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  Cultura  Ángela Banzas, finalista del Premio Planeta 2025: «No estamos en la posguerra, pero hay mucho aislamiento»
Cultura

Ángela Banzas, finalista del Premio Planeta 2025: «No estamos en la posguerra, pero hay mucho aislamiento»

noviembre 4, 2025
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La escritora gallega ha sido galardonada por su novela, que aborda la memoria colectiva y el poder de la imaginación: «Para los niños que crecen bajo cielos de bombas, el campo de batalla es desproporcionado»
Entrevista – Juan del Val, Premio Planeta 2025: “Yo no adoctrino, no me interesa, y mucho menos en las novelas”

Santiago de Compostela, 1959. Una mujer visita un cementerio y se sorprende al encontrarse con su propia tumba, ¿qué cuerpo yace bajo tierra que no es el suyo? Esta es la espeluznante realidad con la que se topa Sofía en el inicio de Cuando el viento hable, la novela de Ángela Banzas que ha quedado finalista del Premio Planeta 2025, por detrás de Juan del Val. El libro continúa con un viaje en el tiempo a su infancia, marcada por las ausencias y una enfermedad que la mantendrá postrada en el hospital durante meses, y que le servirá de puerta para empezar a formular aquellas preguntas que nunca supo que debía –y podía– hacer a sus abuelos.

La autora gallega dedica su volumen a “esa generación que nos dio una oportunidad”, protagonistas de la historia que ha ambientado en la posguerra española. Banzas, que es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, además de tener un MBA por la Escuela Europea de Madrid, decidió dedicarse a escribir libros de suspense como El silencio de las olas (2021) y La sombra de la rosa (2023).

En su novela hay enfermedad, muerte, abuso de poder, pero también luz, ¿hace falta en los tiempos en los que vivimos?

Completamente. Necesitamos esperanza. Cuando concebí esta historia, lo que estaba en el alma era la esperanza. Necesitamos esa luz, porque es verdad que no estamos en la posguerra en la que está ambientada la novela, pero hay mucho aislamiento. Habitamos ese largo invierno, ese duro invierno, entre personas que estamos muy necesitadas de encontrarnos, de acariciarnos, no solamente la piel, mucho más allá.

Esta es una novela que aborda la memoria colectiva. Pasa de ‘Noche de difuntos’ hasta ‘El mañana volverá a llover’ [títulos de dos de las partes en las que está dividido el libro], porque la lluvia es esa promesa que limpia el camino, que arrastra la sangre. En este caso es también un alegato pacifista. Parece que la historia es estar siempre en ese péndulo entre la oscuridad y la luz, nos ha pasado siempre, incluso en la pandemia. ¿Cuánto tiempo nos dura el aprendizaje?

Por eso quería hablar de la esperanza, primero porque la entiendes en clave individual, desde la perspectiva de quien enferma. ¿Cuándo valoras realmente la vida? Cuando se pone en peligro, sientes que se puede ir, que el mañana está sujeto a algo que se te escapa. Y luego a nivel colectivo, verlo en clave histórica de la posguerra, que es nuestra memoria, es nuestro legado, ¿qué queremos hacer con él? Dentro de la historia, el padre de Sofía, que es un bibliotecario, convierte las espeluznantes noticias de los periódicos, arrancando sus páginas, en aviones de papel. Una forma que ilustra muy bien esa idea de esperanza, de que podemos transformar lo que tenemos, lo que tuvimos, en algo bonito. Y eso le pasa a Sofía en su vida, que aunque sea muy oscura, al final hay luz; y nos pasa a nivel colectivo, con esa posguerra.

¿Por qué eligió la posguerra como contexto para esta historia?

Quería hablar de esa etapa, no solamente por lo que supone el contexto a nivel político, sino por todo lo que lleva aparejado. En este caso, la grisura, el silencio, y contraponerlo a esa necesidad de vida que tenían, y a la que esa generación entera tuvo que renunciar. Siempre digo que crecieron en silencio, entre sombras, entre ausentes, sin entender muchas cosas, sin poder siquiera preguntarlas diciendo “no salgas” y “no hables”.

Y en cambio, trabajaron muy duramente un legado que no fuese generar odio, sino justamente lo contrario: “Tienes una oportunidad preciosa. Nosotros desgraciadamente no la hemos tenido, hemos trabajado mucho, para que tú puedas tenerla, puedas tener voz y vivir la vida de otra forma”. Me la llevé a esa época para que se viese más claro el aprendizaje. Con la distancia ya todos conocemos la posguerra, lo que implicó, y permite entender el mensaje.

En sus notas revela que tuvo una experiencia en el hospital, ingresada durante meses cuando era pequeña, y que ahí descubrió que los niños también podían morir. Si pensamos en el contexto actual, estamos viendo a niños morir en el genocidio en Gaza. Comentaba que es algo tremendamente cruel pero, ¿hasta qué punto puede que lo hayamos normalizado?

Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla. Les afecta, se les cercenan las vidas y las oportunidades. Por eso hay una necesidad de esperanza. En las notas también digo que ojalá volviésemos a tener todos siete años, porque al final todo se resume en odio y ver al diferente.

Lo bueno que tiene el hospital, que es algo que todos hemos vivido desde la cama o el sillón de al lado, es que es algo que nos acerca. Cuando necesitas invocar a la esperanza necesitas acercar y no poner el foco encima de la diferencia, porque eso solamente nos separa, y derivamos en esa rueda que parece no acabar nunca, ese péndulo de oscuridad y luz.

Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla

Ángela Banzas
— Escritora

El libro refleja el importante papel que desempeña la literatura desde la infancia, ¿hasta qué punto nos cambia?

El poder de los libros, las historias, la imaginación… La imaginación es una fábrica de felicidad, y eso nos lo dan los libros. En el caso de Sofía, se lo transmite su padre y era algo bonito de imaginar a esa niña que siente tanto miedo, y cómo los libros son los que reamente le dan más calor y pone en funcionamiento esa maravillosa maquinaria; y cómo lo utiliza ella para entregárselo, en esa oda a la amistad, a Julia, la niña a la que conoce en el hospital y se convierte en su única amiga. Ella, al mismo tiempo, lo que le devuelve, es la mirada optimista de quien ve el sol detrás de las nubes, de enfrentar el dolor. Hacen esa pequeña transacción que reporta a ambas.

¿Ha sido complicado ponerse en la piel de una niña de nueve años que ejerce de narradora de parte de la novela?

Soy madre y, durante la gala, le mandé un mensaje a mis hijos como maestros de vida. Me preguntaban que por qué les llamaba así. Porque cuando vamos creciendo, vamos perdiendo el color en la mirada, se nos va opacando con todo lo que vamos descubriendo, esa oscuridad, esas sombras en el otro, esas desconfianzas, todo aquello que nos va separando.

Eso no lo tienen los niños, se acercan unos a otros y dicen “¿quieres jugar?”, juegan y ya está. Y luego, cuando tienen conflictos, lo resuelven. Yo cuando estoy con mis hijos me devuelven el color a la mirada. Para escribir necesito observar y escuchar, estar siempre viendo al otro. Pero claro, si le quieres dar una voz a un niño, tanto el oído como el ojo lo tienes que poner en los niños. Ha sido muy enriquecedor. La escritora gallega ha sido galardonada por su novela, que aborda la memoria colectiva y el poder de la imaginación: «Para los niños que crecen bajo cielos de bombas, el campo de batalla es desproporcionado»
Entrevista – Juan del Val, Premio Planeta 2025: “Yo no adoctrino, no me interesa, y mucho menos en las novelas”

Santiago de Compostela, 1959. Una mujer visita un cementerio y se sorprende al encontrarse con su propia tumba, ¿qué cuerpo yace bajo tierra que no es el suyo? Esta es la espeluznante realidad con la que se topa Sofía en el inicio de Cuando el viento hable, la novela de Ángela Banzas que ha quedado finalista del Premio Planeta 2025, por detrás de Juan del Val. El libro continúa con un viaje en el tiempo a su infancia, marcada por las ausencias y una enfermedad que la mantendrá postrada en el hospital durante meses, y que le servirá de puerta para empezar a formular aquellas preguntas que nunca supo que debía –y podía– hacer a sus abuelos.

La autora gallega dedica su volumen a “esa generación que nos dio una oportunidad”, protagonistas de la historia que ha ambientado en la posguerra española. Banzas, que es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, además de tener un MBA por la Escuela Europea de Madrid, decidió dedicarse a escribir libros de suspense como El silencio de las olas (2021) y La sombra de la rosa (2023).

En su novela hay enfermedad, muerte, abuso de poder, pero también luz, ¿hace falta en los tiempos en los que vivimos?

Completamente. Necesitamos esperanza. Cuando concebí esta historia, lo que estaba en el alma era la esperanza. Necesitamos esa luz, porque es verdad que no estamos en la posguerra en la que está ambientada la novela, pero hay mucho aislamiento. Habitamos ese largo invierno, ese duro invierno, entre personas que estamos muy necesitadas de encontrarnos, de acariciarnos, no solamente la piel, mucho más allá.

Esta es una novela que aborda la memoria colectiva. Pasa de ‘Noche de difuntos’ hasta ‘El mañana volverá a llover’ [títulos de dos de las partes en las que está dividido el libro], porque la lluvia es esa promesa que limpia el camino, que arrastra la sangre. En este caso es también un alegato pacifista. Parece que la historia es estar siempre en ese péndulo entre la oscuridad y la luz, nos ha pasado siempre, incluso en la pandemia. ¿Cuánto tiempo nos dura el aprendizaje?

Por eso quería hablar de la esperanza, primero porque la entiendes en clave individual, desde la perspectiva de quien enferma. ¿Cuándo valoras realmente la vida? Cuando se pone en peligro, sientes que se puede ir, que el mañana está sujeto a algo que se te escapa. Y luego a nivel colectivo, verlo en clave histórica de la posguerra, que es nuestra memoria, es nuestro legado, ¿qué queremos hacer con él? Dentro de la historia, el padre de Sofía, que es un bibliotecario, convierte las espeluznantes noticias de los periódicos, arrancando sus páginas, en aviones de papel. Una forma que ilustra muy bien esa idea de esperanza, de que podemos transformar lo que tenemos, lo que tuvimos, en algo bonito. Y eso le pasa a Sofía en su vida, que aunque sea muy oscura, al final hay luz; y nos pasa a nivel colectivo, con esa posguerra.

¿Por qué eligió la posguerra como contexto para esta historia?

Quería hablar de esa etapa, no solamente por lo que supone el contexto a nivel político, sino por todo lo que lleva aparejado. En este caso, la grisura, el silencio, y contraponerlo a esa necesidad de vida que tenían, y a la que esa generación entera tuvo que renunciar. Siempre digo que crecieron en silencio, entre sombras, entre ausentes, sin entender muchas cosas, sin poder siquiera preguntarlas diciendo “no salgas” y “no hables”.

Y en cambio, trabajaron muy duramente un legado que no fuese generar odio, sino justamente lo contrario: “Tienes una oportunidad preciosa. Nosotros desgraciadamente no la hemos tenido, hemos trabajado mucho, para que tú puedas tenerla, puedas tener voz y vivir la vida de otra forma”. Me la llevé a esa época para que se viese más claro el aprendizaje. Con la distancia ya todos conocemos la posguerra, lo que implicó, y permite entender el mensaje.

En sus notas revela que tuvo una experiencia en el hospital, ingresada durante meses cuando era pequeña, y que ahí descubrió que los niños también podían morir. Si pensamos en el contexto actual, estamos viendo a niños morir en el genocidio en Gaza. Comentaba que es algo tremendamente cruel pero, ¿hasta qué punto puede que lo hayamos normalizado?

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Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla. Les afecta, se les cercenan las vidas y las oportunidades. Por eso hay una necesidad de esperanza. En las notas también digo que ojalá volviésemos a tener todos siete años, porque al final todo se resume en odio y ver al diferente.

Lo bueno que tiene el hospital, que es algo que todos hemos vivido desde la cama o el sillón de al lado, es que es algo que nos acerca. Cuando necesitas invocar a la esperanza necesitas acercar y no poner el foco encima de la diferencia, porque eso solamente nos separa, y derivamos en esa rueda que parece no acabar nunca, ese péndulo de oscuridad y luz.

Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla

Ángela Banzas
— Escritora

El libro refleja el importante papel que desempeña la literatura desde la infancia, ¿hasta qué punto nos cambia?

El poder de los libros, las historias, la imaginación… La imaginación es una fábrica de felicidad, y eso nos lo dan los libros. En el caso de Sofía, se lo transmite su padre y era algo bonito de imaginar a esa niña que siente tanto miedo, y cómo los libros son los que reamente le dan más calor y pone en funcionamiento esa maravillosa maquinaria; y cómo lo utiliza ella para entregárselo, en esa oda a la amistad, a Julia, la niña a la que conoce en el hospital y se convierte en su única amiga. Ella, al mismo tiempo, lo que le devuelve, es la mirada optimista de quien ve el sol detrás de las nubes, de enfrentar el dolor. Hacen esa pequeña transacción que reporta a ambas.

¿Ha sido complicado ponerse en la piel de una niña de nueve años que ejerce de narradora de parte de la novela?

Soy madre y, durante la gala, le mandé un mensaje a mis hijos como maestros de vida. Me preguntaban que por qué les llamaba así. Porque cuando vamos creciendo, vamos perdiendo el color en la mirada, se nos va opacando con todo lo que vamos descubriendo, esa oscuridad, esas sombras en el otro, esas desconfianzas, todo aquello que nos va separando.

Eso no lo tienen los niños, se acercan unos a otros y dicen “¿quieres jugar?”, juegan y ya está. Y luego, cuando tienen conflictos, lo resuelven. Yo cuando estoy con mis hijos me devuelven el color a la mirada. Para escribir necesito observar y escuchar, estar siempre viendo al otro. Pero claro, si le quieres dar una voz a un niño, tanto el oído como el ojo lo tienes que poner en los niños. Ha sido muy enriquecedor.  

Santiago de Compostela, 1959. Una mujer visita un cementerio y se sorprende al encontrarse con su propia tumba, ¿qué cuerpo yace bajo tierra que no es el suyo? Esta es la espeluznante realidad con la que se topa Sofía en el inicio de Cuando el viento hable, la novela de Ángela Banzas que ha quedado finalista del Premio Planeta 2025, por detrás de Juan del Val. El libro continúa con un viaje en el tiempo a su infancia, marcada por las ausencias y una enfermedad que la mantendrá postrada en el hospital durante meses, y que le servirá de puerta para empezar a formular aquellas preguntas que nunca supo que debía –y podía– hacer a sus abuelos.

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Esta es una novela que aborda la memoria colectiva. Pasa de ‘Noche de difuntos’ hasta ‘El mañana volverá a llover’ [títulos de dos de las partes en las que está dividido el libro], porque la lluvia es esa promesa que limpia el camino, que arrastra la sangre. En este caso es también un alegato pacifista. Parece que la historia es estar siempre en ese péndulo entre la oscuridad y la luz, nos ha pasado siempre, incluso en la pandemia. ¿Cuánto tiempo nos dura el aprendizaje?

Por eso quería hablar de la esperanza, primero porque la entiendes en clave individual, desde la perspectiva de quien enferma. ¿Cuándo valoras realmente la vida? Cuando se pone en peligro, sientes que se puede ir, que el mañana está sujeto a algo que se te escapa. Y luego a nivel colectivo, verlo en clave histórica de la posguerra, que es nuestra memoria, es nuestro legado, ¿qué queremos hacer con él? Dentro de la historia, el padre de Sofía, que es un bibliotecario, convierte las espeluznantes noticias de los periódicos, arrancando sus páginas, en aviones de papel. Una forma que ilustra muy bien esa idea de esperanza, de que podemos transformar lo que tenemos, lo que tuvimos, en algo bonito. Y eso le pasa a Sofía en su vida, que aunque sea muy oscura, al final hay luz; y nos pasa a nivel colectivo, con esa posguerra.

¿Por qué eligió la posguerra como contexto para esta historia?

Quería hablar de esa etapa, no solamente por lo que supone el contexto a nivel político, sino por todo lo que lleva aparejado. En este caso, la grisura, el silencio, y contraponerlo a esa necesidad de vida que tenían, y a la que esa generación entera tuvo que renunciar. Siempre digo que crecieron en silencio, entre sombras, entre ausentes, sin entender muchas cosas, sin poder siquiera preguntarlas diciendo “no salgas” y “no hables”.

Y en cambio, trabajaron muy duramente un legado que no fuese generar odio, sino justamente lo contrario: “Tienes una oportunidad preciosa. Nosotros desgraciadamente no la hemos tenido, hemos trabajado mucho, para que tú puedas tenerla, puedas tener voz y vivir la vida de otra forma”. Me la llevé a esa época para que se viese más claro el aprendizaje. Con la distancia ya todos conocemos la posguerra, lo que implicó, y permite entender el mensaje.

En sus notas revela que tuvo una experiencia en el hospital, ingresada durante meses cuando era pequeña, y que ahí descubrió que los niños también podían morir. Si pensamos en el contexto actual, estamos viendo a niños morir en el genocidio en Gaza. Comentaba que es algo tremendamente cruel pero, ¿hasta qué punto puede que lo hayamos normalizado?

Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla. Les afecta, se les cercenan las vidas y las oportunidades. Por eso hay una necesidad de esperanza. En las notas también digo que ojalá volviésemos a tener todos siete años, porque al final todo se resume en odio y ver al diferente.

Lo bueno que tiene el hospital, que es algo que todos hemos vivido desde la cama o el sillón de al lado, es que es algo que nos acerca. Cuando necesitas invocar a la esperanza necesitas acercar y no poner el foco encima de la diferencia, porque eso solamente nos separa, y derivamos en esa rueda que parece no acabar nunca, ese péndulo de oscuridad y luz.

Me provoca muchísimo dolor ver a los niños que sufren, tanto los que lo hacen dentro del hospital, como los que viven bajo esos cielos de bombas, que son siempre desproporcionados campos de batalla

Ángela Banzas
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El libro refleja el importante papel que desempeña la literatura desde la infancia, ¿hasta qué punto nos cambia?

El poder de los libros, las historias, la imaginación… La imaginación es una fábrica de felicidad, y eso nos lo dan los libros. En el caso de Sofía, se lo transmite su padre y era algo bonito de imaginar a esa niña que siente tanto miedo, y cómo los libros son los que reamente le dan más calor y pone en funcionamiento esa maravillosa maquinaria; y cómo lo utiliza ella para entregárselo, en esa oda a la amistad, a Julia, la niña a la que conoce en el hospital y se convierte en su única amiga. Ella, al mismo tiempo, lo que le devuelve, es la mirada optimista de quien ve el sol detrás de las nubes, de enfrentar el dolor. Hacen esa pequeña transacción que reporta a ambas.

¿Ha sido complicado ponerse en la piel de una niña de nueve años que ejerce de narradora de parte de la novela?

Soy madre y, durante la gala, le mandé un mensaje a mis hijos como maestros de vida. Me preguntaban que por qué les llamaba así. Porque cuando vamos creciendo, vamos perdiendo el color en la mirada, se nos va opacando con todo lo que vamos descubriendo, esa oscuridad, esas sombras en el otro, esas desconfianzas, todo aquello que nos va separando.

Juan del Val, Premio Planeta 2025: “Yo no adoctrino, no me interesa, y mucho menos en las novelas”

Juan del Val, Premio Planeta 2025: "Yo no adoctrino, no me interesa, y mucho menos en las novelas"


Eso no lo tienen los niños, se acercan unos a otros y dicen “¿quieres jugar?”, juegan y ya está. Y luego, cuando tienen conflictos, lo resuelven. Yo cuando estoy con mis hijos me devuelven el color a la mirada. Para escribir necesito observar y escuchar, estar siempre viendo al otro. Pero claro, si le quieres dar una voz a un niño, tanto el oído como el ojo lo tienes que poner en los niños. Ha sido muy enriquecedor.

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