La novela gráfica ‘Aquí donde estoy’ reconstruye, a partir del testimonio y la correspondencia de Gabriel León, cómo este tarraconense vivió la guerra con apenas 18 añosHenry Kamen, historiador: “Unamuno y su generación eran unos completos ignorantes de la historia de España”
“Lo que tendrían que hacer es a las bombas que tiran que les pusieran paracaídas a cada una y que estuvieran rellenas de chocolate”. Esto es lo que escribió Gabriel León Honrubia el 16 de octubre de 1938. Para entonces se acercaba a los cuatro meses batallando junto a los republicanos en el Ebro. Tenía 18 años y pertenecía a la conocida como ‘quinta del biberón’ por su corta edad. Miles de jóvenes como él perecieron en este enfrentamiento, el más sangriento de la Guerra Civil, orquestado para alargar la contienda e intentar que el conflicto se insertara en la guerra europea que estaba por venir.
Las palabras de León, nacido en Tarragona el 4 de marzo de 1920, saltan ahora al escenario con la publicación de Aquí donde estoy. Un joven en la batalla del Ebro (Astiberri, 2025), una novela gráfica cuyo título referencia la localización siempre inexacta desde la que los combatientes escribían a sus allegados con la idea de no dar ninguna pista al enemigo en caso de que las misivas fueran interceptadas. Escrita por María Castro y dibujada por Tyto Alba, la obra supone un testimonio tan fiel como cruento de lo que en aquellos meses calurosos de verano se sufrió a las orillas del Ebro.
Castro llegó de forma fortuita a León. Además, una carambola de la vida hizo que la primera vez que lo visitara en Tarragona fuera acompañada de su hijo, quien tenía la misma edad que el antiguo combatiente cuando le llamaron a filas. “Lo único que te puedo decir es que no fui voluntario”, le dijo León a Castro al principio de su encuentro, cuando él ya tenía 99 años. León no solo seguía tan lúcido como siempre lo había estado, sino que se conservaba en una buena forma física que le permitió recorrer algunos de los lugares del antiguo frente de batalla con los nuevos visitantes que con tanto ahínco querían conocer su historia. En un momento dado, Montse, su hija, puso encima de la mesa un total de 54 cartas, todas las que conservaba de aquel verano de 1938 remitidas por León a su madre y hermanas, mayormente.
Detalle de una página de la novela gráfica ‘Aquí donde estoy’
“Cuando vi todo lo que había pensé que era algo que no me podía quedar para mí, que era un testimonio que había que recoger de alguna manera, como si fuera una especie de compromiso ético que sellas en ese justo momento contigo misma”, recuerda la guionista.
Una juventud arruinada por la guerra
De la historia de León estremece el sacrificio que le acompañó a partir de aquellos recién cumplidos 18 años. “Pasó de no poder votar, ir al cine o al cabaret, a estar en primera línea del frente, escuchando cómo las balas silbaban sobre su cabeza, y luego a estar castigado por el franquismo cuatro años haciendo la mili”, ilustra la misma Castro. Todo aquello sucedió desde finales de julio de 1938 hasta noviembre, recuerda David Alegre, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona. El 25 de julio León cruzó el río agarrado al borde de una barca. Estuvo 115 días en la batalla.
Las cartas de Gabriel León han sido el material para crear la novela gráfica ‘Aquí donde estoy’
El también experto en la historia sociocultural de las guerras recuerda que operaciones como la del Ebro estaban orientadas a ganar tiempo: “Los republicanos sabían que no ganarían nada militarmente, solo perseguían un golpe de efecto a nivel político para que la Guerra Civil se enmarcara en un conflicto europeo donde los apoyos internacionales se decantaran por la República”.
Alegre, autor de la minuciosa investigación recién publicada Verdugos del 36. La maquinaria del terror en la Zaragoza golpista (Crítica, 2025), subraya que las condiciones en las que se vieron obligados a luchar miles de jóvenes con apenas 18 años tras recibir una instrucción militar “totalmente insuficiente” fueron “penosas”. Jóvenes como León estuvieron “meses agarrados al terreno, en unas condiciones infrahumanas, con desabastecimiento y sometidos a la clara superioridad de los golpistas”, en palabras del historiador.
Una de las cosas que más impresionaban de él es que no rehuía hablar sobre los hechos más traumáticos. Él contaba cómo había visto la muerte de cerca
María Castro
— Escritora
Las cifras de bajas así lo demuestran. La historiografía cifra en 50.000 las personas del bando republicano que sufrieron heridas, fallecieron o cayeron presas de los sublevados, mientras que las bajas de estos alcanzaron las 40.000. “Movilizaron a quintas muy jóvenes que quedaron traumatizadas de por vida, que en muchos casos jamás quisieron volver a hablar de esta experiencia porque lo pasaron francamente mal y quedaron muy trastocados psicológicamente”, añade Alegre.
Este especialista enfatiza que “fue auténticamente criminal lo que se hizo con estos chavales en base a un cálculo político para ganar la guerra, cuando ya se había perdido la esperanza de ganarla desde el terreno militar”. “Enviaron a morir a niños con las mínimas garantías de supervivencia”, resume.
Una bici engrasada y bombas como melones
Murieron muchos, pero no todos. León vivió hasta los 101 años para contarlo. “Una de las cosas que más impresionaban de él es que no rehuía hablar sobre los hechos más traumáticos. Suelen hablar de los piojos, de la falta de tabaco, pero él contaba cómo había visto la muerte de cerca”, relata Castro, la guionista del cómic. Incluso cuando conversó con ella en 2019, el miedo seguía presente en el viejo combatiente. “¿Esto va a salir? A ver si van a venir los fachas a matarme”, le dijo a la entrevistadora.
Además, en las misivas trasluce esa inocencia característica del niño que se convierte en hombre y que, de forma precipitada, todavía no sabe ubicarse dentro del campo de batalla. En una de las más de medio centenar de cartas que León envió y que se recogen al final de la novela gráfica, por ejemplo, pide a su padre que le engrase la bici para cuando vuelva. En otra reclama algunos enseres, como tinta y sellos, y vestimenta: “Aquí no me hace falta dinero porque no hay nada para comprar y la camisa ya tengo ganas de poder estrenarla a ver si me la termináis pronto”, escribió el 17 de junio de 1938.
Gabriel León, miembro de la quinta del Biberón cuyos testimonios han conformado la novela gráfica
Todavía conmovido por la guerra, León dejó por escrito el 9 de septiembre: “Lo que yo quisiera es poder ver los tanques y todas las armas de guerra en vez de verlas como las veo, quisiera verlas pintadas al óleo y, aun esto, desde lejos, que es como mejor se ve un cuadro”.
Cinco días después se decantó por una metáfora para hablar de los bombardeos: “(…) el día ha sido una plantación de melones, pero los payeses iban en avión. Los melones han caído a cientos, pues todo el día se lo han pasado plantando entre más de cien”. El día 27 del mismo mes escribió que “si no termina pronto la guerra, con la gente que quede, cada familia será ama de un pueblo entero así que todos podrán ser ricos ya no habrá ningún pobre”. “Recuerdos y besos”, solía terminar sus escritos.
Su testimonio no solo queda ahora inmortalizado en la publicación de la editorial Astiberri. Castro también es la artífice de un documental —del que elDiario.es ofrece un adelanto en exclusiva— titulado igual que la novela gráfica protagonizada por León, en el que aparece él narrando las vicisitudes que tuvo que sortear una vez que fue enviado al frente.
Una acuarela para la bruma del recuerdo
A el dibujante de la novela, Tyto Alba, le parece un acierto que Castro haya decidido ficcionar la historia a través de un joven que se cruza con León, una casualidad basada en lo ocurrido con su propio hijo, quien acababa de cumplir la mayoría de edad cuando conoció al combatiente. Alba se ha decantado por la acuarela como la técnica predominante: “Hace que deje el dibujo algo difuminado y me permite jugar con las texturas, se asemeja a esa bruma del recuerdo que impera en el guion”, concretiza.
El también autor de los dibujos que han ilustrado El infinito en un junco, de Irene Vallejo, ha preferido cambiar la técnica solo cuando León se expresaba con su verborrea locuaz y hasta cómica en ciertos pasajes de la historia, reproducidos en la correspondencia original. “Hacer algo así sobre la Guerra Civil era algo que tenía pendiente. Mi abuelo luchó, pero él no contaba nada y era imposible sacarle alguna anécdota. De repente, he encontrado a este otro abuelo que contaba mucho y bien”, concluye el dibujante. León murió donde nació, en Tarragona, el 16 de mayo de 2021. La novela gráfica ‘Aquí donde estoy’ reconstruye, a partir del testimonio y la correspondencia de Gabriel León, cómo este tarraconense vivió la guerra con apenas 18 añosHenry Kamen, historiador: “Unamuno y su generación eran unos completos ignorantes de la historia de España”
“Lo que tendrían que hacer es a las bombas que tiran que les pusieran paracaídas a cada una y que estuvieran rellenas de chocolate”. Esto es lo que escribió Gabriel León Honrubia el 16 de octubre de 1938. Para entonces se acercaba a los cuatro meses batallando junto a los republicanos en el Ebro. Tenía 18 años y pertenecía a la conocida como ‘quinta del biberón’ por su corta edad. Miles de jóvenes como él perecieron en este enfrentamiento, el más sangriento de la Guerra Civil, orquestado para alargar la contienda e intentar que el conflicto se insertara en la guerra europea que estaba por venir.
Las palabras de León, nacido en Tarragona el 4 de marzo de 1920, saltan ahora al escenario con la publicación de Aquí donde estoy. Un joven en la batalla del Ebro (Astiberri, 2025), una novela gráfica cuyo título referencia la localización siempre inexacta desde la que los combatientes escribían a sus allegados con la idea de no dar ninguna pista al enemigo en caso de que las misivas fueran interceptadas. Escrita por María Castro y dibujada por Tyto Alba, la obra supone un testimonio tan fiel como cruento de lo que en aquellos meses calurosos de verano se sufrió a las orillas del Ebro.
Castro llegó de forma fortuita a León. Además, una carambola de la vida hizo que la primera vez que lo visitara en Tarragona fuera acompañada de su hijo, quien tenía la misma edad que el antiguo combatiente cuando le llamaron a filas. “Lo único que te puedo decir es que no fui voluntario”, le dijo León a Castro al principio de su encuentro, cuando él ya tenía 99 años. León no solo seguía tan lúcido como siempre lo había estado, sino que se conservaba en una buena forma física que le permitió recorrer algunos de los lugares del antiguo frente de batalla con los nuevos visitantes que con tanto ahínco querían conocer su historia. En un momento dado, Montse, su hija, puso encima de la mesa un total de 54 cartas, todas las que conservaba de aquel verano de 1938 remitidas por León a su madre y hermanas, mayormente.
Detalle de una página de la novela gráfica ‘Aquí donde estoy’
“Cuando vi todo lo que había pensé que era algo que no me podía quedar para mí, que era un testimonio que había que recoger de alguna manera, como si fuera una especie de compromiso ético que sellas en ese justo momento contigo misma”, recuerda la guionista.
Una juventud arruinada por la guerra
De la historia de León estremece el sacrificio que le acompañó a partir de aquellos recién cumplidos 18 años. “Pasó de no poder votar, ir al cine o al cabaret, a estar en primera línea del frente, escuchando cómo las balas silbaban sobre su cabeza, y luego a estar castigado por el franquismo cuatro años haciendo la mili”, ilustra la misma Castro. Todo aquello sucedió desde finales de julio de 1938 hasta noviembre, recuerda David Alegre, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona. El 25 de julio León cruzó el río agarrado al borde de una barca. Estuvo 115 días en la batalla.
Las cartas de Gabriel León han sido el material para crear la novela gráfica ‘Aquí donde estoy’
El también experto en la historia sociocultural de las guerras recuerda que operaciones como la del Ebro estaban orientadas a ganar tiempo: “Los republicanos sabían que no ganarían nada militarmente, solo perseguían un golpe de efecto a nivel político para que la Guerra Civil se enmarcara en un conflicto europeo donde los apoyos internacionales se decantaran por la República”.
Alegre, autor de la minuciosa investigación recién publicada Verdugos del 36. La maquinaria del terror en la Zaragoza golpista (Crítica, 2025), subraya que las condiciones en las que se vieron obligados a luchar miles de jóvenes con apenas 18 años tras recibir una instrucción militar “totalmente insuficiente” fueron “penosas”. Jóvenes como León estuvieron “meses agarrados al terreno, en unas condiciones infrahumanas, con desabastecimiento y sometidos a la clara superioridad de los golpistas”, en palabras del historiador.
Una de las cosas que más impresionaban de él es que no rehuía hablar sobre los hechos más traumáticos. Él contaba cómo había visto la muerte de cerca
María Castro
— Escritora
Las cifras de bajas así lo demuestran. La historiografía cifra en 50.000 las personas del bando republicano que sufrieron heridas, fallecieron o cayeron presas de los sublevados, mientras que las bajas de estos alcanzaron las 40.000. “Movilizaron a quintas muy jóvenes que quedaron traumatizadas de por vida, que en muchos casos jamás quisieron volver a hablar de esta experiencia porque lo pasaron francamente mal y quedaron muy trastocados psicológicamente”, añade Alegre.
Este especialista enfatiza que “fue auténticamente criminal lo que se hizo con estos chavales en base a un cálculo político para ganar la guerra, cuando ya se había perdido la esperanza de ganarla desde el terreno militar”. “Enviaron a morir a niños con las mínimas garantías de supervivencia”, resume.
Una bici engrasada y bombas como melones
Murieron muchos, pero no todos. León vivió hasta los 101 años para contarlo. “Una de las cosas que más impresionaban de él es que no rehuía hablar sobre los hechos más traumáticos. Suelen hablar de los piojos, de la falta de tabaco, pero él contaba cómo había visto la muerte de cerca”, relata Castro, la guionista del cómic. Incluso cuando conversó con ella en 2019, el miedo seguía presente en el viejo combatiente. “¿Esto va a salir? A ver si van a venir los fachas a matarme”, le dijo a la entrevistadora.
Además, en las misivas trasluce esa inocencia característica del niño que se convierte en hombre y que, de forma precipitada, todavía no sabe ubicarse dentro del campo de batalla. En una de las más de medio centenar de cartas que León envió y que se recogen al final de la novela gráfica, por ejemplo, pide a su padre que le engrase la bici para cuando vuelva. En otra reclama algunos enseres, como tinta y sellos, y vestimenta: “Aquí no me hace falta dinero porque no hay nada para comprar y la camisa ya tengo ganas de poder estrenarla a ver si me la termináis pronto”, escribió el 17 de junio de 1938.
Gabriel León, miembro de la quinta del Biberón cuyos testimonios han conformado la novela gráfica
Todavía conmovido por la guerra, León dejó por escrito el 9 de septiembre: “Lo que yo quisiera es poder ver los tanques y todas las armas de guerra en vez de verlas como las veo, quisiera verlas pintadas al óleo y, aun esto, desde lejos, que es como mejor se ve un cuadro”.
Cinco días después se decantó por una metáfora para hablar de los bombardeos: “(…) el día ha sido una plantación de melones, pero los payeses iban en avión. Los melones han caído a cientos, pues todo el día se lo han pasado plantando entre más de cien”. El día 27 del mismo mes escribió que “si no termina pronto la guerra, con la gente que quede, cada familia será ama de un pueblo entero así que todos podrán ser ricos ya no habrá ningún pobre”. “Recuerdos y besos”, solía terminar sus escritos.
Su testimonio no solo queda ahora inmortalizado en la publicación de la editorial Astiberri. Castro también es la artífice de un documental —del que elDiario.es ofrece un adelanto en exclusiva— titulado igual que la novela gráfica protagonizada por León, en el que aparece él narrando las vicisitudes que tuvo que sortear una vez que fue enviado al frente.
Una acuarela para la bruma del recuerdo
A el dibujante de la novela, Tyto Alba, le parece un acierto que Castro haya decidido ficcionar la historia a través de un joven que se cruza con León, una casualidad basada en lo ocurrido con su propio hijo, quien acababa de cumplir la mayoría de edad cuando conoció al combatiente. Alba se ha decantado por la acuarela como la técnica predominante: “Hace que deje el dibujo algo difuminado y me permite jugar con las texturas, se asemeja a esa bruma del recuerdo que impera en el guion”, concretiza.
El también autor de los dibujos que han ilustrado El infinito en un junco, de Irene Vallejo, ha preferido cambiar la técnica solo cuando León se expresaba con su verborrea locuaz y hasta cómica en ciertos pasajes de la historia, reproducidos en la correspondencia original. “Hacer algo así sobre la Guerra Civil era algo que tenía pendiente. Mi abuelo luchó, pero él no contaba nada y era imposible sacarle alguna anécdota. De repente, he encontrado a este otro abuelo que contaba mucho y bien”, concluye el dibujante. León murió donde nació, en Tarragona, el 16 de mayo de 2021.
“Lo que tendrían que hacer es a las bombas que tiran que les pusieran paracaídas a cada una y que estuvieran rellenas de chocolate”. Esto es lo que escribió Gabriel León Honrubia el 16 de octubre de 1938. Para entonces se acercaba a los cuatro meses batallando junto a los republicanos en el Ebro. Tenía 18 años y pertenecía a la conocida como ‘quinta del biberón’ por su corta edad. Miles de jóvenes como él perecieron en este enfrentamiento, el más sangriento de la Guerra Civil, orquestado para alargar la contienda e intentar que el conflicto se insertara en la guerra europea que estaba por venir.
Las palabras de León, nacido en Tarragona el 4 de marzo de 1920, saltan ahora al escenario con la publicación de Aquí donde estoy. Un joven en la batalla del Ebro (Astiberri, 2025), una novela gráfica cuyo título referencia la localización siempre inexacta desde la que los combatientes escribían a sus allegados con la idea de no dar ninguna pista al enemigo en caso de que las misivas fueran interceptadas. Escrita por María Castro y dibujada por Tyto Alba, la obra supone un testimonio tan fiel como cruento de lo que en aquellos meses calurosos de verano se sufrió a las orillas del Ebro.
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