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  Cultura  ‘Black Phone 2’, una mediocre secuela con la que Scott Derrickson trata desesperadamente de volver a los días de ‘Sinister’
Cultura

‘Black Phone 2’, una mediocre secuela con la que Scott Derrickson trata desesperadamente de volver a los días de ‘Sinister’

octubre 23, 2025
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El éxito de la primera ‘Black Phone’ en 2022, basada en un relato del hijo de Stephen King, ha motivado una poca inspirada expansión de la historia fuera de las páginasCrítica – ‘Good Boy’, la película de terror protagonizada por un perro que quiere ser melancólica y reflexiva más allá del meme

En octubre de 2022 un estudio, Science of Scare Project, quiso analizar científicamente cuáles eran las películas que daban más miedo monitoreando la frecuencia cardíaca de unos cuantos espectadores. La elegida, por encima de Hereditary o la primera Expediente Warren, fue Sinister. El estudio como tal era una estupidez —su objetivo no era otro que ayudarnos a elegir qué ver en el inminente Halloween—, aunque no vino mal para amplificar el latente culto hacia este filme de 2012. Tampoco para ayudar a la publicidad del siguiente proyecto de Scott Derrickson, director de Sinister que el cine de terror parecía haber perdido por culpa de la maquinaria de Marvel.

Y es que a Derrickson le había ido muy bien dirigiendo Doctor Strange, tanto como para que le ofrecieran hacer la secuela. Hete aquí, sin embargo, que Derrickson abandonó Doctor Strange en el multiverso de la locura por diferencias creativas —le sustituyó otro antiguo pope del género, Sam Raimi—, tocándole a Black Phone ser su regreso al tipo de cine que le había hecho famoso. Meses después de que Sinister fuera considerada “la película más terrorífica de la historia”, Derrickson presentó Black Phone como un hijo pródigo cuya auténtica grandeza había sido reconocida en el exilio. Y Black Phone fue un éxito de crítica y público. 

No fue, sin embargo, el inicio de un compromiso de Derrickson por ceñirse al terror a partir de ahora. Dos veranos después estrenó El abismo secreto, una película de acción con monstruos y romance que tenía de protagonistas a Anya Taylor-Joy y Miles Teller. Una producción destinada a Apple TV+, de hechuras tan genéricas como para ajustarse de cabo a rabo a lo que entendemos por “película de plataformas”. Derrickson, comprobamos entonces, no era un genio del terror que de vez en cuando probara a cambiar de registro, sino un artesano. Más concretamente —y dado que al margen de Sinister nunca ha llegado a hacer ninguna otra cosa relevante para el género—, un artesano que tuvo un golpe de suerte hace ya casi 15 años. Black Phone 2 es la prueba definitiva.
‘Sinister’ y el patrón oro de Blumhouse
Alrededor de Black Phone 2 vuelven a percibirse ciertas trazas de evento. Ya no tiene el atractivo de que un director secuestrado por el blockbuster se reúna con los primeros espectadores que creyeron en él, pero no deja de ser la secuela de un éxito previo. Y Blumhouse, la productora independiente especializada en terror, necesita ahora mismo de eso. Con un poco más de fruición de lo habitual. Este sello, normalmente asociado a Universal Pictures, no pasa por su mejor momento. En los últimos meses ha tenido que reducir costes, despedir a varios empleados, y todo apunta a que han tenido que ver recientes fracasos en taquilla como la secuela de M3GAN o La mujer de las sombras, un filme de Jaume Collet-Serra que tras hundirse en EEUU ha ido directamente a streaming.

Ni el apego de la compañía a los presupuestos prudentes le ha librado de los números rojos, así que su mejor baza pasa ahora mismo por retomar fenómenos de atractivo constatable: después de Black Phone 2 está previsto que el 5 de diciembre se estrene la secuela de Five Nights at Freddy’s. Con Black Phone 2 ocurre asimismo que no es una secuela sin más, sino que se trata de la nueva colaboración con una de esas figuras clave que han hecho de Blumhouse un referente del género. Scott Derrickson, claro. Blumhouse es aquella factoría que apenas había empezado a desarrollar estos títulos de terror pequeños y baratos cuando se topó fortuitamente con el fenómeno de Sinister.

Sinister integra, junto a Paranormal Activity (2009) e Insidious (2011), la trilogía que ha hecho de Blumhouse lo que es hoy. Cuando la empresa fundada por Jason Blum anunció que volvía a trabajar con Derrickson para producir Black Phone, se vendió a lo grande como su nueva asociación con “el director de Sinister”. Nos topamos otra vez con este estatus. La grandeza de Sinister ha sido capaz de definir una carrera y un estudio de cine. La grandeza de Sinister sigue espoleando, de hecho, el díptico de Black Phone, y no solo porque también figure C. Robert Cargill de guionista —colaborador recurrente de Derrickson— y tenga a Ethan Hawke de protagonista.

De alguna forma, el Captor ha resucitado

En las películas de Black Phone Hawke interpreta a un asesino de niños apodado el Captor —traducción poco afortunada del original “Grabber”—, divirtiéndose con un variado surtido de máscaras y vocecillas. En Sinister no pudo divertirse tanto, pues ahí era Hawke quien sufría, por decirlo así, el terror. Un terror sustentado en buena medida en observar grabaciones de una familia que se había inmolado misteriosamente: grabaciones muy inquietantes que concentraban el impacto de Sinister. Parte del culto que ha acumulado el filme de Derrickson tuvo que ver con una inesperada reformulación del género de metraje encontrado (found footage) que tanto se había cultivado en los 2000, y que de hecho cultivaba la citada Paranormal Activity.

Aquí, claro, era metraje encontrado porque lo había “encontrado” el personaje de Hawke, el protagonista de Sinister y con quien se debía identificar el público. La drástica inmersión en la acción del found footage tradicional se rompía por la presencia de un intermediario que nos comunicaba con el creepypasta y otras coordenadas de género, especialmente fértiles en Japón: Ringu (1998), con esos vídeos que provocaba la muerte de quien lo veía, o sobre todo Kairo de Kiyoshi Kurosawa (2001). Una película de terror fundacional por cómo aprovechaba la nueva afloración de pantallas —ya en el marco de Internet— para generar un pánico atroz. 

Grabaciones estáticas, en formatos añejos que privilegiaban el ruido y la escasa fidelidad, donde sucedía algo inexplicable. Una “imagen-misterio” —de la que hace poco tuvimos seguimiento en España, en la fantástica El llanto de Pedro Martín-Calero— que Derrickson trabajó a conciencia en Sinister, siendo la clave de que su película haya causado tanto desasosiego durante años. Y, en directa consecuencia, lo que ha condenado al director a permanecer cerca de ella, esté justificado o no. Así es como llegamos, por fin, al festín de arbitrariedad que es Black Phone 2.
La resurrección del Captor
Black Phone, en tanto a relato original de Joe Hill —hijo de Stephen King, como se puede apreciar en sus intereses compartidos—, no tiene secuela. El teléfono negro del título sirve para que las víctimas del Captor se comuniquen con los vivos, y era algo que le venía bien a Finney (Mason Thames, visto posteriormente en el remake de Cómo entrenar a tu dragón) para derrotar al asesino, incluso para que este acabara muerto. De cara a la secuela que Derrickson y Cargill han ideado de espaldas a la literatura —motivados por las cifras de la película de 2022— se asume que el Captor sigue muerto. Solo que, si los espectros de las víctimas siguen entre nosotros, ¿por qué no iba a ocurrir lo mismo con su asesino? ¿Por qué el fantasma del Captor no iba a ser una amenaza?

Al comienzo de Black Phone 2 Finney y su hermana Gwen (Madeleine McGraw) bastante parecen tener con el trauma que les dejó el Captor, y con la turbulenta cotidianidad que les ofrece un padre alcohólico y maltratador (Jeremy Davies). Esto último, que otorgaba a la primera Black Phone una aspereza inaudita —de lo poco interesante que tenía aquella película, a decir verdad—, se ha rebajado en la secuela para perfilar un lecho familiar más convencional, uno que puede movilizarse incluso si, de pronto, el Captor se las apaña para volver. Lo hará invadiendo los sueños de Gwen. También tejiendo un misterio, en torno a la muerte de la madre de los chavales, que terminará con estos dirigiéndose a un misterioso lugar en las montañas de Colorado, el Alpine Lake Camp.

Lo que descubriremos progresivamente es que el Captor puede seguir atormentando a los protagonistas a través de los sueños de Gwen, desde donde —y al igual que Freddy Krueger— puede producir estragos en el mundo real. De forma que Black Phone 2, para solucionar el final cerrado de la primera película, se sumerge en las ligas de Pesadilla en Elm Street y prueba a moldear una lógica onírica sin, al cabo, demasiado sentido. No ayuda que el Captor de Hawke —que por cierto ni parece haberse pasado por el set, conformándose con grabar su voz— continúe siendo un psicópata tan genérico, y los protagonistas vuelvan a adolecer de falta de carisma y escritura.

Hay poco a lo que agarrarse y ahí es donde entra la ‘imagen Sinister’: para visualizar las pesadillas de Gwen, el director ha empleado un formato distintivo, marcado por una textura de grano e imperfecciones, que lo mismo recuerda a grabaciones caseras de Super 8 que a la estética del cine de los 70. Justamente Black Phone 2 se ambienta en 1982, lo que favorece que Derrickson se refugie además en un imaginario de explotación ya practicado hace poco por Terrifier 3 o el remake de El vengador tóxico —el cine de terror, como el blockbuster, también tiene un grave problema con la nostalgia—, mientras incluye a Pink Floyd en una banda sonora poblada de sintetizadores.

Recorremos terreno familiar. Y lo mismo podemos decir de estas pesadillas a la estela de las grabaciones de Sinister, llenas de cortes y movimientos bruscos obstinados en causar terror desde la confusión y una desesperada textura enigmática. En función a este empeño, que devora el filme—no hay otra cosa a la que agarrarse, insistimos, pues es preferible este mundo espectral al machacón poso religioso que envuelve a los personajes en nuestra realidad—, Black Phone 2 se articula como un todo vale algo embarazoso. No tiene sentido, más allá del fetiche, que un sueño se visualice como si fuera found footage. Hay tal falta de rigor que Derrickson parece estar exprimiendo con todo el cinismo del mundo el legado de Sinister. Ese legado que parece ser todo lo que tiene.

La falta de rigor, la maniobra mercenaria, carcome la integridad creativa de Black Phone 2. Con ellas se transparenta la falta de ideas de peso que ha motivado su desarrollo. Pierden aplomo las posibles virtudes que pudiera atesorar la película —una realización sólida, alguna ocurrencia feliz como el uso de la cabina de teléfono—, y todo se resume en la reconocible complacencia de vivir de las rentas. Duele pero es lo que ha pasado: de forma simultánea a que Sinister se convirtiera en clásico de culto, Hollywood se ha encargado de quitarle cualquier brizna de misterio.  El éxito de la primera ‘Black Phone’ en 2022, basada en un relato del hijo de Stephen King, ha motivado una poca inspirada expansión de la historia fuera de las páginasCrítica – ‘Good Boy’, la película de terror protagonizada por un perro que quiere ser melancólica y reflexiva más allá del meme

En octubre de 2022 un estudio, Science of Scare Project, quiso analizar científicamente cuáles eran las películas que daban más miedo monitoreando la frecuencia cardíaca de unos cuantos espectadores. La elegida, por encima de Hereditary o la primera Expediente Warren, fue Sinister. El estudio como tal era una estupidez —su objetivo no era otro que ayudarnos a elegir qué ver en el inminente Halloween—, aunque no vino mal para amplificar el latente culto hacia este filme de 2012. Tampoco para ayudar a la publicidad del siguiente proyecto de Scott Derrickson, director de Sinister que el cine de terror parecía haber perdido por culpa de la maquinaria de Marvel.

Y es que a Derrickson le había ido muy bien dirigiendo Doctor Strange, tanto como para que le ofrecieran hacer la secuela. Hete aquí, sin embargo, que Derrickson abandonó Doctor Strange en el multiverso de la locura por diferencias creativas —le sustituyó otro antiguo pope del género, Sam Raimi—, tocándole a Black Phone ser su regreso al tipo de cine que le había hecho famoso. Meses después de que Sinister fuera considerada “la película más terrorífica de la historia”, Derrickson presentó Black Phone como un hijo pródigo cuya auténtica grandeza había sido reconocida en el exilio. Y Black Phone fue un éxito de crítica y público. 

No fue, sin embargo, el inicio de un compromiso de Derrickson por ceñirse al terror a partir de ahora. Dos veranos después estrenó El abismo secreto, una película de acción con monstruos y romance que tenía de protagonistas a Anya Taylor-Joy y Miles Teller. Una producción destinada a Apple TV+, de hechuras tan genéricas como para ajustarse de cabo a rabo a lo que entendemos por “película de plataformas”. Derrickson, comprobamos entonces, no era un genio del terror que de vez en cuando probara a cambiar de registro, sino un artesano. Más concretamente —y dado que al margen de Sinister nunca ha llegado a hacer ninguna otra cosa relevante para el género—, un artesano que tuvo un golpe de suerte hace ya casi 15 años. Black Phone 2 es la prueba definitiva.
‘Sinister’ y el patrón oro de Blumhouse
Alrededor de Black Phone 2 vuelven a percibirse ciertas trazas de evento. Ya no tiene el atractivo de que un director secuestrado por el blockbuster se reúna con los primeros espectadores que creyeron en él, pero no deja de ser la secuela de un éxito previo. Y Blumhouse, la productora independiente especializada en terror, necesita ahora mismo de eso. Con un poco más de fruición de lo habitual. Este sello, normalmente asociado a Universal Pictures, no pasa por su mejor momento. En los últimos meses ha tenido que reducir costes, despedir a varios empleados, y todo apunta a que han tenido que ver recientes fracasos en taquilla como la secuela de M3GAN o La mujer de las sombras, un filme de Jaume Collet-Serra que tras hundirse en EEUU ha ido directamente a streaming.

Ni el apego de la compañía a los presupuestos prudentes le ha librado de los números rojos, así que su mejor baza pasa ahora mismo por retomar fenómenos de atractivo constatable: después de Black Phone 2 está previsto que el 5 de diciembre se estrene la secuela de Five Nights at Freddy’s. Con Black Phone 2 ocurre asimismo que no es una secuela sin más, sino que se trata de la nueva colaboración con una de esas figuras clave que han hecho de Blumhouse un referente del género. Scott Derrickson, claro. Blumhouse es aquella factoría que apenas había empezado a desarrollar estos títulos de terror pequeños y baratos cuando se topó fortuitamente con el fenómeno de Sinister.

Sinister integra, junto a Paranormal Activity (2009) e Insidious (2011), la trilogía que ha hecho de Blumhouse lo que es hoy. Cuando la empresa fundada por Jason Blum anunció que volvía a trabajar con Derrickson para producir Black Phone, se vendió a lo grande como su nueva asociación con “el director de Sinister”. Nos topamos otra vez con este estatus. La grandeza de Sinister ha sido capaz de definir una carrera y un estudio de cine. La grandeza de Sinister sigue espoleando, de hecho, el díptico de Black Phone, y no solo porque también figure C. Robert Cargill de guionista —colaborador recurrente de Derrickson— y tenga a Ethan Hawke de protagonista.

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Aquí, claro, era metraje encontrado porque lo había “encontrado” el personaje de Hawke, el protagonista de Sinister y con quien se debía identificar el público. La drástica inmersión en la acción del found footage tradicional se rompía por la presencia de un intermediario que nos comunicaba con el creepypasta y otras coordenadas de género, especialmente fértiles en Japón: Ringu (1998), con esos vídeos que provocaba la muerte de quien lo veía, o sobre todo Kairo de Kiyoshi Kurosawa (2001). Una película de terror fundacional por cómo aprovechaba la nueva afloración de pantallas —ya en el marco de Internet— para generar un pánico atroz. 

Grabaciones estáticas, en formatos añejos que privilegiaban el ruido y la escasa fidelidad, donde sucedía algo inexplicable. Una “imagen-misterio” —de la que hace poco tuvimos seguimiento en España, en la fantástica El llanto de Pedro Martín-Calero— que Derrickson trabajó a conciencia en Sinister, siendo la clave de que su película haya causado tanto desasosiego durante años. Y, en directa consecuencia, lo que ha condenado al director a permanecer cerca de ella, esté justificado o no. Así es como llegamos, por fin, al festín de arbitrariedad que es Black Phone 2.
La resurrección del Captor
Black Phone, en tanto a relato original de Joe Hill —hijo de Stephen King, como se puede apreciar en sus intereses compartidos—, no tiene secuela. El teléfono negro del título sirve para que las víctimas del Captor se comuniquen con los vivos, y era algo que le venía bien a Finney (Mason Thames, visto posteriormente en el remake de Cómo entrenar a tu dragón) para derrotar al asesino, incluso para que este acabara muerto. De cara a la secuela que Derrickson y Cargill han ideado de espaldas a la literatura —motivados por las cifras de la película de 2022— se asume que el Captor sigue muerto. Solo que, si los espectros de las víctimas siguen entre nosotros, ¿por qué no iba a ocurrir lo mismo con su asesino? ¿Por qué el fantasma del Captor no iba a ser una amenaza?

Al comienzo de Black Phone 2 Finney y su hermana Gwen (Madeleine McGraw) bastante parecen tener con el trauma que les dejó el Captor, y con la turbulenta cotidianidad que les ofrece un padre alcohólico y maltratador (Jeremy Davies). Esto último, que otorgaba a la primera Black Phone una aspereza inaudita —de lo poco interesante que tenía aquella película, a decir verdad—, se ha rebajado en la secuela para perfilar un lecho familiar más convencional, uno que puede movilizarse incluso si, de pronto, el Captor se las apaña para volver. Lo hará invadiendo los sueños de Gwen. También tejiendo un misterio, en torno a la muerte de la madre de los chavales, que terminará con estos dirigiéndose a un misterioso lugar en las montañas de Colorado, el Alpine Lake Camp.

Lo que descubriremos progresivamente es que el Captor puede seguir atormentando a los protagonistas a través de los sueños de Gwen, desde donde —y al igual que Freddy Krueger— puede producir estragos en el mundo real. De forma que Black Phone 2, para solucionar el final cerrado de la primera película, se sumerge en las ligas de Pesadilla en Elm Street y prueba a moldear una lógica onírica sin, al cabo, demasiado sentido. No ayuda que el Captor de Hawke —que por cierto ni parece haberse pasado por el set, conformándose con grabar su voz— continúe siendo un psicópata tan genérico, y los protagonistas vuelvan a adolecer de falta de carisma y escritura.

Hay poco a lo que agarrarse y ahí es donde entra la ‘imagen Sinister’: para visualizar las pesadillas de Gwen, el director ha empleado un formato distintivo, marcado por una textura de grano e imperfecciones, que lo mismo recuerda a grabaciones caseras de Super 8 que a la estética del cine de los 70. Justamente Black Phone 2 se ambienta en 1982, lo que favorece que Derrickson se refugie además en un imaginario de explotación ya practicado hace poco por Terrifier 3 o el remake de El vengador tóxico —el cine de terror, como el blockbuster, también tiene un grave problema con la nostalgia—, mientras incluye a Pink Floyd en una banda sonora poblada de sintetizadores.

Recorremos terreno familiar. Y lo mismo podemos decir de estas pesadillas a la estela de las grabaciones de Sinister, llenas de cortes y movimientos bruscos obstinados en causar terror desde la confusión y una desesperada textura enigmática. En función a este empeño, que devora el filme—no hay otra cosa a la que agarrarse, insistimos, pues es preferible este mundo espectral al machacón poso religioso que envuelve a los personajes en nuestra realidad—, Black Phone 2 se articula como un todo vale algo embarazoso. No tiene sentido, más allá del fetiche, que un sueño se visualice como si fuera found footage. Hay tal falta de rigor que Derrickson parece estar exprimiendo con todo el cinismo del mundo el legado de Sinister. Ese legado que parece ser todo lo que tiene.

La falta de rigor, la maniobra mercenaria, carcome la integridad creativa de Black Phone 2. Con ellas se transparenta la falta de ideas de peso que ha motivado su desarrollo. Pierden aplomo las posibles virtudes que pudiera atesorar la película —una realización sólida, alguna ocurrencia feliz como el uso de la cabina de teléfono—, y todo se resume en la reconocible complacencia de vivir de las rentas. Duele pero es lo que ha pasado: de forma simultánea a que Sinister se convirtiera en clásico de culto, Hollywood se ha encargado de quitarle cualquier brizna de misterio.   

En octubre de 2022 un estudio, Science of Scare Project, quiso analizar científicamente cuáles eran las películas que daban más miedo monitoreando la frecuencia cardíaca de unos cuantos espectadores. La elegida, por encima de Hereditary o la primera Expediente Warren, fue Sinister. El estudio como tal era una estupidez —su objetivo no era otro que ayudarnos a elegir qué ver en el inminente Halloween—, aunque no vino mal para amplificar el latente culto hacia este filme de 2012. Tampoco para ayudar a la publicidad del siguiente proyecto de Scott Derrickson, director de Sinister que el cine de terror parecía haber perdido por culpa de la maquinaria de Marvel.

Y es que a Derrickson le había ido muy bien dirigiendo Doctor Strange, tanto como para que le ofrecieran hacer la secuela. Hete aquí, sin embargo, que Derrickson abandonóDoctor Strange en el multiverso de la locura por diferencias creativas —le sustituyó otro antiguo pope del género, Sam Raimi—, tocándole a Black Phone ser su regreso al tipo de cine que le había hecho famoso. Meses después de que Sinister fuera considerada “la película más terrorífica de la historia”, Derrickson presentó Black Phone como un hijo pródigo cuya auténtica grandeza había sido reconocida en el exilio. Y Black Phone fue un éxito de crítica y público. 

No fue, sin embargo, el inicio de un compromiso de Derrickson por ceñirse al terror a partir de ahora. Dos veranos después estrenó El abismo secreto, una película de acción con monstruos y romance que tenía de protagonistas a Anya Taylor-Joy y Miles Teller. Una producción destinada a Apple TV+, de hechuras tan genéricas como para ajustarse de cabo a rabo a lo que entendemos por “película de plataformas”. Derrickson, comprobamos entonces, no era un genio del terror que de vez en cuando probara a cambiar de registro, sino un artesano. Más concretamente —y dado que al margen de Sinister nunca ha llegado a hacer ninguna otra cosa relevante para el género—, un artesano que tuvo un golpe de suerte hace ya casi 15 años. Black Phone 2 es la prueba definitiva.

‘Sinister’ y el patrón oro de Blumhouse

Alrededor de Black Phone 2 vuelven a percibirse ciertas trazas de evento. Ya no tiene el atractivo de que un director secuestrado por el blockbuster se reúna con los primeros espectadores que creyeron en él, pero no deja de ser la secuela de un éxito previo. Y Blumhouse, la productora independiente especializada en terror, necesita ahora mismo de eso. Con un poco más de fruición de lo habitual. Este sello, normalmente asociado a Universal Pictures, no pasa por su mejor momento. En los últimos meses ha tenido que reducir costes, despedir a varios empleados, y todo apunta a que han tenido que ver recientes fracasos en taquilla como la secuela de M3GAN o La mujer de las sombras, un filme de Jaume Collet-Serra que tras hundirse en EEUU ha ido directamente a streaming.

Ni el apego de la compañía a los presupuestos prudentes le ha librado de los números rojos, así que su mejor baza pasa ahora mismo por retomar fenómenos de atractivo constatable: después de Black Phone 2 está previsto que el 5 de diciembre se estrene la secuela de Five Nights at Freddy’s. Con Black Phone 2 ocurre asimismo que no es una secuela sin más, sino que se trata de la nueva colaboración con una de esas figuras clave que han hecho de Blumhouse un referente del género. Scott Derrickson, claro. Blumhouse es aquella factoría que apenas había empezado a desarrollar estos títulos de terror pequeños y baratos cuando se topó fortuitamente con el fenómeno de Sinister.

Sinister integra, junto a Paranormal Activity (2009) e Insidious (2011), la trilogía que ha hecho de Blumhouse lo que es hoy. Cuando la empresa fundada por Jason Blum anunció que volvía a trabajar con Derrickson para producir Black Phone, se vendió a lo grande como su nueva asociación con “el director de Sinister”. Nos topamos otra vez con este estatus. La grandeza de Sinister ha sido capaz de definir una carrera y un estudio de cine. La grandeza de Sinister sigue espoleando, de hecho, el díptico de Black Phone, y no solo porque también figure C. Robert Cargill de guionista —colaborador recurrente de Derrickson— y tenga a Ethan Hawke de protagonista.

De alguna forma, el Captor ha resucitado

En las películas de Black Phone Hawke interpreta a un asesino de niños apodado el Captor —traducción poco afortunada del original “Grabber”—, divirtiéndose con un variado surtido de máscaras y vocecillas. En Sinister no pudo divertirse tanto, pues ahí era Hawke quien sufría, por decirlo así, el terror. Un terror sustentado en buena medida en observar grabaciones de una familia que se había inmolado misteriosamente: grabaciones muy inquietantes que concentraban el impacto de Sinister. Parte del culto que ha acumulado el filme de Derrickson tuvo que ver con una inesperada reformulación del género de metraje encontrado (found footage) que tanto se había cultivado en los 2000, y que de hecho cultivaba la citada Paranormal Activity.

Aquí, claro, era metraje encontrado porque lo había “encontrado” el personaje de Hawke, el protagonista de Sinister y con quien se debía identificar el público. La drástica inmersión en la acción del found footage tradicional se rompía por la presencia de un intermediario que nos comunicaba con el creepypasta y otras coordenadas de género, especialmente fértiles en Japón: Ringu (1998), con esos vídeos que provocaba la muerte de quien lo veía, o sobre todo Kairo de Kiyoshi Kurosawa (2001). Una película de terror fundacional por cómo aprovechaba la nueva afloración de pantallas —ya en el marco de Internet— para generar un pánico atroz. 

Grabaciones estáticas, en formatos añejos que privilegiaban el ruido y la escasa fidelidad, donde sucedía algo inexplicable. Una “imagen-misterio” —de la que hace poco tuvimos seguimiento en España, en la fantástica El llanto de Pedro Martín-Calero— que Derrickson trabajó a conciencia en Sinister, siendo la clave de que su película haya causado tanto desasosiego durante años. Y, en directa consecuencia, lo que ha condenado al director a permanecer cerca de ella, esté justificado o no. Así es como llegamos, por fin, al festín de arbitrariedad que es Black Phone 2.

La resurrección del Captor

Black Phone, en tanto a relato original de Joe Hill —hijo de Stephen King, como se puede apreciar en sus intereses compartidos—, no tiene secuela. El teléfono negro del título sirve para que las víctimas del Captor se comuniquen con los vivos, y era algo que le venía bien a Finney (Mason Thames, visto posteriormente en el remake de Cómo entrenar a tu dragón) para derrotar al asesino, incluso para que este acabara muerto. De cara a la secuela que Derrickson y Cargill han ideado de espaldas a la literatura —motivados por las cifras de la película de 2022— se asume que el Captor sigue muerto. Solo que, si los espectros de las víctimas siguen entre nosotros, ¿por qué no iba a ocurrir lo mismo con su asesino? ¿Por qué el fantasma del Captor no iba a ser una amenaza?

Al comienzo de Black Phone 2 Finney y su hermana Gwen (Madeleine McGraw) bastante parecen tener con el trauma que les dejó el Captor, y con la turbulenta cotidianidad que les ofrece un padre alcohólico y maltratador (Jeremy Davies). Esto último, que otorgaba a la primera Black Phone una aspereza inaudita —de lo poco interesante que tenía aquella película, a decir verdad—, se ha rebajado en la secuela para perfilar un lecho familiar más convencional, uno que puede movilizarse incluso si, de pronto, el Captor se las apaña para volver. Lo hará invadiendo los sueños de Gwen. También tejiendo un misterio, en torno a la muerte de la madre de los chavales, que terminará con estos dirigiéndose a un misterioso lugar en las montañas de Colorado, el Alpine Lake Camp.

Lo que descubriremos progresivamente es que el Captor puede seguir atormentando a los protagonistas a través de los sueños de Gwen, desde donde —y al igual que Freddy Krueger— puede producir estragos en el mundo real. De forma que Black Phone 2, para solucionar el final cerrado de la primera película, se sumerge en las ligas de Pesadilla en Elm Street y prueba a moldear una lógica onírica sin, al cabo, demasiado sentido. No ayuda que el Captor de Hawke —que por cierto ni parece haberse pasado por el set, conformándose con grabar su voz— continúe siendo un psicópata tan genérico, y los protagonistas vuelvan a adolecer de falta de carisma y escritura.

Hay poco a lo que agarrarse y ahí es donde entra la ‘imagen Sinister‘: para visualizar las pesadillas de Gwen, el director ha empleado un formato distintivo, marcado por una textura de grano e imperfecciones, que lo mismo recuerda a grabaciones caseras de Super 8 que a la estética del cine de los 70. Justamente Black Phone 2 se ambienta en 1982, lo que favorece que Derrickson se refugie además en un imaginario de explotación ya practicado hace poco por Terrifier 3 o el remake de El vengador tóxico —el cine de terror, como el blockbuster, también tiene un grave problema con la nostalgia—, mientras incluye a Pink Floyd en una banda sonora poblada de sintetizadores.

Recorremos terreno familiar. Y lo mismo podemos decir de estas pesadillas a la estela de las grabaciones de Sinister, llenas de cortes y movimientos bruscos obstinados en causar terror desde la confusión y una desesperada textura enigmática. En función a este empeño, que devora el filme—no hay otra cosa a la que agarrarse, insistimos, pues es preferible este mundo espectral al machacón poso religioso que envuelve a los personajes en nuestra realidad—, Black Phone 2 se articula como un todo vale algo embarazoso. No tiene sentido, más allá del fetiche, que un sueño se visualice como si fuera found footage. Hay tal falta de rigor que Derrickson parece estar exprimiendo con todo el cinismo del mundo el legado de Sinister. Ese legado que parece ser todo lo que tiene.

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La falta de rigor, la maniobra mercenaria, carcome la integridad creativa de Black Phone 2. Con ellas se transparenta la falta de ideas de peso que ha motivado su desarrollo. Pierden aplomo las posibles virtudes que pudiera atesorar la película —una realización sólida, alguna ocurrencia feliz como el uso de la cabina de teléfono—, y todo se resume en la reconocible complacencia de vivir de las rentas. Duele pero es lo que ha pasado: de forma simultánea a que Sinister se convirtiera en clásico de culto, Hollywood se ha encargado de quitarle cualquier brizna de misterio. 

 ElDiario.es – Cultura

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