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  Cultura  David Trueba: “En esta sociedad el hombre ha sabido vender su envejecimiento como bello”
Cultura

David Trueba: “En esta sociedad el hombre ha sabido vender su envejecimiento como bello”

noviembre 5, 2025
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El cineasta parte de una historia que publicó hace diez años para reunirse con David Verdaguer tras ‘Saben aquell’ y firmar ‘Siempre es invierno’El documental que muestra cómo Warhol y Vijande crearon en España “su propia Factory con Almodóvar y Alaska”

Antes de dirigir por primera vez una película David Trueba (Madrid, 1969) ya había podido publicar su primera novela. Fue en 1995 y se titulaba Abierto toda la noche, inaugurando una relación con la editorial Anagrama que se extiende hasta nuestros días. “Justo en octubre cumplí 30 años con Anagrama, el otro día me dijeron que era uno de sus autores más veteranos”, asegura Trueba en conversación con elDiario.es. Al año siguiente de Abierto toda la noche Trueba debutó tras las cámaras con La buena vida, y desde entonces ha ido alternando ambas facetas con éxito parejo. En 2008, gracias a su novela Saber perder, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica.

Siete años después llegó Blitz a las librerías, contándonos cómo un arquitecto rompía con su pareja durante la estancia de ambos en una fría ciudad europea, y al no querer volver inmediatamente a casa el protagonista tenía un idilio con una mujer que le doblaba la edad. Es la novela que Trueba se ha propuesto llevar al cine en un gesto inédito para su trayectoria, coincidiendo el estreno de la película con la publicación de un ensayo suyo para Anagrama, Mi 69. De este pequeño libro Trueba asegura que es “una biografía del año en que nació”. “De todo lo que me conformó de alguna manera, todo lo contrario a un ‘yo me he hecho a mí mismo’”, ironiza. También es una reflexión sobre el paso del tiempo, algo que le une a Siempre es invierno. Ese es el título del filme que adapta Blitz.

David Verdaguer es ese arquitecto tras encarnar a Eugenio en Saben aquell, su anterior colaboración con Trueba. Amaia Salamanca es su pareja (pronto ex), y la veterana Isabelle Renaud quien logra que el protagonista se replantee su relación con el tiempo. Hacia el final, el arquitecto construirá un parque adornado con grandes relojes de arena. “Un día David estaba hablando por teléfono con su hija pequeña y le dijo que los relojes de arena tienen algo triste, porque ves el tiempo pasar”, recuerda Trueba. “Y la hija, con una perspectiva temporal muy distinta a la de un adulto, replicó que no era triste porque en estos relojes ves cómo se agota una esfera mientras se va llenando la otra”. Naturalmente, Trueba tuvo que incluir esta reflexión en Siempre es invierno.

Todos tenemos fresca tu colaboración con David Verdaguer en Saben aquell, pero Siempre es invierno no es una película inmediatamente posterior. Entre medias rodó El hombre bueno con Jorge Sanz en Mallorca.

Era una película hecha con poquísimo dinero, sin ayudas. Fuimos con ella al Festival de Málaga intentando hacernos un hueco, pero no conseguimos mucho. Llevarla a salas parecía un suicidio.

¿Es más difícil sacar películas adelante hoy que cuando empezó a dirigir, hace tres décadas? 

Creo que hoy es más fácil hacer una película que nunca, lo difícil es que se vea. La industria española está muy fuerte y la tecnología lo facilita todo. Lo complicado es obtener visibilidad, porque cada fin de semana se estrenan ocho o nueve películas, de las cuales dos o tres son españolas. Es difícil entrar ahí si no tienes un presupuesto mínimo en publicidad. Así que El hombre bueno forma parte junto a A este lado del mundo, Casi 40 o Madrid, 1987 de lo que yo llamo “mis películas underground”. Películas que solo se pueden ver como se dejan ver.

Siempre es invierno forma parte de un modelo distinto, adaptando una historia ya conocida. ¿Por qué ha adaptado una novela propia a estas alturas de tu carrera?

Nunca tuve la tentación de llevar al cine mis otras novelas, es solo que con Blitz pasó algo particular. Desde que nació se dio la opción de adaptarla, y en 2017 estuve a punto de dirigir la película. El proyecto se canceló por una serie de problemas y muy poco después hice A este lado del mundo, donde retomaba el personaje de Blitz para la película (aquí interpretado por Vito Sanz, que también tiene un papel en Siempre es invierno), y lo mandaba a Melilla como arquitecto paisajista para reformar una valla migratoria. Blitz se quedó conmigo entre estas dos obras, y entonces cuando acabamos Saben aquell los productores me dijeron que querían hacer otra película conmigo. 

Creo que hoy es más fácil hacer una película que nunca, lo difícil es que se vea. La industria española está fuerte y la tecnología lo facilita todo. Lo complicado es obtener visibilidad

David Trueba
— Cineasta y escritor

‘¿No tendrás algún otro guion en el cajón?’. Yo respondí que tenía una adaptación que estuve a punto de hacer de Blitz, y entonces David Verdaguer dijo que había leído la novela en su día y que le encantó. Dije: ‘Pues tú serías un protagonista muy bueno’. Y eso es todo. No fue nada planificado. Las películas se acaban haciendo ‘porque se puede’, y si no hacemos otra es porque no se ha podido.

¿Este elemento posibilista es lo que ha conducido a que haya ciertos cambios en la adaptación? Blitz transcurría originalmente en Múnich, no en una ciudad de Bélgica…

En efecto no encontramos el mundo germano que había imaginado, y llegué a plantearme cambiar el escenario a Zúrich. Entonces apareció un productor belga, se nos ocurrió llevar la historia a una ciudad belga [a Lieja, cerca de Bruselas] y pensé: ‘Mejor, ahora podremos tener a una actriz francesa’. El concepto de Blitz, como es una palabra alemana, también desapareció. Era absurdo mantener el concepto, pero no es nada grave. El arquitecto que el protagonista admira en la novela es japonés y aquí es coreano. Podría haber sido japonés, pero, ¿no está Corea en el lugar en que estaba Japón hace 10 años, con mayor presencia en el imaginario artístico y cultural?

Tuvo que ser extraño poner en imágenes algo que había imaginado hace bastante tiempo…

Lo más extraño fue la convivencia del David Trueba de entonces con el David Trueba de ahora. Porque el que escribió Blitz estaba muy pegado al protagonista y narrador, mientras que el que dirige ahora está mucho más entre los dos personajes, el arquitecto y la mujer con la que tiene un idilio. Incluso está más cerca de esta mujer, que ya está instalada de otra manera en el mundo. Ya no tiene el nervio de vivir intensamente. Está en un momento más reflexivo, como yo. Poner de acuerdo esos puntos de vista quizá fue lo más difícil, aunque siempre se ha dicho de mis novelas que son todas muy cinematográficas. En particular creo que Blitz es la más cinematográfica de todas porque trata de los cuerpos, de esos cuerpos que se encuentran en medio de un cierto aislamiento e incomunicación.

Fotograma de ‘Siempre es invierno’

Ya que menciona el personaje de Isabelle Renaud, es bastante sorprendente la delicadeza con la que se retrata su cuerpo desnudo y las escenas de sexo con Verdaguer. Sobre todo, en un momento donde cierto cine de género, como La abuela  o La sustancia, se empeña en exhibir el cuerpo femenino que envejece como algo monstruoso.

Parece antinatural que una mujer acepte su vejez, mientras que es lo más natural del mundo para el hombre. Como la mujer se ha incorporado a la sociedad laboral y artística con demasiado retraso, pasa que el hombre ha sabido vender su envejecimiento como una forma de embellecimiento. A nadie se le ocurre pensar que Brad Pitt, con sesenta años, no sea incluso más guapo que a los veinte. Sean Connery fue guapo de verdad a partir de los sesenta, y Colin Firth era un mindundi con veinte, pero con cincuenta es magnífico. Esto, que lo tenemos asumidísimo, si lo aplicas con nombre femenino te das cuenta de que no es lo habitual. 

En el mundo femenino la belleza solo puede ser juvenil, es lo que nos ha marcado el cine y la publicidad entre otras cosas. Y siempre he estado en desacuerdo, el esplendor juvenil no es la única forma de belleza. Hay belleza en el paso del tiempo. Cuando murió Diane Keaton la gente reconoció algo en su forma de envejecer, acorde a una idea de belleza, presencia y personalidad. Aunque claro, al igual que Meryl Streep ella nunca se vendió como una bomba sexual. Con figuras como Demi Moore es más problemático. 

Cuando escribió la novela no era un debate que estuviera tan presente como ahora.

La novela fue muy precursora en esto, y lo hacía con cierta dureza. Porque la vida es dura, la sociedad es dura, y no hay que blanquear la violencia que existe contra la gente mayor. El protagonista se acostaba con una mujer mayor y luego se avergonzaba, y para mí conservar eso era fundamental. Verdaguer me decía ‘pero los espectadores van a pensar que soy un cabrón’, y yo contestaba: ‘Esto es así’. Es un prejuicio que nos ha dado la sociedad, así que lo natural es que hables con un amigo tuyo y le digas: ‘Tío, ayer me follé a una vieja’.

A mí me pareció, sin embargo, que cuando Verdaguer se lo cuenta a Vito Sanz no se arrepiente exactamente, sino que está sorprendido de sí mismo, ‘no sé cómo ha pasado esto’…

Sí, en la novela era más bestia porque se trataba del narrador. Y David, como todo actor, quiso defender su idea del personaje. Aunque se excusa en que ‘estaba borracho’, y se mantiene esa incomodidad. Me gusta que las películas tengan eso. Hay un debate dentro de la propia película sobre si el arte debe limitarse a consolar y acompañar o debe ser provocador. En ese debate coincido con las dos posiciones, debe ser las dos cosas. Hago una película para acompañar a la gente que un finde cualquiera acude al cine, pero tampoco quiero sedarla. No quiero que salgan diciendo ‘qué bonito, qué fácil es todo’, si no que digan ‘huy, ¿por qué me ha complicado la tarde del sábado?’. 

Creo que todas mis películas tienen algo que no es aceptable a primera vista y me gusta eso, que no se establezca tan férreamente lo que es bueno y lo que es malo. Porque todos tenemos a un miserable dentro que ve un billete en el suelo tentado de quedárselo, a la vez que alguien que dice ‘¿se le ha caído a alguien?’. Y es tan bonito eso. El otro día leí que hemos perdido de vista algo clave que nos transmitió la generación anterior: que ser bueno convenía.

Esto justo lo ha teorizado Mauro Entrialgo en un libro reciente, Malismo. Ahí dice que cierta gente ha empezado a hacer ostentación de la maldad como forma de hallar rédito político.

Claro, malismo como oposición a buenismo. Lo que promueven Peter Thiel, Elon Musk y esta gente. Triunfadores que le pisan la cabeza a los demás. En su día se nos enseñó que hacer algo bueno era reconfortante. Y ahora vivimos en una sociedad donde ser malo mola. Hemos relegado lo bueno a un lugar tonto y facilón, como de película. 

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Antes de dirigir por primera vez una película David Trueba (Madrid, 1969) ya había podido publicar su primera novela. Fue en 1995 y se titulaba Abierto toda la noche, inaugurando una relación con la editorial Anagrama que se extiende hasta nuestros días. “Justo en octubre cumplí 30 años con Anagrama, el otro día me dijeron que era uno de sus autores más veteranos”, asegura Trueba en conversación con elDiario.es. Al año siguiente de Abierto toda la noche Trueba debutó tras las cámaras con La buena vida, y desde entonces ha ido alternando ambas facetas con éxito parejo. En 2008, gracias a su novela Saber perder, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica.

Siete años después llegó Blitz a las librerías, contándonos cómo un arquitecto rompía con su pareja durante la estancia de ambos en una fría ciudad europea, y al no querer volver inmediatamente a casa el protagonista tenía un idilio con una mujer que le doblaba la edad. Es la novela que Trueba se ha propuesto llevar al cine en un gesto inédito para su trayectoria, coincidiendo el estreno de la película con la publicación de un ensayo suyo para Anagrama, Mi 69. De este pequeño libro Trueba asegura que es “una biografía del año en que nació”. “De todo lo que me conformó de alguna manera, todo lo contrario a un ‘yo me he hecho a mí mismo’”, ironiza. También es una reflexión sobre el paso del tiempo, algo que le une a Siempre es invierno. Ese es el título del filme que adapta Blitz.

David Verdaguer es ese arquitecto tras encarnar a Eugenio en Saben aquell, su anterior colaboración con Trueba. Amaia Salamanca es su pareja (pronto ex), y la veterana Isabelle Renaud quien logra que el protagonista se replantee su relación con el tiempo. Hacia el final, el arquitecto construirá un parque adornado con grandes relojes de arena. “Un día David estaba hablando por teléfono con su hija pequeña y le dijo que los relojes de arena tienen algo triste, porque ves el tiempo pasar”, recuerda Trueba. “Y la hija, con una perspectiva temporal muy distinta a la de un adulto, replicó que no era triste porque en estos relojes ves cómo se agota una esfera mientras se va llenando la otra”. Naturalmente, Trueba tuvo que incluir esta reflexión en Siempre es invierno.

Todos tenemos fresca tu colaboración con David Verdaguer en Saben aquell, pero Siempre es invierno no es una película inmediatamente posterior. Entre medias rodó El hombre bueno con Jorge Sanz en Mallorca.

Era una película hecha con poquísimo dinero, sin ayudas. Fuimos con ella al Festival de Málaga intentando hacernos un hueco, pero no conseguimos mucho. Llevarla a salas parecía un suicidio.

¿Es más difícil sacar películas adelante hoy que cuando empezó a dirigir, hace tres décadas? 

Creo que hoy es más fácil hacer una película que nunca, lo difícil es que se vea. La industria española está muy fuerte y la tecnología lo facilita todo. Lo complicado es obtener visibilidad, porque cada fin de semana se estrenan ocho o nueve películas, de las cuales dos o tres son españolas. Es difícil entrar ahí si no tienes un presupuesto mínimo en publicidad. Así que El hombre bueno forma parte junto a A este lado del mundo, Casi 40 o Madrid, 1987 de lo que yo llamo “mis películas underground”. Películas que solo se pueden ver como se dejan ver.

Siempre es invierno forma parte de un modelo distinto, adaptando una historia ya conocida. ¿Por qué ha adaptado una novela propia a estas alturas de tu carrera?

Nunca tuve la tentación de llevar al cine mis otras novelas, es solo que con Blitz pasó algo particular. Desde que nació se dio la opción de adaptarla, y en 2017 estuve a punto de dirigir la película. El proyecto se canceló por una serie de problemas y muy poco después hice A este lado del mundo, donde retomaba el personaje de Blitz para la película (aquí interpretado por Vito Sanz, que también tiene un papel en Siempre es invierno), y lo mandaba a Melilla como arquitecto paisajista para reformar una valla migratoria. Blitz se quedó conmigo entre estas dos obras, y entonces cuando acabamos Saben aquell los productores me dijeron que querían hacer otra película conmigo. 

Creo que hoy es más fácil hacer una película que nunca, lo difícil es que se vea. La industria española está fuerte y la tecnología lo facilita todo. Lo complicado es obtener visibilidad

David Trueba
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¿Este elemento posibilista es lo que ha conducido a que haya ciertos cambios en la adaptación? Blitz transcurría originalmente en Múnich, no en una ciudad de Bélgica…

En efecto no encontramos el mundo germano que había imaginado, y llegué a plantearme cambiar el escenario a Zúrich. Entonces apareció un productor belga, se nos ocurrió llevar la historia a una ciudad belga [a Lieja, cerca de Bruselas] y pensé: ‘Mejor, ahora podremos tener a una actriz francesa’. El concepto de Blitz, como es una palabra alemana, también desapareció. Era absurdo mantener el concepto, pero no es nada grave. El arquitecto que el protagonista admira en la novela es japonés y aquí es coreano. Podría haber sido japonés, pero, ¿no está Corea en el lugar en que estaba Japón hace 10 años, con mayor presencia en el imaginario artístico y cultural?

Tuvo que ser extraño poner en imágenes algo que había imaginado hace bastante tiempo…

Lo más extraño fue la convivencia del David Trueba de entonces con el David Trueba de ahora. Porque el que escribió Blitz estaba muy pegado al protagonista y narrador, mientras que el que dirige ahora está mucho más entre los dos personajes, el arquitecto y la mujer con la que tiene un idilio. Incluso está más cerca de esta mujer, que ya está instalada de otra manera en el mundo. Ya no tiene el nervio de vivir intensamente. Está en un momento más reflexivo, como yo. Poner de acuerdo esos puntos de vista quizá fue lo más difícil, aunque siempre se ha dicho de mis novelas que son todas muy cinematográficas. En particular creo que Blitz es la más cinematográfica de todas porque trata de los cuerpos, de esos cuerpos que se encuentran en medio de un cierto aislamiento e incomunicación.

Fotograma de ‘Siempre es invierno’

Ya que menciona el personaje de Isabelle Renaud, es bastante sorprendente la delicadeza con la que se retrata su cuerpo desnudo y las escenas de sexo con Verdaguer. Sobre todo, en un momento donde cierto cine de género, como La abuela  o La sustancia, se empeña en exhibir el cuerpo femenino que envejece como algo monstruoso.

Parece antinatural que una mujer acepte su vejez, mientras que es lo más natural del mundo para el hombre. Como la mujer se ha incorporado a la sociedad laboral y artística con demasiado retraso, pasa que el hombre ha sabido vender su envejecimiento como una forma de embellecimiento. A nadie se le ocurre pensar que Brad Pitt, con sesenta años, no sea incluso más guapo que a los veinte. Sean Connery fue guapo de verdad a partir de los sesenta, y Colin Firth era un mindundi con veinte, pero con cincuenta es magnífico. Esto, que lo tenemos asumidísimo, si lo aplicas con nombre femenino te das cuenta de que no es lo habitual. 

En el mundo femenino la belleza solo puede ser juvenil, es lo que nos ha marcado el cine y la publicidad entre otras cosas. Y siempre he estado en desacuerdo, el esplendor juvenil no es la única forma de belleza. Hay belleza en el paso del tiempo. Cuando murió Diane Keaton la gente reconoció algo en su forma de envejecer, acorde a una idea de belleza, presencia y personalidad. Aunque claro, al igual que Meryl Streep ella nunca se vendió como una bomba sexual. Con figuras como Demi Moore es más problemático. 

Cuando escribió la novela no era un debate que estuviera tan presente como ahora.

La novela fue muy precursora en esto, y lo hacía con cierta dureza. Porque la vida es dura, la sociedad es dura, y no hay que blanquear la violencia que existe contra la gente mayor. El protagonista se acostaba con una mujer mayor y luego se avergonzaba, y para mí conservar eso era fundamental. Verdaguer me decía ‘pero los espectadores van a pensar que soy un cabrón’, y yo contestaba: ‘Esto es así’. Es un prejuicio que nos ha dado la sociedad, así que lo natural es que hables con un amigo tuyo y le digas: ‘Tío, ayer me follé a una vieja’.

A mí me pareció, sin embargo, que cuando Verdaguer se lo cuenta a Vito Sanz no se arrepiente exactamente, sino que está sorprendido de sí mismo, ‘no sé cómo ha pasado esto’…

Sí, en la novela era más bestia porque se trataba del narrador. Y David, como todo actor, quiso defender su idea del personaje. Aunque se excusa en que ‘estaba borracho’, y se mantiene esa incomodidad. Me gusta que las películas tengan eso. Hay un debate dentro de la propia película sobre si el arte debe limitarse a consolar y acompañar o debe ser provocador. En ese debate coincido con las dos posiciones, debe ser las dos cosas. Hago una película para acompañar a la gente que un finde cualquiera acude al cine, pero tampoco quiero sedarla. No quiero que salgan diciendo ‘qué bonito, qué fácil es todo’, si no que digan ‘huy, ¿por qué me ha complicado la tarde del sábado?’. 

Creo que todas mis películas tienen algo que no es aceptable a primera vista y me gusta eso, que no se establezca tan férreamente lo que es bueno y lo que es malo. Porque todos tenemos a un miserable dentro que ve un billete en el suelo tentado de quedárselo, a la vez que alguien que dice ‘¿se le ha caído a alguien?’. Y es tan bonito eso. El otro día leí que hemos perdido de vista algo clave que nos transmitió la generación anterior: que ser bueno convenía.

Esto justo lo ha teorizado Mauro Entrialgo en un libro reciente, Malismo. Ahí dice que cierta gente ha empezado a hacer ostentación de la maldad como forma de hallar rédito político.

Claro, malismo como oposición a buenismo. Lo que promueven Peter Thiel, Elon Musk y esta gente. Triunfadores que le pisan la cabeza a los demás. En su día se nos enseñó que hacer algo bueno era reconfortante. Y ahora vivimos en una sociedad donde ser malo mola. Hemos relegado lo bueno a un lugar tonto y facilón, como de película. 

Esta gente siempre ataca al débil, y simplemente porque es lo más fácil. Creo que una de las razones del crecimiento de la ultraderecha es que mucha gente está cansada de discutir, y no te puedes cansar de discutir. Hay que discutir en Navidad, en la comida familiar, hay que decir ‘esto no es verdad, esto no está bien’. Es agotador, pero hay que plantarse. Es lo que hay que hacer.  

Antes de dirigir por primera vez una película David Trueba (Madrid, 1969) ya había podido publicar su primera novela. Fue en 1995 y se titulaba Abierto toda la noche, inaugurando una relación con la editorial Anagrama que se extiende hasta nuestros días. “Justo en octubre cumplí 30 años con Anagrama, el otro día me dijeron que era uno de sus autores más veteranos”, asegura Trueba en conversación con elDiario.es. Al año siguiente de Abierto toda la noche Trueba debutó tras las cámaras con La buena vida, y desde entonces ha ido alternando ambas facetas con éxito parejo. En 2008, gracias a su novela Saber perder, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica.

Siete años después llegó Blitz a las librerías, contándonos cómo un arquitecto rompía con su pareja durante la estancia de ambos en una fría ciudad europea, y al no querer volver inmediatamente a casa el protagonista tenía un idilio con una mujer que le doblaba la edad. Es la novela que Trueba se ha propuesto llevar al cine en un gesto inédito para su trayectoria, coincidiendo el estreno de la película con la publicación de un ensayo suyo para Anagrama, Mi 69. De este pequeño libro Trueba asegura que es “una biografía del año en que nació”. “De todo lo que me conformó de alguna manera, todo lo contrario a un ‘yo me he hecho a mí mismo’”, ironiza. También es una reflexión sobre el paso del tiempo, algo que le une a Siempre es invierno. Ese es el título del filme que adapta Blitz.

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