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  Cultura  La obra premiada de Victoria Szpunberg que refleja la batalla actual de la mujer: precariedad, machismo e involución social
Cultura

La obra premiada de Victoria Szpunberg que refleja la batalla actual de la mujer: precariedad, machismo e involución social

noviembre 5, 2025
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Victoria Szpunberg, reciente ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática con este texto, llega al Teatro la Abadía con la obra ‘El imperativo categórico’, que triunfó la temporada pasada en el Teatre Lliure
El documental que muestra cómo Warhol y Vijande crearon en España “su propia Factory con Almodóvar y Alaska”

Normalmente, la precariedad se aborda desde la juventud o desde ese punto treintañero donde es imposible poner pilar alguno a la vida futura. Pero son ya muchos años arrastrándola y era lógico que llegara una obra de teatro sobre esa precariedad lastrada hasta entrados los cincuenta. La obra es El imperativo categórico, obra que triunfó la temporada pasada en el Teatre Lliure y que escribe y dirige la nueva figura estelar del teatro catalán, Victoria Szpunberg, dramaturga y directora que con esta pieza ganó este año el Premio Nacional de Literatura Dramática. 

Esta pieza de título kantiano aborda la vida de una mujer madura, profesora asociada en la universidad con más de 50 años que además de la precariedad tiene que lidiar con la gentrificación, un sistema educativo y sanitario en decadencia, una sociedad llena de macro y micromachismos; y con la gran losa de nuestro tiempo, el precio de la vivienda. Pura contemporaneidad en los temas y preocupación por lo social desde una escritura que une el humor negro con un universo bien kafkiano. 

La combinación funciona. El imperativo categórico, además del Premio Nacional, también obtuvo el Premio Max a la mejor interpretación femenina de Àgata Roca, el Premio de la Crítica y el Premio Ciudad de Barcelona. Ahí es nada. 

Pero si bien ahora llega la autora entre algodones, Szpunberg es una de las corredoras de fondo de la dramaturgia catalana. Su carrera se ha ido labrando poco a poco en espacios como la Sala Beckett o la Tantarantana. Pocos se acuerdan, por ejemplo, que hace quince años estuvo con su trilogía La fragilidad de la memoria en la madrileña Sala Cuarta Pared. No es fácil ser autor teatral en este país y menos siendo mujer. Es una batalla de desgaste. Por todo ello, es una muy buena noticia el salto cualitativo que esta creadora ha dado dentro del panorama catalán y ahora nacional.

Momento de ‘El imperativo categorico’ en La Abadía

Poco a poco le fueron dejando estrenar en las salas pequeñas del Teatre Lliure y el Teatre Nacional de Catalunya. También el Centro Dramático Nacional ha ido recogiéndola estos últimos años con trabajos como Vulcano. Valga un inciso. Su último trabajo en el CDN vale bien la pena. Szpunberg ha colaborado en la ficción sonora, dramawalker lo llaman, sobre la Guerra Civil en Madrid. La autora ha escrito tres capítulos de los quince textos en los que figuran autores como Cavestany, Yago o Carrodeguas. El proyecto está ideado para ir recorriendo las calles de Madrid al mismo tiempo que escuchas los audios, aunque también puede escucharse independientemente en la página web. 

En esos capítulos Szpunberg cuenta una historia apabullante. La historia de la bomba que cayó en Lavapiés en octubre de 1936 sobre el Refugio de La gota de la leche en la Calle de la Espada, 9. Fue una historia muy conocida. Hoy no tanto. Una bomba fascista acabó con la vida de más de 10 niños (la cifra no está clara) que allá estaban haciendo cola para recibir un cazo de leche y un trozo de pan. En la actualidad el edificio es una escuela infantil privada de las Hijas de la Caridad. Ni un misero cartel recuerda lo ocurrido. Todo muy madrileño.
El año de Victoria Szpunberg
Y, finalmente, en 2024, después de esa larga carrera de resistencia, la cosa explotó con esta obra que ahora puede verse en castellano y con La tercera fuga, trabajo con el que ha triunfado en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. Una obra río, esta última, que recorre la historia de una familia judía como la de la autora, primero expulsada de Ucrania en 1920 y luego exiliada de la Argentina de la dictadura militar a la Barcelona de la transición democrática. Casi tres horas de personajes femeninos, memoria e identidad.

Los textos de Szpunberg son densos, llenos de giros, de personajes contradictorios. Su escritura está atravesada por la violencia de la historia, pero también obsesionada con la desubicación del ser humano actual. El imperativo categórico pertenece al grupo de obras centradas en esa desubicación contemporánea. 

Es difícil saber por qué una obra de repente engancha con un público más amplio. Pero en este montaje se vislumbran varias razones. La primera, ya comentada, puede deberse a la decisión de incluir varios temas acuciantes para la sociedad en una misma obra. Szpunberg lo hace con tino, la escena con la protagonista como desesperada “pretendiente” a un cuchitril que le quieren endosar como loft no tiene desperdicio, “no sé que pretensiones tienes, pero tu presupuesto no da para más”, le dice el vendedor. La platea en ese momento vibra, sabe, reconoce. 

También funciona la elección de que todos los personajes sean interpretados por el mismo actor, un dotado Xavi Sáez. Cosifica a conciencia Szpunberg al hombre contemporáneo y funciona esa cara extrañada de la protagonista que cree ver en todos los hombres que se cruza el mismo patrón. 

La segunda razón, más jodida, puede radicar en unir esos temas en una estructura de teatro un tanto vieja, poco retadora para el espectador. La obra se estructura en escenas donde vamos viendo a esta profesora de literatura pasar por diferentes situaciones como si de una Josef K, el personaje de El Proceso de Kafka, se tratase. 

Así, vemos a la protagonista zozobrar en una sucesión de escenas que la van oprimiendo al igual que desquiciando. Unas son más hilarantes por humillantes, otras son de mayor enjundia, como la relación que mantiene con su compañero de universidad, hoy jefe de departamento mientras ella sigue como asociada. Esa escena es una buena ejemplificación del llamado “techo de cristal” que sufren muchas mujeres en el trabajo. 

Victoria Szpunberg, reciente premio nacional con este texto, llega al Teatro la Abadía

Pero la sucesión de escenas no cesa, el psicólogo, el vecino insoportable, la cita en Tinder con un despreciable… Adquiere así la obra una estructura de comedia fácil donde el mundo exterior se vuelve un tanto cliché y se tiende a la ridiculización más que a la comedia ácida, el esperpento o la crítica mordaz.

Aun así, Àgata Roca compone un personaje con un amplio arco emocional. Veremos como la protagonista, cáustica e incisiva al principio, va perdiendo el pie, la ironía e incluso la razón. Al final vemos un ser humano extraviado en un mundo que cada vez se va haciendo más incomprensible para una ciudadana que se preparó estudiando a Kant y ve como hoy es la falacia la que se ha convertido en ley universal. 

Sin embargo, el montaje no llega a instaurar su propio espacio. Roza la pesadilla y la comedia agridulce, pero a ninguna de ellas se encomienda. Al final habrá giro de guion. Pero el giro, por excesivo, hará pasar al espectador por dos extremos tan exagerados que se tornará artificial en un final donde la pieza pierde tensión y pertinencia. 

Un final donde lo social se diluye y lo que era humor negro resuena con ecos complacientes. La obra pierde así la capacidad de desafiar las situaciones y personajes que denuncia y acaba, lamentablemente, en el terreno de lo trivial. Quizá sea esa la enseñanza de este montaje, que hoy la angustia kafkiana, ayer totalitaria y opresiva, es igual de destructiva, pero se teje con hilos de intrascendencia. 

Victoria Szpunberg ya tiene nuevo proyecto. Prepara un Contra Antígona para el Teatre Lliure con Andrea Jiménez, actriz y directora con quien ya había trabajado. Jiménez es responsable de otro de los grandes éxitos del 2024, Casting Lear, obra que volverá al Teatro de la Abadía en febrero. Una obra a la que le pasa un poco lo que a este Imperativo Categórico, que son triunfos apabullantes al igual que suaves, talentosos, pero que acaban siendo fútiles.  Victoria Szpunberg, reciente ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática con este texto, llega al Teatro la Abadía con la obra ‘El imperativo categórico’, que triunfó la temporada pasada en el Teatre Lliure
El documental que muestra cómo Warhol y Vijande crearon en España “su propia Factory con Almodóvar y Alaska”

Normalmente, la precariedad se aborda desde la juventud o desde ese punto treintañero donde es imposible poner pilar alguno a la vida futura. Pero son ya muchos años arrastrándola y era lógico que llegara una obra de teatro sobre esa precariedad lastrada hasta entrados los cincuenta. La obra es El imperativo categórico, obra que triunfó la temporada pasada en el Teatre Lliure y que escribe y dirige la nueva figura estelar del teatro catalán, Victoria Szpunberg, dramaturga y directora que con esta pieza ganó este año el Premio Nacional de Literatura Dramática. 

Esta pieza de título kantiano aborda la vida de una mujer madura, profesora asociada en la universidad con más de 50 años que además de la precariedad tiene que lidiar con la gentrificación, un sistema educativo y sanitario en decadencia, una sociedad llena de macro y micromachismos; y con la gran losa de nuestro tiempo, el precio de la vivienda. Pura contemporaneidad en los temas y preocupación por lo social desde una escritura que une el humor negro con un universo bien kafkiano. 

La combinación funciona. El imperativo categórico, además del Premio Nacional, también obtuvo el Premio Max a la mejor interpretación femenina de Àgata Roca, el Premio de la Crítica y el Premio Ciudad de Barcelona. Ahí es nada. 

Pero si bien ahora llega la autora entre algodones, Szpunberg es una de las corredoras de fondo de la dramaturgia catalana. Su carrera se ha ido labrando poco a poco en espacios como la Sala Beckett o la Tantarantana. Pocos se acuerdan, por ejemplo, que hace quince años estuvo con su trilogía La fragilidad de la memoria en la madrileña Sala Cuarta Pared. No es fácil ser autor teatral en este país y menos siendo mujer. Es una batalla de desgaste. Por todo ello, es una muy buena noticia el salto cualitativo que esta creadora ha dado dentro del panorama catalán y ahora nacional.

Momento de ‘El imperativo categorico’ en La Abadía

Poco a poco le fueron dejando estrenar en las salas pequeñas del Teatre Lliure y el Teatre Nacional de Catalunya. También el Centro Dramático Nacional ha ido recogiéndola estos últimos años con trabajos como Vulcano. Valga un inciso. Su último trabajo en el CDN vale bien la pena. Szpunberg ha colaborado en la ficción sonora, dramawalker lo llaman, sobre la Guerra Civil en Madrid. La autora ha escrito tres capítulos de los quince textos en los que figuran autores como Cavestany, Yago o Carrodeguas. El proyecto está ideado para ir recorriendo las calles de Madrid al mismo tiempo que escuchas los audios, aunque también puede escucharse independientemente en la página web. 

En esos capítulos Szpunberg cuenta una historia apabullante. La historia de la bomba que cayó en Lavapiés en octubre de 1936 sobre el Refugio de La gota de la leche en la Calle de la Espada, 9. Fue una historia muy conocida. Hoy no tanto. Una bomba fascista acabó con la vida de más de 10 niños (la cifra no está clara) que allá estaban haciendo cola para recibir un cazo de leche y un trozo de pan. En la actualidad el edificio es una escuela infantil privada de las Hijas de la Caridad. Ni un misero cartel recuerda lo ocurrido. Todo muy madrileño.
El año de Victoria Szpunberg
Y, finalmente, en 2024, después de esa larga carrera de resistencia, la cosa explotó con esta obra que ahora puede verse en castellano y con La tercera fuga, trabajo con el que ha triunfado en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. Una obra río, esta última, que recorre la historia de una familia judía como la de la autora, primero expulsada de Ucrania en 1920 y luego exiliada de la Argentina de la dictadura militar a la Barcelona de la transición democrática. Casi tres horas de personajes femeninos, memoria e identidad.

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Es difícil saber por qué una obra de repente engancha con un público más amplio. Pero en este montaje se vislumbran varias razones. La primera, ya comentada, puede deberse a la decisión de incluir varios temas acuciantes para la sociedad en una misma obra. Szpunberg lo hace con tino, la escena con la protagonista como desesperada “pretendiente” a un cuchitril que le quieren endosar como loft no tiene desperdicio, “no sé que pretensiones tienes, pero tu presupuesto no da para más”, le dice el vendedor. La platea en ese momento vibra, sabe, reconoce. 

También funciona la elección de que todos los personajes sean interpretados por el mismo actor, un dotado Xavi Sáez. Cosifica a conciencia Szpunberg al hombre contemporáneo y funciona esa cara extrañada de la protagonista que cree ver en todos los hombres que se cruza el mismo patrón. 

La segunda razón, más jodida, puede radicar en unir esos temas en una estructura de teatro un tanto vieja, poco retadora para el espectador. La obra se estructura en escenas donde vamos viendo a esta profesora de literatura pasar por diferentes situaciones como si de una Josef K, el personaje de El Proceso de Kafka, se tratase. 

Así, vemos a la protagonista zozobrar en una sucesión de escenas que la van oprimiendo al igual que desquiciando. Unas son más hilarantes por humillantes, otras son de mayor enjundia, como la relación que mantiene con su compañero de universidad, hoy jefe de departamento mientras ella sigue como asociada. Esa escena es una buena ejemplificación del llamado “techo de cristal” que sufren muchas mujeres en el trabajo. 

Victoria Szpunberg, reciente premio nacional con este texto, llega al Teatro la Abadía

Pero la sucesión de escenas no cesa, el psicólogo, el vecino insoportable, la cita en Tinder con un despreciable… Adquiere así la obra una estructura de comedia fácil donde el mundo exterior se vuelve un tanto cliché y se tiende a la ridiculización más que a la comedia ácida, el esperpento o la crítica mordaz.

Aun así, Àgata Roca compone un personaje con un amplio arco emocional. Veremos como la protagonista, cáustica e incisiva al principio, va perdiendo el pie, la ironía e incluso la razón. Al final vemos un ser humano extraviado en un mundo que cada vez se va haciendo más incomprensible para una ciudadana que se preparó estudiando a Kant y ve como hoy es la falacia la que se ha convertido en ley universal. 

Sin embargo, el montaje no llega a instaurar su propio espacio. Roza la pesadilla y la comedia agridulce, pero a ninguna de ellas se encomienda. Al final habrá giro de guion. Pero el giro, por excesivo, hará pasar al espectador por dos extremos tan exagerados que se tornará artificial en un final donde la pieza pierde tensión y pertinencia. 

Un final donde lo social se diluye y lo que era humor negro resuena con ecos complacientes. La obra pierde así la capacidad de desafiar las situaciones y personajes que denuncia y acaba, lamentablemente, en el terreno de lo trivial. Quizá sea esa la enseñanza de este montaje, que hoy la angustia kafkiana, ayer totalitaria y opresiva, es igual de destructiva, pero se teje con hilos de intrascendencia. 

Victoria Szpunberg ya tiene nuevo proyecto. Prepara un Contra Antígona para el Teatre Lliure con Andrea Jiménez, actriz y directora con quien ya había trabajado. Jiménez es responsable de otro de los grandes éxitos del 2024, Casting Lear, obra que volverá al Teatro de la Abadía en febrero. Una obra a la que le pasa un poco lo que a este Imperativo Categórico, que son triunfos apabullantes al igual que suaves, talentosos, pero que acaban siendo fútiles.   

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Esta pieza de título kantiano aborda la vida de una mujer madura, profesora asociada en la universidad con más de 50 años que además de la precariedad tiene que lidiar con la gentrificación, un sistema educativo y sanitario en decadencia, una sociedad llena de macro y micromachismos; y con la gran losa de nuestro tiempo, el precio de la vivienda. Pura contemporaneidad en los temas y preocupación por lo social desde una escritura que une el humor negro con un universo bien kafkiano. 

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Y, finalmente, en 2024, después de esa larga carrera de resistencia, la cosa explotó con esta obra que ahora puede verse en castellano y con La tercera fuga, trabajo con el que ha triunfado en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. Una obra río, esta última, que recorre la historia de una familia judía como la de la autora, primero expulsada de Ucrania en 1920 y luego exiliada de la Argentina de la dictadura militar a la Barcelona de la transición democrática. Casi tres horas de personajes femeninos, memoria e identidad.


Los textos de Szpunberg son densos, llenos de giros, de personajes contradictorios. Su escritura está atravesada por la violencia de la historia, pero también obsesionada con la desubicación del ser humano actual. El imperativo categórico pertenece al grupo de obras centradas en esa desubicación contemporánea. 

Es difícil saber por qué una obra de repente engancha con un público más amplio. Pero en este montaje se vislumbran varias razones. La primera, ya comentada, puede deberse a la decisión de incluir varios temas acuciantes para la sociedad en una misma obra. Szpunberg lo hace con tino, la escena con la protagonista como desesperada “pretendiente” a un cuchitril que le quieren endosar como loft no tiene desperdicio, “no sé que pretensiones tienes, pero tu presupuesto no da para más”, le dice el vendedor. La platea en ese momento vibra, sabe, reconoce. 

También funciona la elección de que todos los personajes sean interpretados por el mismo actor, un dotado Xavi Sáez. Cosifica a conciencia Szpunberg al hombre contemporáneo y funciona esa cara extrañada de la protagonista que cree ver en todos los hombres que se cruza el mismo patrón. 

La segunda razón, más jodida, puede radicar en unir esos temas en una estructura de teatro un tanto vieja, poco retadora para el espectador. La obra se estructura en escenas donde vamos viendo a esta profesora de literatura pasar por diferentes situaciones como si de una Josef K, el personaje de El Proceso de Kafka, se tratase. 

Así, vemos a la protagonista zozobrar en una sucesión de escenas que la van oprimiendo al igual que desquiciando. Unas son más hilarantes por humillantes, otras son de mayor enjundia, como la relación que mantiene con su compañero de universidad, hoy jefe de departamento mientras ella sigue como asociada. Esa escena es una buena ejemplificación del llamado “techo de cristal” que sufren muchas mujeres en el trabajo. 

Victoria Szpunberg, reciente premio nacional con este texto, llega al Teatro la Abadía

Pero la sucesión de escenas no cesa, el psicólogo, el vecino insoportable, la cita en Tinder con un despreciable… Adquiere así la obra una estructura de comedia fácil donde el mundo exterior se vuelve un tanto cliché y se tiende a la ridiculización más que a la comedia ácida, el esperpento o la crítica mordaz.

Aun así, Àgata Roca compone un personaje con un amplio arco emocional. Veremos como la protagonista, cáustica e incisiva al principio, va perdiendo el pie, la ironía e incluso la razón. Al final vemos un ser humano extraviado en un mundo que cada vez se va haciendo más incomprensible para una ciudadana que se preparó estudiando a Kant y ve como hoy es la falacia la que se ha convertido en ley universal. 

Sin embargo, el montaje no llega a instaurar su propio espacio. Roza la pesadilla y la comedia agridulce, pero a ninguna de ellas se encomienda. Al final habrá giro de guion. Pero el giro, por excesivo, hará pasar al espectador por dos extremos tan exagerados que se tornará artificial en un final donde la pieza pierde tensión y pertinencia. 

Un final donde lo social se diluye y lo que era humor negro resuena con ecos complacientes. La obra pierde así la capacidad de desafiar las situaciones y personajes que denuncia y acaba, lamentablemente, en el terreno de lo trivial. Quizá sea esa la enseñanza de este montaje, que hoy la angustia kafkiana, ayer totalitaria y opresiva, es igual de destructiva, pero se teje con hilos de intrascendencia. 

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