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  Cultura  Matar a Harper Lee (por segunda vez): ¿es su libro de relatos inéditos una nueva traición a la voluntad de la escritora?
Cultura

Matar a Harper Lee (por segunda vez): ¿es su libro de relatos inéditos una nueva traición a la voluntad de la escritora?

noviembre 5, 2025
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Nueve años después de su muerte se publica una compilación de relatos inéditos y artículos de la autora de ‘Matar a un ruiseñor’Keum Suk Gendry-Kim: “Ha habido políticos que han intentado prohibir la venta de mi libro”
Vivimos en la sociedad de la sobreexposición. Mientras unos se desgañitan para destacar, en busca de una fama casi con seguridad efímera, otros se las ven y se las desean para pasar desapercibidos en medio de redes, cámaras y muchos candidatos a ejercer de chivatos profesionales. En realidad, la discreción, cuando se tiene un nombre capaz de generar millones de monedas, siempre ha sido una dura conquista, incluso para gente tan poco interesante, al menos en apariencia, como los escritores.

J. D. Salinger, Thomas Pynchon, Elena Ferrante; a ninguno se le respetó la voluntad de mantenerse al margen de la exposición mediática que conlleva la profesión. Luego están los libros póstumos polémicos, como el último de Gabriel García Márquez, una novelita que el autor de Cien años de soledad no quería que viera la luz. Elige bien a tus amigos y ten cuidado con tu albacea, podría enseñarse en los talleres de escritura.

Esta vez le ha tocado, y por segunda vez, a Harper Lee (Moonroeville, Alabama, 1926-2016), la célebre autora de Matar a un ruiseñor (1960), obra galardonada con el Premio Pulitzer que inspiró la no menos exitosa adaptación homónima al cine, que inmortalizó para la eternidad a Gregory Peck como el mítico abogado Atticus Finch. Tras el éxito de la novela, la autora se mantuvo en un segundo plano, y terminó sus días en el pueblo de Alabama donde había transcurrido su niñez. No se casó nunca ni concedió entrevistas. A diferencia de su amigo Truman Capote, no se llevaba bien con la popularidad, rehuía los focos. Tampoco sentía deseos de escribir otro libro, o, al menos, de publicarlo.

Harper Lee junto a Gregory Peck (protagonista de ‘Matar a un ruiseñor’)

Harper Lee quiso pasar a la posteridad como la escritora de una sola obra; pero no la dejaron. En 2015, tras más de medio siglo de silencio, vio la luz Ve y pon un centinela (2015), un manuscrito inédito, anterior a la escritura de Matar a un ruiseñor, del que se dijo que su abogada lo había encontrado por casualidad. La noticia rezaba que Harper Lee estaba “feliz” de publicarlo; sin embargo, la demencia senil que padecía desde hacía años, tras sufrir un derrame cerebral en 2007, hacen que su consentimiento resulte, cuando menos, dudoso. La calidad del texto, una suerte de borrador de su obra maestra, tampoco ayuda. El libro vendió millones de copias, eso sí.

Cuando parecía que ahí acababa el asunto, en marzo de 2025, casi diez años después de la muerte de la autora, se anunció un nuevo libro: ocho cuentos inéditos que una joven Harper Lee había tratado de publicar sin éxito en las revistas; y ocho artículos breves que, estos sí, firmó para diferentes publicaciones entre 1961 y 2006. La recopilación, titulada La tierra del dulce porvenir (2025), no deja de ser un libro “inventado” por la industria editorial: han juntado textos dispersos, que ella no quiso editar en vida (de lo contrario, a buen seguro les habría encontrado sitio, después del éxito de su debut). Todo en aras del interés literario… o para que los lectores pasen por caja. En 2026 se conmemora su centenario, y hay que ir calentando motores.

En España, la novedad ha supuesto la incorporación de la autora al catálogo de Lumen (Random House), donde comparte espacio –esto sí es una sabia decisión– con otras escritoras sureñas, como Eudora Welty o Flannery O’Connor. De Harper Lee, además de este nuevo libro, traducido por Eugenia Vázquez Nacarino, también se reeditan sus novelas, Matar a un ruiseñor y la controvertida Ve y pon un centinela. Siempre será digno de celebrar que las nuevas generaciones descubran la excepcional Matar a un ruiseñor; la pena es que lo hagan con unos compañeros que la autora no trajo a la fiesta.
Harper Lee, viaje de ida y vuelta
Los ocho cuentos nunca publicados de La tierra del dulce porvenir son con exactitud lo que se entiende por primeras tentativas: escenas cotidianas convertidas en narración, un ejercicio de escritura creativa para la novelista en ciernes, que, si bien da resultados más que interesantes (‘Las tijeras dentadas’ o ‘El no va más’ son dos relatos excelentes, por mucho que se los rechazaran en su día), son más un cuaderno de esbozos, en el que se atisban las semillas de lo que germinará más adelante, que una obra con entidad propia.

Se han ordenado de tal manera que recorren su biografía, cerrando un círculo desde la Alabama de su infancia al retorno al pueblo ya como mujer adulta, después de vivir en Nueva York y codearse con el círculo cultural. En los primeros cuentos, sobresalen los protagonistas infantiles: niñas con esa mirada despierta que son un trasunto de la propia autora y acabarán convergiendo en la mítica Scout Finch (de hecho, ya aparece en ellos el personaje de la “señorita Jean Louie Finch”, esa niña de pelo corto e intelecto vivaz). También demuestran su oído para el lenguaje oral, fundamental a la hora de recrear el dialecto sureño, que le sirve para marcar las diferencias sociales entre los personajes.

Harper Lee tiene la capacidad de captar esos puntos de quiebre, esos instantes de lo que se puede llamar el desengaño de la niñez, en los que la niña descubre, sin ser capaz aún de asimilarla, una oscura verdad del mundo de los adultos. Ese hallazgo se relaciona con algún tabú: la menstruación, el embarazo, el suicidio, la religión. Sus protagonistas son muchachas que hacen (y se hacen) preguntas incómodas, que, a menudo, ponen en jaque la moral. Hija de un abogado, la propia Harper Lee se matriculó en Derecho –carrera que abandonó cuando le quedaba un semestre para perseguir su sueño de ser escritora–; siempre tuvo ese instinto hacia lo invisible, lo silenciado; lo que intuía, en fin, injusto.

Los relatos sobre Nueva York, ya con una voz de narradora adulta, dan cuenta de la industria del espectáculo con un registro mordaz, como cuando habla de su experiencia como ayudante en un desfile de moda. Las dos piezas finales, por su parte, narran el regreso de una mujer al sur de sus orígenes: con ‘El no va más’ aborda la segregación racial, tema que sería clave en su obra maestra, y refleja la observación, incómoda pero pertinente, de la diferencia que ella misma percibe entre cómo se relaciona con un negro en la gran ciudad y cómo lo hace en el pueblo, donde los negros están más marginados y sufren más prejuicios. ‘La tierra del dulce porvenir’, que empieza con un guiño a Jane Austen (“una mujer soltera en posesión de poco más que un buen conocimiento de la historia social inglesa necesita a alguien con quien hablar”), revela, ya desde el título, esa condición del retornado para quien es imposible volver del todo al lugar donde fue un niño.
En primera persona
Los textos de no ficción que publicó en diferentes revistas tras el éxito de Matar a un ruiseñor tienen un interés desigual: su indagación sobre el amor, por ejemplo, resulta magistral e intemporal, además de, por qué no reconocerlo, hermosa (“Amar plantea una paradoja: para tener amor hay que darlo. Amar no es intransitivo: el amor es una acción directa de la mente y el cuerpo”). Hay asimismo una conferencia a propósito de cómo se enseña la historia del país, y de la guerra contra los indios en particular, muy recomendable. Harper Lee siempre desconfió del discurso dominante, se mantuvo fiel a su compromiso por los derechos de las minorías.

Otros textos son más anecdóticos, aunque permiten conocer algo más de su persona, como su retrato de Truman Capote, al que conoció bien, o la semblanza de Gregory Peck, al que pudo ver actuar en el rodaje de la película basada en su libro (“Sé lo que aportó al papel: una parte de sí mismo”). Comparte asimismo un regalo de Navidad que le hicieron unos amigos: un sobre con una mensualidad para que durante un año pudiera dedicarse a escribir a tiempo completo. De esa inversión, por cierto, salimos ganando todos: el resultado fue Matar a un ruiseñor.

Se incluye hasta la receta de un pan de chicharrones, no exenta de su humor sureño (“Primero, mata al cerdo. Luego, mándalo al matadero más cercano”) y una carta al magazine de Oprah Winfrey del año 2006, el último texto del libro, en la que declara su escepticismo con respecto a los hábitos de lectura que propician las nuevas tecnologías: “Ahora […] en una sociedad abundante donde la gente tiene ordenadores portátiles, teléfonos móviles, iPods y cabezas huecas como una habitación vacía, sigo con mis libros. La información instantánea no es para mí. Prefiero buscar en los anaqueles de la biblioteca, porque cuando me esfuerzo para aprender algo, lo recuerdo”.

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Vivimos en la sociedad de la sobreexposición. Mientras unos se desgañitan para destacar, en busca de una fama casi con seguridad efímera, otros se las ven y se las desean para pasar desapercibidos en medio de redes, cámaras y muchos candidatos a ejercer de chivatos profesionales. En realidad, la discreción, cuando se tiene un nombre capaz de generar millones de monedas, siempre ha sido una dura conquista, incluso para gente tan poco interesante, al menos en apariencia, como los escritores.

J. D. Salinger, Thomas Pynchon, Elena Ferrante; a ninguno se le respetó la voluntad de mantenerse al margen de la exposición mediática que conlleva la profesión. Luego están los libros póstumos polémicos, como el último de Gabriel García Márquez, una novelita que el autor de Cien años de soledad no quería que viera la luz. Elige bien a tus amigos y ten cuidado con tu albacea, podría enseñarse en los talleres de escritura.

Esta vez le ha tocado, y por segunda vez, a Harper Lee (Moonroeville, Alabama, 1926-2016), la célebre autora de Matar a un ruiseñor (1960), obra galardonada con el Premio Pulitzer que inspiró la no menos exitosa adaptación homónima al cine, que inmortalizó para la eternidad a Gregory Peck como el mítico abogado Atticus Finch. Tras el éxito de la novela, la autora se mantuvo en un segundo plano, y terminó sus días en el pueblo de Alabama donde había transcurrido su niñez. No se casó nunca ni concedió entrevistas. A diferencia de su amigo Truman Capote, no se llevaba bien con la popularidad, rehuía los focos. Tampoco sentía deseos de escribir otro libro, o, al menos, de publicarlo.

Harper Lee junto a Gregory Peck (protagonista de ‘Matar a un ruiseñor’)

Harper Lee quiso pasar a la posteridad como la escritora de una sola obra; pero no la dejaron. En 2015, tras más de medio siglo de silencio, vio la luz Ve y pon un centinela (2015), un manuscrito inédito, anterior a la escritura de Matar a un ruiseñor, del que se dijo que su abogada lo había encontrado por casualidad. La noticia rezaba que Harper Lee estaba “feliz” de publicarlo; sin embargo, la demencia senil que padecía desde hacía años, tras sufrir un derrame cerebral en 2007, hacen que su consentimiento resulte, cuando menos, dudoso. La calidad del texto, una suerte de borrador de su obra maestra, tampoco ayuda. El libro vendió millones de copias, eso sí.

Cuando parecía que ahí acababa el asunto, en marzo de 2025, casi diez años después de la muerte de la autora, se anunció un nuevo libro: ocho cuentos inéditos que una joven Harper Lee había tratado de publicar sin éxito en las revistas; y ocho artículos breves que, estos sí, firmó para diferentes publicaciones entre 1961 y 2006. La recopilación, titulada La tierra del dulce porvenir (2025), no deja de ser un libro “inventado” por la industria editorial: han juntado textos dispersos, que ella no quiso editar en vida (de lo contrario, a buen seguro les habría encontrado sitio, después del éxito de su debut). Todo en aras del interés literario… o para que los lectores pasen por caja. En 2026 se conmemora su centenario, y hay que ir calentando motores.

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Los ocho cuentos nunca publicados de La tierra del dulce porvenir son con exactitud lo que se entiende por primeras tentativas: escenas cotidianas convertidas en narración, un ejercicio de escritura creativa para la novelista en ciernes, que, si bien da resultados más que interesantes (‘Las tijeras dentadas’ o ‘El no va más’ son dos relatos excelentes, por mucho que se los rechazaran en su día), son más un cuaderno de esbozos, en el que se atisban las semillas de lo que germinará más adelante, que una obra con entidad propia.

Se han ordenado de tal manera que recorren su biografía, cerrando un círculo desde la Alabama de su infancia al retorno al pueblo ya como mujer adulta, después de vivir en Nueva York y codearse con el círculo cultural. En los primeros cuentos, sobresalen los protagonistas infantiles: niñas con esa mirada despierta que son un trasunto de la propia autora y acabarán convergiendo en la mítica Scout Finch (de hecho, ya aparece en ellos el personaje de la “señorita Jean Louie Finch”, esa niña de pelo corto e intelecto vivaz). También demuestran su oído para el lenguaje oral, fundamental a la hora de recrear el dialecto sureño, que le sirve para marcar las diferencias sociales entre los personajes.

Harper Lee tiene la capacidad de captar esos puntos de quiebre, esos instantes de lo que se puede llamar el desengaño de la niñez, en los que la niña descubre, sin ser capaz aún de asimilarla, una oscura verdad del mundo de los adultos. Ese hallazgo se relaciona con algún tabú: la menstruación, el embarazo, el suicidio, la religión. Sus protagonistas son muchachas que hacen (y se hacen) preguntas incómodas, que, a menudo, ponen en jaque la moral. Hija de un abogado, la propia Harper Lee se matriculó en Derecho –carrera que abandonó cuando le quedaba un semestre para perseguir su sueño de ser escritora–; siempre tuvo ese instinto hacia lo invisible, lo silenciado; lo que intuía, en fin, injusto.

Los relatos sobre Nueva York, ya con una voz de narradora adulta, dan cuenta de la industria del espectáculo con un registro mordaz, como cuando habla de su experiencia como ayudante en un desfile de moda. Las dos piezas finales, por su parte, narran el regreso de una mujer al sur de sus orígenes: con ‘El no va más’ aborda la segregación racial, tema que sería clave en su obra maestra, y refleja la observación, incómoda pero pertinente, de la diferencia que ella misma percibe entre cómo se relaciona con un negro en la gran ciudad y cómo lo hace en el pueblo, donde los negros están más marginados y sufren más prejuicios. ‘La tierra del dulce porvenir’, que empieza con un guiño a Jane Austen (“una mujer soltera en posesión de poco más que un buen conocimiento de la historia social inglesa necesita a alguien con quien hablar”), revela, ya desde el título, esa condición del retornado para quien es imposible volver del todo al lugar donde fue un niño.
En primera persona
Los textos de no ficción que publicó en diferentes revistas tras el éxito de Matar a un ruiseñor tienen un interés desigual: su indagación sobre el amor, por ejemplo, resulta magistral e intemporal, además de, por qué no reconocerlo, hermosa (“Amar plantea una paradoja: para tener amor hay que darlo. Amar no es intransitivo: el amor es una acción directa de la mente y el cuerpo”). Hay asimismo una conferencia a propósito de cómo se enseña la historia del país, y de la guerra contra los indios en particular, muy recomendable. Harper Lee siempre desconfió del discurso dominante, se mantuvo fiel a su compromiso por los derechos de las minorías.

Otros textos son más anecdóticos, aunque permiten conocer algo más de su persona, como su retrato de Truman Capote, al que conoció bien, o la semblanza de Gregory Peck, al que pudo ver actuar en el rodaje de la película basada en su libro (“Sé lo que aportó al papel: una parte de sí mismo”). Comparte asimismo un regalo de Navidad que le hicieron unos amigos: un sobre con una mensualidad para que durante un año pudiera dedicarse a escribir a tiempo completo. De esa inversión, por cierto, salimos ganando todos: el resultado fue Matar a un ruiseñor.

Se incluye hasta la receta de un pan de chicharrones, no exenta de su humor sureño (“Primero, mata al cerdo. Luego, mándalo al matadero más cercano”) y una carta al magazine de Oprah Winfrey del año 2006, el último texto del libro, en la que declara su escepticismo con respecto a los hábitos de lectura que propician las nuevas tecnologías: “Ahora en una sociedad abundante donde la gente tiene ordenadores portátiles, teléfonos móviles, iPods y cabezas huecas como una habitación vacía, sigo con mis libros. La información instantánea no es para mí. Prefiero buscar en los anaqueles de la biblioteca, porque cuando me esfuerzo para aprender algo, lo recuerdo”.

Si algo bueno tiene que Harper Lee vuelva a las librerías por todo lo alto es que su obra sigue siendo un revulsivo. Matar a un ruiseñor, además de una novela cautivadora, es un poderoso alegato contra el racismo y la segregación social, una denuncia de la injusticia judicial, una celebración de la vida sencilla de los pueblos, un homenaje a la mirada limpia de la infancia y el genio de las niñas preguntonas. Su historia tuvo un fuerte impacto en la sociedad, y, a juzgar por la recurrencia de su prohibición en centros de enseñanza de Estados Unidos, todavía tiene la capacidad de sacudir conciencias. En estos tiempos en los que abundan los discursos de odio, mentiras, extremismo y represión, bienvenido sea todo lo que contribuya a formar a ciudadanos más críticos, más civilizados, más equitativos, más íntegros. Más humanos, en definitiva.  

Vivimos en la sociedad de la sobreexposición. Mientras unos se desgañitan para destacar, en busca de una fama casi con seguridad efímera, otros se las ven y se las desean para pasar desapercibidos en medio de redes, cámaras y muchos candidatos a ejercer de chivatos profesionales. En realidad, la discreción, cuando se tiene un nombre capaz de generar millones de monedas, siempre ha sido una dura conquista, incluso para gente tan poco interesante, al menos en apariencia, como los escritores.

J. D. Salinger, Thomas Pynchon, Elena Ferrante; a ninguno se le respetó la voluntad de mantenerse al margen de la exposición mediática que conlleva la profesión. Luego están los libros póstumos polémicos, como el último de Gabriel García Márquez, una novelita que el autor de Cien años de soledad no quería que viera la luz. Elige bien a tus amigos y ten cuidado con tu albacea, podría enseñarse en los talleres de escritura.

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