Eduardo Iriarte), una compilación que reúne tres cuentos, tres poemas y un breve ensayo que la creadora de Tom Ripley dedicó a estas criaturas. En realidad, no es una afición desconocida: ya en sus novelas de intriga los animales hacen acto de presencia, se sabe que tuvo gatos como mascota y por la red circulan fotos en su compañía.

Su fama de misántropa también contribuyó a alimentar ese tópico, tan a menudo injusto, de escritora solitaria rodeada de gatos. La autora frecuentó el círculo bohemio de Nueva York y amó con pasión en su juventud; no se puede decir que se pasara los días en casa, escondida detrás de la máquina de escribir. Ambas vertientes, en cualquier caso, no son incompatibles; y la compañía de los felinos enriquecía su existencia cotidiana. “Un gato hace de una casa un hogar”, escribe en el mencionado ensayo, Acerca de los gatos y el estilo de vida, que se publicó por primera vez en 1979, junto con los demás textos.
El escritor y su gato
No es raro que un escritor sienta fascinación por estos animales; de hecho, abundan tanto los autores que los han tenido como compañeros y/o que han escrito sobre ellos que la estampa de un intelectual acompañado con uno o varios gatos a sus pies se ha convertido en un tópico: Lord Byron, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Charles Bukowski, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Doris Lessing, Natsume Soseki, Joyce Carol Oates…, por no hablar de la caterva de novelas feel good japonesas, muchas de ellas con un gato en el centro, que de un tiempo a esta parte inundan las librerías.

¿De dónde surge ese entendimiento entre el creador y estos felinos? “Un escritor no está solo con un gato, pero sí está lo bastante solo para trabajar”, reflexiona Highsmith. Tal vez esa sea la clave: proporcionar compañía, ma non troppo. El gato, como compañero, no requiere tantos cuidados como otras mascotas (no digamos ya como un ser humano). “Los gatos ofrecen a los escritores algo que los seres humanos no pueden ofrecer: una compañía que no es exigente ni intrusiva, tan placentera y cambiante como un mar tranquilo que apenas se mueve”.

En cuanto a los posibles inconvenientes, como los arañazos y otros destrozos, la autora reconoce que ha sido “afortunada”: “He visto casas ajenas de las que los gatos prácticamente se habían adueñado”. Habla de su casa en el campo y de su jardín, y de cómo los gatos se han acostumbrado a corretear ahí fuera, a su aire. “No me gustaría tener que pasear a un perro dos o tres veces al día, haga el tiempo que haga”, admite, de modo que la independencia de los gatos se amolda a la perfección con su rutina.
Zarpazos literarios
Desde las mitologías clásicas a la narrativa contemporánea, los gatos son omnipresentes en los universos de ficción. Bastet, la diosa egipcia del hogar, aparece representada como un gato; Freya, la diosa nórdica del amor, llevaba un carro portado por dos gatos; en el folklore japonés, los llamados bakeneko y nekomata son una especie de gatos fantasma que conecta el mundo físico con la dimensión espiritual. En literatura infantil, están El gato con botas, el gato de Chesire de Alicia en el País de las Maravillas o los protagonistas de la saga Los gatos guerreros, de Erin Hunter.

Poetas como T. S. Eliot, Charles Baudelaire o Pablo Neruda les dedicaron sus versos; Rudyard Kipling escribió cuentos como El gato que andaba solo; Doris Lessing contó sus experiencias con los felinos asilvestrados que invadían la casa en su Sudáfrica natal y otras anécdotas gatunas en Gatos ilustres. Entre las novelas para el público adulto, son célebres los títulos de Natsume Soseki (Soy un gato), Sylvia Townsend Warner (Lolly Willowes), Colette (La gata), Luis Sepúlveda (Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar) y Haruki Murakami (Kafka en la orilla), entre otros.

En la obra de Patricia Highsmith, los animales son los protagonistas de la antología de relatos Crímenes bestiales, que Anagrama ha recuperado recientemente: a través de las historias de cómo diferentes fieras se vengaron de humanos abusivos, la autora se pone en el lugar del animal herido para dejar muy clara su postura animalista. Y, volviendo a Gatos, los tres cuentos del libro tienen su toque de misterio característico. En Algo que trajo el gato, el primero, el minino de la casa irrumpe una tarde de juegos de mesa entre vecinos para enseñar su caza, que no es un pájaro ni un desecho, como acostumbra, sino algo que se parece a unos dedos humanos.

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En los poemas, Highsmith personaliza a los gatos con una primera persona: “Todo en el mundo / se creó para que yo jugara / Hay tantas esquinas, puertas entreabiertas / y partes bajas de cosas que mirar, / tantos lugares a donde ir, que me pongo como loco / porque no puedo estar en todos a la vez”. En conjunto, ni los relatos ni los versos están a la altura de sus grandes obras, pero son una curiosidad que enriquece su universo literario y refuerza su posicionamiento a favor del felino y su comportamiento genuino, incluso cuando perturba la tranquilidad de los humanos.

Este pequeño libro, editado en tapa dura, con el cuidado que Libros del Zorro Rojo pone en todo, se completa con unas ilustraciones de la propia autora (el dibujo y la pintura eran otra de sus aficiones, aunque nunca se atrevió a exponer), que tenía la costumbre de trazar esbozos de sus gatos. Una obra singular, por venir de una voz asociada al suspense psicológico y por lo atípico de conjugar en un solo volumen expresiones artísticas tan diferentes. Una pieza más del territorio Highsmith, imprescindible para sus incondicionales: “Me gusta sentarme con los ojos entrecerrados, / porque lo he visto todo / y mis recuerdos son mucho más interesantes. / Estoy en paz con todo”.  

No le sienta mal el adjetivo de felina: feroz, astuta, escurridiza como el minino taimado que se escapa después de una tropelía. Con la mirada gatuna: penetrante, maliciosa, tal vez en el fondo tímida, desconfiada. E independiente, lista, juguetona, mimosa cuando se enamora, pero también posesiva, con las garras siempre afiladas para defenderse, o para mantener el equilibrio. Y misteriosa, siempre, aunque se abriera en canal en sus diarios. Misteriosa… Porque a ella se le daba muy bien el misterio.

Quizá por esa dedicación al suspense, descubrir otra faceta de Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921-Locarno, Suiza, 1995) es siempre una agradable sorpresa: Libros del Zorro Rojo publicó el pasado mes de marzo Gatos (con traducción de Eduardo Iriarte), una compilación que reúne tres cuentos, tres poemas y un breve ensayo que la creadora de Tom Ripley dedicó a estas criaturas. En realidad, no es una afición desconocida: ya en sus novelas de intriga los animales hacen acto de presencia, se sabe que tuvo gatos como mascota y por la red circulan fotos en su compañía.

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